Génesis  en RD de  la industria azucarera

Génesis  en RD de  la industria azucarera

Hasta el día de hoy es muy escasa la información disponible sobre los primeros intentos de producción de azúcar de cañas, en lo que hoy son la República Dominicana y Haití, tras la siembra por Cristóbal Colón en 1493 de algunos pies o esquejes de la planta después de llevarla a La Española ese año desde las Islas Canarias.  Los estudios publicados han aportado informaciones puntuales sobre algunos de sus primeros promotores en los años subsiguientes, ubicando hacia 1503, o sea, una década después, los esfuerzos iniciales de molienda de cañas para la confección de melazas.  Nombres de colonizadores como Pedro de Atienza, Miguel Ballester, y Alonso Gutiérrez de Aguilón se asocian a esos intentos precursores. 

La historiografía sobre los primeros azúcares coloniales dominicanos también ha descrito ya como, transcurrida otra década, hacia 1514, aquellos intentos hasta ahora considerados primerizos dieron paso en La Española a las primeras instalaciones e iniciativas de manufactura capaces de producir lo que en el ‘Viejo Mundo’ se entendía como azúcar.  Esa primera producción de azúcar, digamos, exportable, a mediados de la segunda década del siglo dieciséis se le ha reconocido desde antaño a un pionero como Gonzalo de Vellosa, y más recientemente, también a sus coetáneos Alonso Gutiérrez Aguilón y Hernando Gorjón.

Desde hace más de un cuarto de siglo, sin embargo, ha estado disponible una información que, pasada por alto –o en todo caso difundida muy poco– en las publicaciones sobre los comienzos del azúcar dominicano, arroja cierta luz sobre los afanes de los pioneros de la colonización de La Española por dedicarse a producir el edulcorante en la década que sigue a la primera siembra de cañas hecha por Colón. El dato se refiere a que, ya antes de julio de 1497, cuando todavía no habían pasado cinco años desde el “Descubrimiento”, algunos pobladores de La Española ya estaban considerando seriamente el cultivo de cañas de azúcar y la fundación de ingenios.  Tan seriamente al menos como para comunicarle su inquietud a la máxima autoridad del imperio que ellos mismos estaban ayudando a construir en el “Nuevo Mundo” en calidad de súbditos suyos: los Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. 

El dato aparece en una fuente que, como parte de investigaciones en curso en el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY DSI, por sus siglas en inglés), hemos consultado por primera vez recientemente, y sobre la cual, hasta donde sabemos, no se ha dialogado ni escrito públicamente ni entre los estudiosos de los comienzos de la historia dominicana. Es una comunicación de los Reyes Católicos dirigida a Cristóbal Colón como “nuestro almirante del Mar Oceano e nuestro visorrey e governador en la dicha ysla” (La Española) el 22 de julio de 1497, cuando Colón estaba todavía ocupado en los aprestos para su tercer viaje a las Indias.  Publicado ya en 1984 y 1991 en una transcripción modernizada y simplificada (Francisco Solano: Cedulario de Tierras. Compilación de legislación agraria colonial (1497-1820). México: UNAM), una copia digital del original manuscrito,  conservado en el Archivo General de Indias de Sevilla, está disponible también en el riquísimo portal digital PARES del Ministerio de Cultura de España. (Una transcripción paleográfica del documento será publicada en breve en el portal del CUNY DSI.)

En su mensaje, que en esencia es una directriz  fundacional sobre el tema del acceso a las tierras y su explotación económica en la joven colonia, y en particular sobre su uso agrícola, los reyes dan carta franca a Colón para que reparta tierras como propiedad privada a todo el que parezca en condiciones de ponerlas a producir y cumpla el requisito de construir casa y residir en La Española al menos durante cuatro años, con las salvedades de que se marquen físicamente los límites de las propiedades concedidas y que el palo brasil y los yacimientos metálicos (incluyendo, como era de esperar, los de oro y plata) se mantengan como propiedad exclusiva de la Corona.  Al referirse a las formas propuestas para el uso de la tierra, los reyes mencionan explícitamente haber recibido con anterioridad solicitudes de los colonos de la isla, remotos precursores de los dominicanos de hoy, para que se les concedieran y asignaran tierras donde pudieran sembrar “cañaverales de açucar e otras plantas e haser e hedificar casas e molinos e engenios para el dicho açucar e otros hedificios provechosos e neçesarios para su bevir”. 

Como ocurre con frecuencia en el mundo de las investigaciones históricas, son estos unos datos breves pero que aportan una información que nos ayuda a visualizar la relación de los primeros colonos de La Española con el tema del azúcar de una manera más concreta, menos nebulosa que hasta ahora.  El documento, sin mencionar nombres de pioneros individuales, deja claro que ya en 1497 había colonos en La Española pensando en producir azúcar, y con ideas concretas de cómo lograrlo: con la adquisición oficial de tierras donde producir la materia prima (la caña) bajo un esquema de propiedad privada y mediante la edificación de los ingenios o unidades de manufactura. Y por eso mismo resulta ser el documento más antiguo publicado hasta ahora donde se mencionan las palabras ‘azúcar’ e ‘ingenio’ en relación al Nuevo Mundo. 

Los brevísimos comentarios de 1497 plantean el interesante escenario de unos colonos que, aparte del afán económico predominante de la época –la búsqueda y explotación del oro, la riqueza más simple—ya estaban imaginando la opción manufacturera, la concepción económica más modernizadora: la de producción de bienes con valor añadido. Indican también una mentalidad cívica o política de colonos que, además de haberse arriesgado a cruzar el Atlántico en busca de ciertos logros, querían obtener el respaldo institucional  de su gobierno para enfrascarse en lo que en Europa era ya un negocio lucrativo, pero que en La Española representaba un empezar el negocio desde cero en una sociedad colonial que empezaba igualmente desde cero.

En vista de estos datos, hay que concluir  entonces que en La Española, la antepasada de la República Dominicana de hoy, se habló de –y se pensó en– azúcar e ingenios azucareros prácticamente desde que se fundó. Que la minería del oro aluvial, mucho menos costosa, fuera la que se impusiera en la colonia durante sus dos primeras décadas, en una sociedad de emigrantes en su mayoría pobres y en situación de colonización inicial, es otra historia, más que entendible. 

Con estos datos de 1497, los esfuerzos de los pioneros azucareros de La Española de 1514 se pueden ver bajo una nueva luz, como continuadores de una inquietud que ya había empezado antes de que Colón regresara a las Indias en su tercer viaje. Lo cual no es una gran sorpresa cuando pensamos que lo de producir azúcar debió ser, en la mente de muchos de esos colonos, una industria y un negocio que habían visto funcionar como algo viable, y de hecho pujante, al otro lado del Atlántico, en las sociedades de origen de donde procedían. ?

 (*) Director Auxiliar del Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

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