Genocidio infantil (1 de 2)

Genocidio infantil (1 de 2)

FERNANDO SIBILIO
Lucimos un hermoso gorro de piojos, tejido con las muertes violentas, en tiempos de paz, con estabilidad política y económica, de 112 infantes en los últimos once meses, ni el manual de combate romano, copiado por Tito Livio, guarda esta carnicería. El pesimismo goza de un prestigio que no merece y muchos especialistas vienen de regreso en el tema de infancia, sin haber ido a ninguna parte. Sólo usan la alarme como coacción y coartada mercadológica.

Tad Palac, representante de la Unicef en el país, calificó como una vergüenza el problema de los niños muertos, heridos y mutilados por las balas perdidas. La sociedad ha estructurado un esquema excusas en el que todos guardamos la luna en el sobaco. Los padres culpan a la escuela, la escuela a los profesores, los profesores a los medios de comunicación, todos a la televisión, la televisión a los productores, al final le pedimos solución a las autoridades, quienes apelan a la responsabilidad ciudadana, y otra vez a empezar.

Jugaríamos al espanto del borracho cuando encuentra la botella vacía, sí leemos con calma las estadísticas en los últimos años, comprobaríamos que, los dominicanos hemos perdido un gran porcentaje en: La capacidad de controlar nuestra propia conducta, de enfrentarnos con los problemas y, para liberarnos de los determinismos físicos, psicológicos y sociales. Esto, solo por citar algunas variables, que son influyentes, sobre todo, en la forma de proceder de las personas jóvenes, y por tres causas. La primera es el aumento de la impulsividad. En segundo lugar, el incremento de las conductas aditivas, estas incluyendo el consumo de drogas narcóticas, ansióliticos, y también otras menos catastróficas.

El tercer lugar, la compulsión a comprar, a buscar dinero de cualquier modo, por el culto al cuerpo, por las relaciones sexuales, al juego de azar, o a enchufarse a internet.

Llevemos a su consideración estas reflexiones sin destinatarios, libres de historias fingidas y despejadas de memorias íntimas, pero caminamos con talones dobles, les rogamos aceptarlas como un saldo que rinde un maestro de rogamos aceptarlas como un saldo que rinde un maestro de campo al borde del óbito, al ver como la nación se estrella contra sí, sopla con Barlovento hacia una gran estupidez concertada, creemos, llegada la hora de invertir la marcha, dar un golpe de timón, porque el mal tiempo ha limpiado los puercos, y ha embarrado los granjeros.

A estos niños nadie les sucede en la muerte, tampoco en la desgracia de la vida. Los mutilados de la violencia requieren tratos especiales, jamás, propaganda comercial para sus victimarios, viven un presente complicado, no han perdido el pasado y el futuro porque no lo tienen, nos parece que esta historia se rompe por una punta, muchos, entronizados como héroes, se les ha ido el cargo a la cabeza, pretendiendo convertirse en salvadores olvidan que el mejor liderazgo es la inteligencia compartida.

Ahora, después de 40 años del Concilio Vaticano Segundo, del enorme crecimiento de las iglesias protestantes, cuando las encuestas por el Metro conceden a la certeza y al absurdo el mismo apoyo, mientras educamos a la sociedad para que reciba los atropellos como una bendición, quitamos la mirada al problema recurriendo a disquisiciones legales, técnicas, morales, éticas y científicas, al tratar la situación de la niñez y los derechos de la infancia. Todo bebé nace esperando cuidado y caricias, con la expectativa de ser bien acogido en la red que le servirá de nido como ser. El registro de niños abatidos por la delincuencia barrial y regional, forma parte de las 1,472 muertes violentas, registradas en el instituto de patología forense, en lo que discurre del año 2005.

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