Gilberto Herrera,  gineco-obstetra
de gran valía que languidece

Gilberto Herrera,  gineco-obstetra<BR> de gran valía que languidece

Una isquemia cerebral lo dejó sin habla pero como no le interesó el centro de la palabra articulada, pudo recuperar la voz.

Sin embargo, quedó completamente impedido para caminar y, aunque gracias a doña Mary Pérez de Marranzini hace ejercicios y terapia, sólo tiene movilidad en silla de ruedas.

Lleva alrededor de cuatro años de terribles sufrimientos, “completamente tullido, inválido”, y el dolor se incrementó cuando su esposa  sufrió una caída y se fracturó la cadera.

El reputado cirujano gineco-obstetra Gilberto Herrera Báez sólo conservó milagrosamente su impresionante lucidez mental y la capacidad de expresarse.

En su asiento móvil recorre con dificultad la casa que ahora tiene en venta porque su único ingreso, una pensión “poco honorable”, es insuficiente para cubrir las necesidades de los padecimientos de ambos. “Mi situación es muy difícil”, comenta.

 Desea vivir con más dignidad y holgura los años que le quedan por vivir y está dispuesto a desprenderse también de su rica y singular biblioteca especializada en asuntos dominicanos, abundante en biografías de dictadores y tiranos, entre otros tópicos, y de la valiosa colección de inmensos y bien logrados óleos que le pintó su tía Genoveva Báez Lavastida, verdaderas reliquias que adornan todos los ambientes de su amplia residencia de Gascue.

Su hoja de servicio.   Don Gilberto, ahora delgado, pálido por el encierro, de hablar lento y audición limitada, encanecido completamente, no sólo fue un consagrado e innovador médico.

Impartió  cátedras en las universidades Autónoma de Santo Domingo, Nacional Pedro Henríquez Ureña y Central del Este y  fue eficiente servidor público. Se entrenó y especializó en Canadá y Estados Unidos e introdujo nuevas técnicas en la profesión que le merecieron reconocimiento colectivo.

Salvó la vida de innumerables parturientas que llegaron afectadas de graves hemorragias a la emergencia de los centros de salud donde sirvió.

 Conserva en carpetas el recuerdo de antepasados ilustres, como Eugenio Deschamps, Damián Báez, su propio padre, y un manojo de comunicaciones que intercambió con Juan Bosch, Joaquín Balaguer, a quien hizo campaña y ayudó a ser Presidente en 1966, y con quien terminó disgustado, así como con otras figuras prominentes de la educación, la Iglesia, la política.

Tiene en la vivienda su oficina y sus añosos mobiliarios de caoba y una inmensa pena por la ingratitud, el olvido, la soledad que le acompañan en estos casi 93 años de los cuales han sido martirio los últimos cuatro.

 En algunas correspondencias hay expresiones de gratitud por aportes que hizo de su bolsillo para proyectos rurales, educativos, científicos, católicos.

El facultativo, que en 1961 cambió el nombre a la maternidad “Julia Molina viuda Trujillo” por el de “Nuestra Señora de la Altagracia”, de la que fue director largos años,  recibió de ese centro de salud un diploma, que exhibe satisfecho, en homenaje a su labor y por “haber sido el introductor de la técnica quirúrgica de la cesárea segmentaria”. Fue el segundo director de ese hospital. El primero, dijo, fue Ángel Messina.

Allí salvó de la muerte a futuras madres, impidiendo daños “en el cuello uterino que a veces se obstruía y traía tragedias”.

Y tanto en la Maternidad como en la práctica privada trajo alegría a mujeres que llevaban años buscando tener hijos, aplicándoles procedimientos de “insuflación tubaria” consistentes en la introducción de un tubo de dióxido de carbono para eliminar adherencias que impedían la procreación, explicó.

Los ideales.  Esos recuerdos están vivos en la memoria  y en apuntes sobre su trayectoria que ha ido escribiendo este profesional de temperamento enérgico, que se exalta cuando condena injerencias extrañas en asuntos dominicanos. “¿Con qué derecho? ¿Tú crees que esto es una República? No hay un país más intervenido por Estados Unidos.

Ahí está el Golpe de Estado a Juan Bosch, que no era ningún comunista, ahí está la intervención americana de 1916”, exclama al comentar situaciones del día y considera que representantes extranjeros se comportan “como si fuéramos una colonia de los yanquis”.

Origen familiar.   Nació en San Pedro de Macorís el 12 de marzo de 1919, hijo de Porfirio Herrera Velásquez e Irene Báez de Herrera. Allí estudió con  Casimira Heureaux y en el colegio de Altagracia (Tatá) Domínguez, y concluyó bachillerato en La Normal Presidente Trujillo de la Capital, y se graduó de médico general en la Universidad de Santo Domingo, en 1950.

Al regresar de sus viajes para la especialidad fue nombrado director de la Maternidad y al mismo tiempo atendía pacientes privados en su clínica “Herrera Báez” que en poco tiempo resultó pequeña y se trasladó a un consultorio en la avenida Independencia. Luego se estableció en el Centro Médico Nacional (UCE) hasta su retiro a los 80 años.

Casó con Sigried Franco, de Santiago de los Caballeros, madre de sus hijos Porfirio (fallecido) y Gilberto, médico gineco-obstetra.

Trabajo en el Gobierno.   En la administración pública también ocupó las funciones de ministro de Relaciones Exteriores, embajador extraordinario y plenipotenciario que representó al Gobierno dominicano en la proclamación de la independencia de Barbados, Secretario de Estado de Salud Pública y Asistencia Social, secretario de Estado sin cartera, miembro de la Comisión Nacional de Desarrollo, encargado de Asuntos Económicos de la Secretaría de Relaciones Exteriores, inspector general de Hospitales del Estado, entre otras.

De sus vínculos con Balaguer dice que “quedamos mal, porque no fue sincero con Francisco Augusto Lora” y confiesa no tener simpatías ni sentimientos con el exgobernante por la forma en que trató a quien le hizo campaña junto a él durante cuatro años. “Tuvo que irse de la vicepresidencia, por un desaire”.

Tampoco le agradó que Balaguer le invitara una vez a bajar del ascensor  porque el mandatario iba “con dos matones” de su régimen, ni que le nombrara en la Cancillería siendo él médico. “Porfirio, mi hermano, fue el que se preparó para eso”, le argumentó, pero Balaguer tenía compromisos con otra persona para la cartera de Salud Pública, narró.

Su vida ahora.   Nostálgico, ávido de conversación, empujando su silla de ruedas por la espaciosa vivienda, recibiendo terapia, escribiendo, leyendo, pasa don Gilberto los días.

Es un gran crítico del acontecer que repasa invariablemente lo que se publica en Hoy. “He sido defensor de mi país. Tengo 92 años, no me importa morir porque me maten”, expresó con indignación.

 Lamenta el escaso monto de la pensión que le asignó el doctor Leonel Fernández, 50 mil pesos, y enfatiza: “Con eso no se vive. He sido un hombre de mi casa, no he llevado una vida inmoral. Es injusto, cuando a otros les dan pensiones muy lucrativas. Yo sólo deseo que me la mejoren, pero, si vendo mi casa, no estaría buscando pensión alguna”.

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