Germán Martínez – Cartas al director

Germán Martínez – Cartas al director

Señor director:

No deja de ser cierto que como pueblo hemos tenido que afrontar grandes retos.

Pero sobre el desamor de algunos, la falta de fe de otros, el anti-dominicanismo de una minoría bullangosa, por lo tanto perjudicial más que los buenos, el sueño de Duarte ha permanecido y se ha fortalecido.

Nuestra dominicanidad, la inteligencia y el trabajo tesonero de nuestras gentes, la amabilidad y la belleza de nuestra isla, ha sorteado los odios y las envidias, las aspiraciones de dominarnos, y hemos llegado lejos, incluso tanto que quizás debemos cuestionarnos porque ante tanto afán de auto-destruirnos nos hemos levantados de las cenizas.

Ante el saqueo de nuestras riquezas, la opulencia de minorías sobre mayorías, las mentiras y las medias verdades de nuestros gobernantes y políticos, estamos todavía de pies y todavía confiamos en que mañana será mejor que el doloroso hoy.

Porque seguimos siendo un pueblo que canta, que ríe y que espera, porque nos anida el alma la belleza y nos causa amor la poesía, porque nuestros campos son fértiles y nuestra mujeres dignas y bellas, somos un país que se merece a golpe de sangre y de lágrimas el nombre que paseamos con orgullo por el mundo.

Porque seguimos aspirando a ser mejores cada día, para aplastar el anhelo de las minorías, y somos paces de estarnos sentados ante una imagen de pueblo esperando que pase por la puerta el cadáver de quienes han llenado de penas nuestras vidas.

Somos dominicanos, a pesar del drama doloroso de nuestros hospitales, de nuestra educación y de nuestros salarios de hambre.

Somos dominicanos a pesar del afán de poder de algunos, y el irrenunciable compromiso de las mayorías con la democracia que tras larga noche nos dimos con el valor y la decisión de un pueblo no solamente intrépido y fuerte», sino digno mil veces de mejor suerte y decididos a forjarle en cada mañana junto al rocío que moja la tierra, y junto al calor inclemente del asfalto.

Por eso debemos renovar hoy la fe en nuestro destino.

Que todo el mundo tenga un minuto de profunda y dominicana reflexión a la llegada de un nuevo año y la despedida de un negro tiempo.

No es un problema de desgobierno, y si lo cambiamos por algo que ya conocido, es una renuncia a la apatía, al desentendimiento, al dejar hacer o esperar que venga.

Debemos decidirnos a cerrarle las puertas a los malos dominicanos.

Que sea la voz de Duarte, de Luperón y Caamaño, la que suene en nuestros oídos para que de la miseria salgamos a la luz, sin opulencias mal habidas, y sin sangre derramada.

Con amor y por amor.

Algo que debemos aprender y sostener, amor y entrega por lo que nos legaron aquellos que antes que nosotros tuvieron fue en que era posible.

Y a pesar de lo largo del camino, de la cruz pesada que hemos llevado por generaciones, Dios nos ha colmado de bendiciones, entre las primeras y las más valiosa la dicha de haber nacido en la tierra de mayor sonrisa y alegría del mundo.

Pasemos revista al doloroso tiempo pasado.

Pero sin detenernos a pensar que puede existir ni siquiera la remota posibilidad de que el pueblo dominicano sea rendido.

¡Que Dios proteja y bendiga a cada uno de los dominicanos, aquí y allende las fronteras!

¡Que la Virgen de Altagracia nos colme de paz, de paciencia y de bienestar!

¡Que viva la patria, amada mil veces, y gloriosa otras miles!

Una lluvia de bendiciones y de trabajo para todos.

Una renovación diaria de dominicanidad como meta para el 2004.

Amén.

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