Gilberto Eleazar Montás Bazil

Gilberto Eleazar Montás Bazil

Después de enfrentarse al CEFA en el puente Duarte, viajar a San Cristóbal a buscar armas y refuerzos humanos, Gilberto Eleazar Montás Bazil incursionó en la parte norte de Santo Domingo, durante los inicios de la Revolución de Abril. “Estuve con el pueblo y los Hombres Rana tirando por el cementerio, por la María Montez. Fue una batalla muy ruda, de cualquier tumba te salía un soldado, ahí estaba todo el mundo”.

Herasme Mercedes, “un Rana y dos o tres soldados confiscamos un carro de la Marina. Yo lo manejaba. Entramos al Palacio Nacional a buscar armas y ahí no había nadie. Sacamos fusiles, ametralladoras, armas cortas… Dejamos tanques con ruedas de goma y de ahí bajamos al parque Independencia”, relata Eleazar, quien visitó por unas semanas la República Dominicana, pues desde su destierro en 1966 se quedó a residir en Bruselas.

Aún conserva la fogosidad de ese momento. Asume posiciones estratégicas para ilustrar sus relatos. Es detallista y aunque no tiene los hechos organizados cronológicamente, retrocede en la narración para exponer situaciones o personas pasadas por alto.

Posteriormente peleó con valor en Santa Bárbara “haciendo frente a todo el que nos tiraba”, añade.

En la Nouel con Palo Hincado encontraron a Manuel Ramón Montes Arache, a quien dice buscaban los de la Marina, y este les ordenó formar un comando en el muelle.
Ya Eleazar había estado presente en el asalto a la fortaleza Ozama a la que incursionó por el Instituto Cartográfico junto a Ubiera Padua, haciendo prisioneros “a muchos policías”.

Asediado a cada instante por los interventores y militares criollos, sobrevivió en el muelle junto a cuatro Hombres Rana, uno de ellos llamado Alcides, y el oficial Herasme Mercedes, de la Marina.

Como debía, además, controlar los robos en la Aduana, asignó la custodia de la primera puerta a su primo Enrique Montás Sepúlveda, cadete. Pese a algunos arrestos de asaltantes, que llevaron a Diego Guerra, jefe de seguridad, terminó ordenando proporcionar leche en lata y chocolate a mujeres que los saqueaban y que habían denunciado, y a miembros del comando de POASI. “Después esas mujeres nos cocinaban”.

Sin embargo, habían pasado largos días de hambre a causa del indetenible fuego “hasta que Nuria, exesposa de Milvio Pérez. nos llevó harina sancochada en una lata de aceite de maní, la dejaba rodar y llegaba donde estábamos”. Su primo Enrique fue herido en un brazo.

Montás Bazil fue también el superior de un Comando Móvil creado con instrucciones de evitar que se maltratara a los presos que tenían las demás unidades “pensando que hacían bien”. En este le acompañan “Sanchito, Vargas Luna, teniente de navío, y Lara”.

Confiscó un auto Ford color vino, “que manejaba Sanchito, de San Francisco de Macorís”, un jeep y un camión de la Aduana. La suerte y el combatiente Darío Molina lo salvaron de morir en los sangrientos tiroteos del 15 y el 16 de julio, pues en el momento “en que tiraban con morteros y de todo”, revisaban las piezas del encendido de los vehículos y estos los cubrieron al igual que los camiones. “Darío me tiró por unos hoyos y yo vine a salir a La Atarazana. Seguíamos tirando, pero a la cieguita. Tú respirabas y era un balazo lo que recibías”, comenta. Volvió al Depósito el 16, al cesar los tiroteos.

Asalto al Palacio Nacional. Previo al asalto recibió instrucciones de Héctor Lachapelle, en el parque Independencia, “de ir a recuperar heridos americanos en la 30 de Marzo casi esquina Callejón Imbert. Me dirijo a Montes: ¿Qué hago? Porque la cantidad de tiros era enorme. Él contestó: ¡Hágalo!”.

“Entré en la callecita, puse el jeep de reversa, coloqué un Rana al revés y otro a mi espalda”, manifiesta mientras actúa como entonces, y explica: “Cuando vas manejando, al primero que tratan de matar es al conductor. Me agacho, llego a los heridos, los tiraron al vehículo y me ordenaron llevarlos al hospital Padre Billini con el encargo: ¡Cúrenlos, pero los necesitamos vivos!”.

Narra que Caamaño se molestó “porque los soltaron”, ya que podían “servir como monedas de cambio”.

Entonces relata su actuación en la toma de la sede del Gobierno contrarrevolucionario. “Vengo bajando de San Carlos y oigo un tiroteo, cruzo por el callejón Imbert, me uno a la columna de ataque, dejo el jeep, voy con dos hombres Rana, me coloco en la acera izquierda de la 30 de Marzo y Montes Arache está en la otra esquina y hace un gesto y pide que avanzáramos. Avanzamos”.

“Cuando pasamos había un fuego inmenso, muy nutrido, me hirieron en el antebrazo”.
En una ambulancia repleta de heridos y muertos, agrega, lo llevaron al teatro Paramount, que servía de hospital de campaña “y ahí me curó Persio Bencosme”.
Con dolor inocultable recuerda que entre los más lesionados estaba el mártir Euclides Morillo, al que “le llevaba agarrada la quijada” prácticamente destrozada.

Refiere “el chigote de sangre caliente” corriendo por su rostro, la entrada a saltos en la galería de una vivienda cercana y su grito: “¡Me hirieron!”. Recibió dos balazos en el antebrazo izquierdo y después de los primeros auxilios se refugió donde su tía Mercedes en la calle Espaillat. Ya curado volvió al Comando Móvil. Después se reportó al campamento 27 de Febrero pero debió salir y estar prácticamente clandestino hasta su salida del país, no sin antes demostrar su arrojo en los trágicos acontecimientos del hotel Matum.

Héctor Lachapelle lo esperaba en Bruselas. Estudió matemáticas en la Universidad Católica de Lovaina y francés en Wavre. Trabajó en una empresa de la Marina Mercante como ingeniero de máquinas y luego creó una cadena de medianos supermercados, ya desaparecida. Está retirado. Al principio era emisario de correspondencias entre Bosch, Caamaño y Pedro Mir, dice.

“Casi siempre que iba a París, Caamaño se paraba en Bruselas a hablar con nosotros, especialmente con Lachapelle”, manifiesta y refiere reuniones en Francia entre el líder de abril, Héctor Aristy, Máximo López Molina, Chino Ramos Peguero “y todos los militares constitucionalistas, que tenían como objetivo, revela, “organizar el regreso”.
Recuerda que en uno de esos encuentros el profesor Juan Bosch preguntó por dónde entrarían a la República Dominicana y Caamaño le respondió: “Por la bahía de Ocoa”.
Para Eleazar la Revolución fue necesaria aunque opina que aún no se han logrado las metas por las que se enfrascaron en el movimiento.

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