Gigantes en la mira

Gigantes en la mira

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Imagino que miles de personas, al igual que yo, creíamos superada la situación de las ballenas en peligro de extinción. O por lo menos, superada la intención de darles caza con propósitos de consumo de carne, utilización industrial, seguimiento al síndrome Moby Dick o cualquier otro propósito que no sea su protección o el aprovechamiento de su existencia viva y sostenible que se deriva de su contemplación, es decir, del turismo.

En 1946, viéndose la situación a que habían sido llevada las ballenas, se creó la Comisión Ballenera Internacional –CBI-, compuesta por 14 naciones cazadoras de ballenas para dotar de reglamento su actividad y para de alguna manera protegerlas, puesto que se auto impusieron algunas restricciones para no quedarse definitivamente sin el recurso, debido al agotamiento en los “stocks” de ballenas en el mundo.

Como no estaban del todo claros los propósitos de la comisión, en torno a si protegían las ballenas o las cazaban, se creó una situación de dualidad al interior de dicha comisión que devino en lucha de intereses, imponiéndose al fin el interés económico, por lo que las ballenas siguieron siendo cazadas a un ritmo que –entre 1929 y 1979- hicieron desaparecer 2 millones de estos animales. Y claro, ese ritmo se incrementaría con la “mejoría” de los métodos de caza e industrialización “in situ”.

No obstante la creación de la Comisión Ballenera Internacional (1946) y el interés de algunas naciones-socias en controlar la caza, durante 30 años la matanza de ballenas continuó, llevándose poblaciones casi enteras. Por ejemplo, de la Ballena Azul –la mayor de todas- en la Antártida, de una población estimada en 250.000 al iniciarse la caza industrial, apenas quedan 1.000 ejemplares. De la “Ballena de Aleta” (rorcual), con una población estimada en medio millón de ejemplares para cuando se inició su captura, quedan hoy unas 20 mil.

En 1982, la Comisión Ballenera Internacional –CBI- decretó una moratoria a la caza de ballenas que se inició en 1986, la que tendría por duración 5 años. Más tarde, viéndose que la recuperación no ocurría como se esperaba, fue extendida hasta el 1991. Aunque las poblaciones de ballenas seguían un lento proceso de recuperación, dos de los efectos positivos de la moratoria fueron: la toma de conciencia del público en relación con el derecho a vivir de los cetáceos y el reforzamiento del movimiento conservacionista.

Uno de los grandes problemas ecológicos que había causado la caza de ballenas había sido el desequilibrio en la fauna marina, pues ocurría que cuando se agotaban las poblaciones de determinadas especies, como de la ballena azul, por ejemplo, se arreciaba la cacería contra otra especie, la “ballena de aleta” o rorcual, la que le sigue en tamaño a la ballena azul, lo que liberaba para crecer hasta los niveles de plaga a la fauna de que se alimentan estas ballenas, como está ocurriendo con el krill.

La última reunión de la CBI

La Comisión Ballenera Internacional -CBI-, en su última reunión celebrada en esta semana en Saint Kitts y Nevis (Caribe del Este), que fue la reunión número 58, decidió permitir a los países cazadores de ballenas –principalmente Japón- continuar con la cacería enmascarada como “propósito científico”, pero no levantó la prohibición de la caza de ballenas con propósitos comerciales.

Entre los países que apoyaron continuar con la caza de ballenas estuvo Nicaragua, en cuya capital de inmediato se produjeron manifestaciones de repudio, pues Nicaragua promueve el turismo de observación de ballenas en el balneario de San Juan del Sur. El ministro de Fomento, Industria y Comercio nicaragüense argumentó de la manera más estúpida, y en defensa de su gobierno, que las ballenas destinadas a ser cazadas no son las que pasan por Nicaragua, sino las que viven por otras partes del mundo.

La República Dominicana, por voz de su Secretario de Medio Ambiente, doctor Max Puig, expresó su respaldo a mantener la prohibición total de la caza de ballenas.

En principio se difundió erróneamente que la República Dominicana estaba representada en la reunión de los balleneros –aunque sin voz ni voto- por Carlos Michelén, de la Secretaría de Estado de Relaciones Exteriores. Pero Michelén asiste actualmente a una actividad sobre oceanografía en París, Francia.

Dominicana no es miembro de la Comisión Ballenera Internacional, pero debería serlo, pues bien conocida es la utilización de sus costas norte y noreste -principalmente del Banco de la Plata y de la Bahía de Samaná- como áreas de reproducción de las ballenas jorobadas, las que permanecen aquí desde diciembre hasta marzo todos los años.

Una equivocación de Greenpeace

Según el periódico digital español “El Mundo es, Ciencia y Tecnología”, la organización Greenpeace denunció que “Japón ha reclutado durante los últimos años para su causa a un total de 21 países, a cambio de pagos por valor de unos 300 millones de dólares. Entre las naciones receptoras de estos fondos están la REPUBLICA DOMINICANA, Granada, Panamá, Santa Lucía, Antigua y Barbuda, Saint Kitts y Nevis, Saint Vicente, Mali o Mongolia …”. Dice el periódico –en un artículo firmado por Olalla Cernuda- que Japón (y los demás países balleneros) “tienen prácticamente asegurada la mayoría en la reunión de este fin de semana de la Comisión Ballenera Internacional en la isla caribeña de Saint Kitts y Nevis. Frente a los nipones y su ‘corte’ de pequeños y paupérrimos países, dispuestos a cambiar su voto por unos miles de dólares en proyectos de inversión, se alzan Australia, Brasil, EEUU y Nueva Zelanda, principales defensores del santuario ballenero del Ártico”.

O sea, que además de colocar a determinados países como adalides de la conservación de las ballenas (y de los que conocemos sus otras posiciones con respecto al planeta) dicho periódico –y supuestamente también Greenpeace, nos tildan de “paupérrimo país” y de vender nuestro “voto por unos miles de dólares”.

Pues para que lo sepan Greenpeace, Olalla Cernuda y el periódico español “El Mundo es”, la República Dominicana no es signataria de la Comisión Ballenera Internacional, y por lo tanto no tenemos voz ni voto en sus deliberaciones. Por otro lado, la Secretaría de Estado de Medio Ambiente y Recursos Naturales, de la República Dominicana, hizo público su rechazo a la cacería de ballenas.

A nuestro entender, debe haber una respuesta desde la República Dominicana hacia dicho periódico para ponerle en autos de quienes están a favor y quienes están en contra de la matanza de ballenas.

Una industria insostenible

Existen algunos factores, tanto biológicos como económicos, que llevaron a la industria ballenera a destruir las poblaciones de ballenas una tras otra pese a que la industria dependía de la supervivencia de dichas poblaciones para su propio funcionamiento. Estos factores se han mantenido invariables y, en todo caso, las ballenas que aún habitan este mundo son todavía más vulnerables que antes debido a la degradación de los océanos por parte del hombre.

Pese a que los balleneros a menudo hablan de «pesca de ballenas», las ballenas son mamíferos y no peces, y su constitución biológica les impide ser tratadas de la misma manera que a los peces. En marcado contraste con la mayoría de las especies de peces que producen grandes cantidades de huevos, las ballenas se reproducen con mucha lentitud, ya que conciben únicamente un ballenato sólo cada uno o dos años. Luego el ballenato necesita más de un año de cuidados maternales antes de poder sobrevivir por sí solo, y le llevará muchos años llegar a la madurez y poder a su vez reproducirse. Es por estos motivos biológicos que las poblaciones de ballenas tardan mucho tiempo en recuperarse de la explotación comercial.

Además, es sumamente difícil contabilizar las ballenas con precisión o hacer suposiciones acerca de la salud de una determinada población. Los cálculos de población se realizan extrapolando datos de estudios y empleando fórmulas matemáticas destinadas a compensar la desigual distribución de las ballenas en los océanos y el hecho de que, desde las embarcaciones de estudio, los observadores sólo verán algunas de las ballenas de una zona determinada. Tales dificultades implican que hay muchas oportunidades de que se deslicen errores en los cálculos de los científicos y por eso la exactitud de muchos cálculos de población tiene un margen de error del 50 por ciento. Si a estos factores de suma la lenta tasa de reproducción de las ballenas, queda claro por qué es virtualmente imposible determinar las tendencias que subyacen a una población. Esa incertidumbre científica no hace más que subrayar la necesidad de adoptar un enfoque preventivo. De por sí sumamente vulnerables a la explotación comercial como consecuencia de sus rasgos biológicos, las ballenas se enfrentan ahora a un conjunto aplastante de amenazas ambientales producto de la acción humana. Hay cada vez más pruebas que muestran cómo perjudican a las ballenas el cambio climático, la disminución de la capa de ozono, la contaminación tóxica y auditiva y la escasez de presas producto de la sobrepesca.