POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
Mi generación sin darse cuenta, justo un día que llovía a cántaros, inventó, para su deleite en el dolor, un movimiento filosófico clandestino, que se llegó a llamar el Optimismo Trágico. Hasta el momento, nadie sabe quién es el Gurdiev de tan extraña filosofía setentiana, se dice que su lecho de nacimiento fue alguna universidad estatal y que el mecanismo era la ilusión y acto seguido la invención de la tragedia.
Como se verá, el Optimismo Trágico, siempre ha consistido en hacerse ilusiones con la cultura situándola en un territorio de no conquista posible, que al comprobarse, justifica el salto mortal a golpe de canto de nana (Fuin, Fuan de columpio incluido, golpe de nuca adrede, justo cuando el columpio baja de su física movida con más fuerza) que más bien recuerda los juegos lúgubres del maestro Boris Karloff, justo cuando se agachaba para entrar al carro fúnebre, luego de contar una sabrosa historia de muerte…
A pesar de esta filosofía, la del Optimismo Trágico, que pudiera resumir las frustraciones y los proyectos ancianos de una cultura como la nuestra, mal gestionada por unos y por otros, vapuleada por ladronazos de media sonrisa y manos anchas, palabrerío de enredos a los que se quisieron hacer los pendejos justo cuando no era lo correcto, a pesar de todo eso: el fantasma del Optimismo Trágico se puede curar haciendo lo que se entiende es mejor, para al menos saber que se puede intentar un aporte real.
Obviamente, sería mucho pedirle a todos los que quieren hacer ese intento con seriedad que sin una gran experiencia previa, puedan con una varita mágica realizar el milagro de la Gerencia, la Pasion y la Creatividad, trilogía de razones, no importa el orden en que se ponga, que bien pueden servir para normar un proyecto donde la diversidad humana es inconmensurable.
Pero tened cuidado, cuando se entra en el engranaje hay que tener a San Miguel y la espada muy cerca, porque en nombre de que hay que esperar porque no ha quedado nada, una cierta vocación de mediocridad suele campear en ese limbo que es el espíritu de cosa pública, donde el tiempo es un verdugo que no le importa nada y donde la indolencia permite un triste discurso de la no trascendencia de la celeridad en las soluciones culturales.
De repente, cuando veo el ceremonial me acojo más al entusiasmo silente de la mayoría que a los cruces del logiero irredento, bailarín innato entre murallas de entresijos politiqueros.
Porque concibo la cultura como una acción de servicio comunitario no importa su renglón, un derecho inalienable en pos de una visión que trascienda, incluido lo gran lúdico, esa miseria terrenal acumulada que nuestros politicastros han cultivado con una maldita demagogia feroz, que la oscuridad de su ignorancia nunca podrá mitigar, porque la ignorancia del ingenuo, siempre tiene la esperanza del elemento inesperado que el júbilo de la estética guarda a los más, en lo abyecto de su miseria y su conformidad.
A la inteligente trilogía yo añadiría explosión lúdica (quizás un brillante espacio que cohabita con la pasión), porque en lo lúdico también está lo inesperado, y normalmente siempre se ha acusado a la cultura servida con sello oficial justamente de no tener esos arranques propios de la savia que crea motricidad de movimientos o esos manantiales que algunas vanguardias, imbuidas en sus tiempos históricos, representaron.
Todo esto implica que las verdades de las gestiones y sus intríngulis, no se queden en los aposentos de los cuartos burocráticos, en el canchanchanismo harto conocido, porque de esa vaina, estamos más que hartos.
Y especialmente, debí decir: que no puede haber nunca Cultura sin Libertad, es saludable hasta el momento, que la práctica de un Secretario de Cultura llamando por teléfono para inquirir los términos o las comas de un artículo, eso no se ha producido y conforme a lo que se sigue viendo es muy probable que no se produzca, si pasara lo contrario, en mi caso: tampoco me callaría, que conste.
No hay que confundir entre ser heraldo de la cultura entendida como bálsamo de la luz para gente que la necesita, que genuflexo confabulado con miedo de pensar y decir, con miedo de hacer y proponer, con miedo de actuar y transformar.
Porque se me ocurre la clara sentencia, que habla del que alguna vez hubo de poner su lengua al abrigo de la sombra timorata, para acostumbrarse de por vida en esas postraderas, sin pudor consigo mismo, rodando por ese triste cadalso de mutismo complaciente, servil…
Creo que hay un serio intento multisectorial de recuperar 8 años de cultura perdida; cuando hace años me atreví a escribir que nos enrumbábamos hacia una década perdida de cultura, poco faltó para que me enviaran a la hoguera, pero el tiempo es inexorable, aquí estamos todos y lo vemos: en muchas áreas hay que comenzar de cero (Cinemateca Dominicana incluida, antes Cinemateca Nacional, nombre absurdo porque todas las cinematecas de todas partes son nacionales)…
Es muy probable que lo importante de este esfuerzo sea el aporte que las generaciones de gestores culturales más antiguos hacen ahora a la nueva administración, porque vienen henchidos de todo lo que han visto (León Felipe, hablaba de todos los cuentos, de la cuna del hombre mecida con cuentos, de muchas cosas es verdad, y de saber todos los cuentos), eso le pasa a mi generación, viene de todos los cuentos culturales en esa mezcla de terreno electoral a golpe de firma que todos los partidos piden, a veces sin consultar el fuero íntimo de las personas y sus creencias.
Las gestiones culturales piden evaluaciones sin el furor de partido, porque entonces quien pierde es la cultura misma y su propia bitácora, para medir la entronización de sus raíces en el corazón de la Comunidad que la necesita, como pan del saber para descubrir lo cultural maravilloso, que siempre aleja el Optimismo Trágico.
Cuando ha existido una mala gestión cultural y a pesar de todo, insistimos en defenderla por vocación de partido, quien lo hace debería quedarse más con su partido, que con la cultura, porque la Cultura se basta en bondad a sí misma, para trascender la impureza manipuladora de los propios partidos, en mis reflexiones, hago constar que estas ideas no son nuevas…
Vivimos un momento en que la acción cultural se ha convertido en un reto, para la voluntad política del gobierno y para los que entendemos, de igual manera a niveles más humilde, que hay que hacerle aportes al país, especialmente: los que sí vamos a quedarnos aquí, los que por yola tenemos el país entero con sus defectos y virtudes y navegamos en este territorio que a veces ya no conocemos, pero que amamos con una pasión que nos supera a nosotros mismos…
Todo esto pensaba una fría mañana cultural de noviembre, cuando el ceremonioso hombre de la logia me recibía en las escalinatas de Funglodes y yo tenía la impresión de estar perdido en el tiempo, esas épocas del Optimismo Trágico, que de verdad debemos desterrar, para siempre: sospecho que estamos en vía de hacerlo, añoro no desmentirme.