Gerontocidio sanitario

Gerontocidio sanitario

El 26 de enero de 1895 José Martí escribía: “Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene de más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor y más naturalmente en aquello que conoce, y de dónde le viene inmediata pena o gusto; y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el verdadero e inexpugnable concepto de la patria…Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer…”

Esta cita la traemos a propósito de la pandemia del covid-19 que ya ha hecho acto de presencia en todos los continentes y que de modo inmisericorde sigue expandiendo su fatídica onda cual simiente que plantan dolor y luto por doquiera que pasa.

Lejos estaba el mundo de pensar que el brote epidémico, inicialmente detectado en una lejana provincia de la República Popular China, iba a transformarse en horrible pesadilla mórbida de repercusión multivariada universal.

El coronavirus nos ha tomado desprevenidos y sin la capacidad inmediata para una respuesta contundente.

Ha servido para poner al desnudo las crónicas deficiencias del mil veces denunciado arcaico sistema nacional de salud. Históricamente los distintos gobiernos de la República Dominicana se han caracterizado por asignar una muy baja cuota del presupuesto general de la nación para atender a las necesidades básicas de la población.

A sabiendas de que nos agarra la pandemia con el maletín desprovisto de medicamentos con una eficacia universalmente comprobada para atender a los enfermos del covid-19, y sin una vacuna disponible para inmunizar a las personas susceptibles de presentar la forma grave de la enfermedad, solamente nos queda la alternativa de reducir el riesgo de contagio masivo y que se reduce al confinamiento consciente y disciplinado de las personas, así como el uso obligatorio de la mascarilla y el distanciamiento físico de los individuos.

Estas medidas no resultan simpáticas, ni agradables para determinados segmentos de la sociedad, por lo que su real efectividad resulta cuestionable y dudosa.

La incapacidad para arribar a un acuerdo patriótico nacional entre gobierno y todos los sectores políticos de oposición para dar la gran batalla contra la pandemia ha generado su ácido y agrio fruto, una logarítmica expansión del mal. Contemplamos a un demoníaco caballo de Troya desbocado y con las riendas sueltas.

Se multiplica el número de casos a diario, así como la mortalidad coviana. Seguro de que lo último que se debe perder es la esperanza seguimos confiando en la posibilidad de más temprano que tarde llegar a un consenso del arcoíris de partidos y grupos sociales y religiosos para acordar una agenda sanitaria incluyente común.

El gobierno libérrimamente escogido el último 5 de julio de 2020 por las personas que asistieron a las urnas debe llamar con carácter de urgencia a todo el pueblo para integrarlo activamente a la lucha por la vida y en contra del covid-19.

Esto junto con un plan económico para la sobrevivencia es tarea uno A para la próxima gestión de Estado que arranca el 16 de agosto de 2020. Juntos apaguemos el fuego que amenaza con devorar a las personas envejecientes e inmuno-deprimidas.

Nadie desea un senicidio, juntos hombres y mujeres de bien ganaremos la batalla contra el gerontocida coronavirus.

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