Genocidio generacional

Genocidio generacional

El conformismo, la aceptación cobarde y ruin de esta realidad tan esquiva, la renuncia al pensamiento crítico y a la movilización, ese relativismo atroz que nos adocena y anula, toda esa abulia no es más que la debilidad en la que crece la crisis sistémica, abono para la especulación y la dictadura de los mercados que nos imponen un modelo de vida que nos condena a una convivencia sin libertad y sin bienestar.

Esa autocomplacencia, que se torna conmiseración frente al espejo de la vida, no es más que muerte y negación, primero del espíritu, que deambula sonámbulo en la inapetencia y la indignidad y, más tarde, en la miseria, en la que desemboca esta anomia tan perniciosa. No puedo obtener satisfacción de la negación de mi conciencia porque mientras tenga alguna necesidad tendré siempre una razón poderosa para seguir viviendo, para luchar por el cambio, para convencerme de que otro mundo es posible.

En la lucha contra la dura realidad solo disponemos de un arma, la imaginación, y debemos emplearla con el convencimiento de que la razón siempre superará al miedo y de que el silencio cómplice es aliado del inmovilismo. No es el momento de renunciar a la acción, tampoco a la utopía.

Es la hora de volver a reclamar lo imposible, de impulsar las transformaciones sociales, el cambio, los conatos de revolución, todos esos delirios que mañana escribirán la historia y que hoy son la herramienta más eficaz para forzar una nueva realidad que no vuelva a dar la espalda a los principios éticos y que no olvide que el poder sin legitimidad moral no es más que autoritarismo e imposición. La utopía no puede ser nunca una quimera.

Cada vez somos más los que nos escandalizamos y asistimos horrorizados a una auténtica ceremonia de la confusión en la que todo aquello en lo que creíamos se va al traste. Se pisotean derechos fundamentales, se finiquitan conquistas sociales, la Constitución es papel mojado. La solidaridad de ayer es hoy intolerancia y racismo, discriminación y desigualdad, exclusión y pobreza. Y el caso es que es verdad que somos más los que soportamos estos desmanes que los que sostienen el sistema y se aferran al poder aupándose en la codicia y la ambición. Como hemos renunciado a pensar y no tenemos ninguna idea que fundamente una revolución, permanecemos divididos y así no es posible hacer frente a la injusticia en general y a la de los tribunales en particular, a ese populismo tan dañino que nos gobierna.

 Es preciso fijar esa responsabilidad e identificar y derribar a los culpables. El sueño por el que un día luchamos se ha roto y nos hemos despertado de una pesadilla que evidencia que la libertad y la independencia era un espejismo. Hay que reconocer el error porque en caso contrario no lograremos salir del círculo vicioso de la depresión que dibuja toda esa falsa convergencia de la JCE, el TSE, Dictaduras privadas partidistas e institucionales y otros organismos… ¿por qué no renuncian de una vez a esa visión tan ideologizada partidista y tras ella establecen una nueva ley electoral y de partido? Pues porque nos tienen agarrados por el cuello  con ayuda de manos internas y cuanto más aprietan más nos asfixian. Estoy de acuerdo en reclamar al mundo y a los sistemas  la creación de conciencias ciudadanas.

Es verdad que la política es como la agricultura, todo un arte que no puede estar aconsejado por las prisas: hay que preparar la tierra, roturarla, sembrar y cuidar la cosecha. No se trata únicamente de ganar las elecciones y reclamar el poder. El político símbolo de una austeridad tan pasada de moda alerta sobre el genocidio generacional que se avecina y llama al cambio insuflando la nueva mayoría de la ideología social colectiva. No hagamos oídos sordos a la conciencia.   

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