Gimbernard, el paradigma

Gimbernard, el paradigma

Sé que es difícil – aunque no imposible – transferir valores morales y éticos, cuando las sociedades se norman hoy más por las apariencias, por lo material, que por el ser del individuo.
Resulta casi una proeza encontrar desprendimiento, solidaridad y sentir del dolor ajeno, en un mundo tan amenazado por el individualismo.
En Jacinto Gimbernard descubrí un ser excepcional, un dominicano de otros tiempos, una persona con una visión diferente del mundo.
Le comencé a tratar a principios de la década de los 80, en el Listín Diario, en cuyas páginas mantenía regularmente sus orientadores artículos.
Sencillo, afable en el trato hasta lo indecible, nunca se vanagloriaba de su sapiencia, de haber alcanzado la gloria como concertista nacional e internacional, y embajador del país que tanto amó.
Sus conocimientos, en algunas de las áreas que dominaba, los adquirió entregado a la investigación, al estudio acucioso no solo de la música que era su mundo, sino también de la historia, de la literatura, de la pintura, de las lenguas extranjeras.
Cuantas veces nos visitaba en este diario, donde luego coincidimos al pasar de los años, rememorábamos las anécdotas de su padre, Don Bienvenido, algunas de las cuales recogía en sus semanales artículos en Hoy.
Estricto cumplidor del deber, nunca faltó a sus citas con los lectores de sus artículos en este diario, aún después de que su estado de salud deteriora, lo cual le mantuvo fuera de las actividades cotidianas por unos meses.
La desaparición física de este artista clásico, que dejó una parte de su sapiencia a nuestra gente, deja un enorme vacío en una sociedad que lo que más requiere hoy son hombres y mujeres de bien, desprovistos de resentimientos y de vanidades pasajeras.
¡Paz eterna a este gran y excepcional dominicano!
Hará enorme falta a todos sus familiares, a sus amigos, a los lectores y a todos cuantos abrevaron en sus amplios conocimientos y en su humilde proceder.

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