Siempre que escribo o que hablo sobre Radhamés Mejía me enternece todo lo relacionado a su historia, su personalidad y trayectoria. Él nos cuenta que se transformó en artista desde su adolescencia cuando dibujaba sobre las veredas de Santo Domingo. Un buen día un transeúnte impresionado por la calidad de su trabajo le preguntó que si estudiaba arte.
Esa pregunta le cambió la vida, porque le hizo tomar conciencia de que su vocación o hobby por la pintura y el dibujo era una forma de ganarse la vida. El buen samaritano le ayudó a ingresar a una escuela de arte local, lo que nunca abandonó jamás hasta el día de hoy. A Radhamés, lo conocí cuando llega a París en 1984, a sus 24 años, cargado de sueños y dispuesto a desarrollar su futuro en un medio difícil para un inmigrante caribeño. Nunca se desvió de sus propósitos, y gracias a que pudo hacer una familia con una joven francesa que ha contribuido enormemente en apoyarle, y lo que nunca puede faltar en el éxito: la fe, concentración y dedicación, todos estos factores le han permitido una carrera hermosa y digna.
El viaje, junto a la formación recién adquirida, y a la compleja imaginería de este artista, lo lleva a continuar estudios de arte -que inició y concluyó en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Santo Domingo- en la ÉcoleNationaleSupérieure des Beaux-Arts de París, donde recibe una formación académica impecable que supo poner al servicio de su personalidad intelectual y visual.
Retoma imágenes evocadoras de las reminiscencias de una cultura remota. Todo lo que asimiló de joven en su tierra natal lo plasma en su obra como un buen migrante contemporáneo que necesita revelar y enseñar sus raíces, su pasado siempre presente aunque lo presente de una forma diferente antes del viaje trasatlántico.
De manera que Mejía irrumpe en París como un volcán exuberante con el que inicia su pintura repleta de formas, figuras y símbolos, inmersos en un mundo tropical, en que aparecen mitos y rituales isleños. Su pintura, de un uso intenso del sistema de redes, presenta manchas de color brillante y de mucho exotismo.
Hay críticos de arte, como el brasileño Roberto Pontual, quien escribió el texto del catálogo de la muestra de Mejía en la Galería Bernheim en Panamá en 2002, quien afirmó Hay artistas que ocultan su pasado geográfico, haciendo un esfuerzo más o menos consciente para confundir o borrar la huella que los lleva de vuelta a sus orígenes , y justamente, continuaba con Mejía diciendo que este hacía todo lo contrario, ya que hace todo lo posible por desplegar sus raíces, esa memoria que ciega, que te obliga a mantenerte fiel al camino elegido.
Evidentemente, hay un montón de posturas posibles para los artistas que desarrollan su obra fuera de su tierra, pero en el caso de Mejía, él optó por el encuentro entre dos culturas, es decir, combinar tanto de lo interior como de lo exterior.
Luego de obtener numerosos premios tanto en Francia, en Bélgica, como en República Dominicana, expone en los grandes salones, ferias y citas europeas, así como en Estados Unidos de Norteamérica y en Canadá. También, en Taiwán, Turquía, Caracas, Venezuela; en San Juan de Puerto Rico y en Miami, Florida, entre otras ciudades y capitales. En 1981, obtiene el Primer Premio en Dibujo del Concurso E. León Jimenes, y el Primer Premio en Dibujo de la XV Bienal de Artes Plásticas de Santo Domingo. Entre sus muchos otros premios internacionales, es importante destacar que en 1991 obtiene el Primer Premio de la XIII Bienal Mediterránea en Niza, Francia. En el Instituto Cultural Domecq en Ciudad de Méjico, DF.
La crítica de arte Marianne de Tolentino considera que Mejía encontró su propia estética a través del dibujo y des-dibujo y del des-dibujo y deformar, lo que hizo su trabajo más fuerte y definido, También, ella lo consideró un investigador sólido, pero dispuesto a la consulta y atento al consejo. Que nunca pasó por la complacencia ni la satisfacción a gustos mayoritarios. Todo lo expresado por doña Marianne habla muy bien de esta minuciosa y profunda carrera artística.
Desde su taller parisino, Mejía mantiene los lazos con su duende e imaginario caribeño compuesto de todos los aportes de la gran diversidad de la cosmografía universal. Es un creador inquieto, disponible y abierto al encuentro y al cuestionamiento que busca siempre los puntos de conexión con la pluralidad de lenguajes visuales contemporáneos que se nutren del patrimonio de las sociedades precolombinas.
Esta nueva faceta que inició en esos años lo convierten en un candidato óptimo para presentar un proyecto y participar en Cuerpos Pintados, en el que participaron extraordinarios artistas internacionales como son el cubano Manuel Mendive, Claudio Palominos, María Gracia Donoso y Fernando Prats, entre otros, en pintura; y la coordinación de fotografías del chileno Roberto Edwards. También, un equipo multidisciplinario de especialistas en fotografía, pintura corporal e investigadores antropólogos, escritores, etnólogos, etc.
París, en los años 80-90, tenía una gran dinámica de exhibiciones individuales y colectivas que celebraron las nuevas generaciones de los creadores latinoamericanos después del camino abierto por Matta, Duparc, Seguí, Cuevas, Télémaque, y el dominicano Vicente Pimentel. Es dentro de esta energía que se destaca la obra del pintor dominicano, con su primera exposición en París en 1988, año en que la crítica destacó la representación de un mundo simbólico exclusivo con eficientes intervenciones en la distribución del espacio delimitado por áreas y territorios cromáticos sellados por una gran madurez en los efectos de las luces y las sombras.
Radhamés Mejía fue el introductor de una nueva visión de la pintura del Caribe hispano, pues la luz, la paleta y la figuración libre y expresionista que firman sus telas con referentes de señalamientos visuales como los códigos y los símbolos de los hijos de Anacaona ofrecieron al público una propuesta renovada de la pintura que competía abiertamente con las propuestas traídas a París desde las celebraciones del Bicentenario de la Revolución Francesa en 1989, y las conmemoraciones del Descubrimiento de las Américas.
Mejía pertenece de lleno a un grupo de artistas que como Bedia, para su Cuba natal, y EdouardDuval-Carrié es para Haití, que impusieron y marcaron una renovación de la pintura latinoamericana desde la perspectiva caribeña. Ellos son grandes ejemplos e íconos para diferentes generaciones.
Desde el 21 de febrero, en el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo tenemos a Radhamés Mejía con su exposición Geometría de las sombras. Mito y ritual son los elementos que atizan el flujo de vida en la obra de Mejía, con esta frase cerramos el catálogo de una exposición del mismo en 1994, en París, donde además, destaqué que las geometrías y colores, el mito y los rituales, son el sostén de esta sorprendente obra. Sin embargo, es interesante descubrir cómo Mejía logró relacionar el cuerpo humano, ausente generalmente en sus composiciones, con su modo de trabajo.