Gioconda Belli: “El infinito en la palma de la mano”

Gioconda Belli: “El infinito en la palma de la mano”

Gioconda Belli

La novela de 238 páginas y 31 capítulos a grandes rasgos, comienza en el Paraíso con la creación de Adán; luego muestra la causa y el efecto de la expulsión del Edén y, finalmente, su vida fuera del paraíso, el nacimiento de sus hijos, la vida y sus sufrimientos y el camino de vuelta al hogar de Aklia, hija de Eva. A lo largo de la novela la autora accede desde su imaginario a las acciones, pensamientos y soledad de Adán y su necesidad de compañía. En cuanto al Otro (Dios), la voz narradora omnisciente, refiere que Adán…

“De vez en cuando se giraba de súbito esperando sorprender al Otro cuya presencia era más leve que el viento, aunque se le parecía. El peso de su mirada, sin embargo, era inequívoco. Adán lo percibía sobre la piel igual que la luz inalterable que envolvía constantemente el Jardín y que alumbraba el cielo con un aliento resplandeciente” (Belli, 2008, p18).

Sin demora, cuando reparamos en la descripción del primer sueño de Adán y la aparición de Eva se hace en extremo notoria la poética manera de narrar de la escritora. Mucha de su prosa resulta más poética, metafórica y cautivadora que algunos de sus versos puros, lo que la provee de un encanto especial:

Lo invadió una modorra sedosa y mullida. Se abandonó a la sensación. Más tarde recordaría el cuerpo abriéndosele, el tajo dividiéndole el ser y extrayendo la criatura íntima que hasta entonces habitara su interior. Apenas podía moverse. El cuerpo en su encarnación de crisálida actuaba sin que él pudiese hacer nada más que esperar en la semi-inconciencia lo que fuera que sobrevendría. Si algo tenía claro era el tamaño de su ignorancia, su mente llena de visiones y voces para las cuales no tenía ninguna explicación. Dejó de interrogarse y se abandonó al peso de su primer sueño (Belli, p.19).

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Resulta revelador el que advirtamos la importancia de la frase: […] “dividiéndole el ser y extrayendo la criatura íntima que hasta entonces habitara su interior”, lo que supone que Eva ya existía en potencia dentro de Adán. “Pensando y enredando sombras” (como diría Pablo Neruda en su poema 17) nos llama la atención la frase pues en realidad en el embrión humano los rudimentos de la gónada aparecen en el mesodermo intermedio durante la cuarta semana de desarrollo, y a partir de esta semana entra en un estadio potencial o de indiferenciación en el que ocurre el desarrollo de la gónada y en donde al estar indiferenciada no posee ni características femeninas ni masculinas hasta la séptima semana. Visto esto y entendiendo que la potencialidad estaba impregnada en el embrión toma sentido la frase de la Biblia “varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).

El turbamiento y contento que le crea la presencia de Eva aparecida (creada) mientras dormía; los cuestionamientos que surgen a partir de una existencia donde se tiene todo, incluso un tiempo infinito, pero sin la libertad de hacer, de ser como se quiera ser, una vida aparentemente feliz, pero sin sentido, monótona y repetitiva. Vivir para siempre, haciendo lo mismo, pero con límites. ¿Qué sentido tiene? Ya Borges lo explicó plenamente en el primer cuento del Aleph titulado El inmortal:

“Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal…” Y así, páginas después, continúa diciendo “Entre los inmortales cada acto (y cada pensamiento) es eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los inmortales…” (Borges, 2017, p. 23).

La Eva de Gioconda Belli, es un ente independiente, una mujer inquisidora, que tiene revelaciones, que imagina, la que tiene presentimientos, la que escapa al control de su creador, la que constantemente se hace preguntas propias de un racionamiento superior y luego las comparte con Adán que parece sorprenderse de las interpelaciones de Eva, su atrevimiento, falta de miedo, fuerza vital, pero, sobre todo, ante su imperioso deseo de saber, de encontrar respuestas: causas primeras que justificasen lo que estaban viviendo. Y es que el ser humano necesita emociones, requiere y busca provocarse una vida intensa, la certeza lo aburre. Él también quería conocer las respuestas, pero no sentía la premura ni la necesidad absoluta de hacerlo. Eva (la de G. Belli) con todo, prefiere cualquier cosa, antes que mantenerse en la oscuridad de la falta de conocimiento y así pregunta ante las dudas y los conflictos internos que surgen en ella: ¿Qué hacemos aquí; porque Elokim (Dios) nos creó?; ¿Cómo sería una libertad sin límites? Cuestiona las acciones, requerimientos y órdenes de Elokim, quiere saber qué hay detrás de cada una de ellas; se pregunta, ¿por qué un dios creador pondría un árbol de fruto prohibido a la vista de quienes no debían comer de su fruto?; ¿Cuáles eran sus intenciones?; ¿por qué planificar todo de esa manera?; ¿Quién era aquella serpiente; ¿por qué sabía tanto?; ¿acaso era el mismo Dios?; ¿Qué significaban los paradójicos consejos de la serpiente? Eva tenía la necesidad imperiosa de conocer las motivaciones de Elokim y de la serpiente, conocer… ¿Qué pasaría si se les ocurría comer del fruto prohibido? Adán lucía más tranquilo, menos preocupado. En el paraíso Eva era la líder, Adán sencillamente la seguía en su búsqueda…

Su deseo de romper con los límites que le imponía el Paraíso, su búsqueda obsesiva de una libertad que le permitiera encontrar la verdad, las respuestas a todas sus preguntas, sobre todo acerca de Elokim y el fruto prohibido, la llevaron a tener múltiples visiones. Una de ellas fue la siguiente:

“Eva se acercó al borde del agua sus pies la llevaron ribera abajo. El agua del río era limpia y entre las rocas brillaban las escamas de peces multicolores. […] Un burbujeo ascendió súbito del fondo y un ojo salido de quién sabe dónde abrió sus párpados, la miró y al hacerlo le concedió ver a través del tembloroso cristalino imágenes fascinantes y vertiginosas en las que ella mordía el higo y de ese minúsculo incidente brotaba una espiral gigantesca de hombres y mujeres efímeros y transparentes que se multiplicaban, se esparcían por paisajes magníficos, sus rostros iluminados con gestos y expresiones incontables, sus pieles reflejando desde el brillo de los troncos húmedos hasta el pétalo pálido de los rododendros. Alrededor de ellos surgían formas, objetos sin nombre entre los que se movían con aplomo y sin prisa, inquisitivos y curiosos, persiguiendo una multiplicidad de visiones que se ramificaban a su vez mostrando honduras, estratos de símbolos incomprensibles sobre cuyo significado argüían enfrascados en ruidos y armonías confusas, pero cuyo eco resonaba en el interior de ella como si, al desconocerlos, los conociera” (Belli, 2008, p. 34).

Este ensayo es parte del trabajo publicado en Plenamar.