Gimnasios para calistenia cerebral

Gimnasios para calistenia cerebral

POR HAMLET HERMANN
La complejidad de la vida moderna y los controles diversos de la natalidad han hecho que la población de tercera y cuarta edades vaya siendo más abundante cada día. En la mayoría de las naciones, “los viejos” son más que “los jóvenes”. Simultáneamente se han ido haciendo más frecuentes los casos de personas con pérdidas sensibles de memoria y hasta con demencia senil.

Por tal razón, una nueva forma de miedo se va apoderando de las personas de avanzada edad: el miedo a olvidar, el temor a no recordar lo que merece ser recordado y la abrumadora expectativa ante el ridículo que se puede enfrentar.

Vista la creciente abundancia del deterioro mental muchas organizaciones están poniendo especial atención a lo que podría llamarse calistenia cerebral. Si en la modernidad se considera como imprescindible ejercitar el cuerpo en un gimnasio ¿por qué no ponerle tanta o más atención al cerebro y a la elaboración de ideas? La responsabilidad por este desequilibrio recae sobre la cultura occidental que nos rige. Para desempeñarse en un medio donde lo fatuo y la trivial predomina ¿para qué entrenar el cerebro y ser así más inteligente? La inteligencia no hace falta para ser político prominente ni para ganar concursos de belleza, femeninos y masculinos.

 Se puede ser Ministro de cualquier gobierno aunque la estupidez se transpire en cada decisión. Aquellos personajes que nuestra sociedad presenta como símbolos del éxito, casi ninguno se destaca por su cociente de inteligencia sino por su inescrupulosidad a la hora de tomar decisiones políticas. Todo lo contrario a lo que la lógica establece, lo que hay que ser en este mundo es un buen simulador y aparentar lo que realmente no es.

Por ese desprecio hacia la inteligencia del ser humano es que llama la atención que en algunos países industrializados se estén desarrollando programas para alcanzar la eterna juventud mental. Se han establecido gimnasios cerebrales que tratan de diversas maneras de evitar la potencial pérdida de la memoria y alejar la demencia senil. “Ame su cerebro”, dicen algunas agencias que atienden a los envejecidos.

 Éstos promueven campos de entrenamiento para el mejoramiento mental así como los peloteros realizan sus preparaciones primaverales antes del inicio de las temporadas deportivas. Y no es difícil lograrlo. Con juegos de matemática simple, a través de conteos de sílabas, con actividades que apelan a la memoria y lecturas en voz alta, la corteza pre-frontal del cerebro se activa y ejercita. Es como poner a sudar la materia gris del cerebro para acabar con la haraganería mental. Resulta tan sencillo leer en voz alta pasajes enteros de obras históricas.

 Así el nivel de comprensión se eleva sin que nos demos cuenta. Educamos la voz, el oído, la atención, el ritmo cerebral se ordena y nos vamos convirtiendo en un ser más completo. Sin duda, la mejoría la comprobaremos cuando los demás nos lo hagan saber con expresiones de asombro. Escuchar nuestra propia voz es igual que servir de profesores de nosotros mismos y a esto le prestamos nuestra mayor atención. No hay que olvidar que la mejor forma de aprender es enseñando y si es a nosotros mismos a quien enseñamos, mucho mejor.

¿Qué mejor ejercicio para la memoria que reunirse con un familiar o amigo cercano a revisar fotografías en blanco y negro y recordar los episodios asociados a cada una? ¿Qué espacio inmenso se nos abre cuando escuchamos con detenimiento la música aquella que adornó nuestras principales emociones de la adolescencia y de la juventud? ¿Puede alguien encontrar mejor detonante de la memoria que el olor de un perfume que se disipó en la gaveta donde guardamos aquel pañuelo impreso por labios ajenos?

Es cierto que ser inteligente ya no cuenta tanto en esta sociedad moderna de la mentira y la traición. Se puede ser hasta Presidente de la nación más poderosa del mundo aún cuando las demostraciones de estupidez sean cotidianas y soportables sólo por su repetición infinita. Por eso hay que ejercitar el cerebro. Amemos nuestro cerebro y así hagámosle saber a los políticos que los dominicanos no somos tan estúpidos como ellos creen que somos.

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