Globalización y medio ambiente

Globalización y medio ambiente

AMPARO CHANTADA
A una década de los principios del ecodesarrollo, los países del tercer mundo –América Latina evidentemente–, se vieron atrapados en la crisis de la deuda, la inflación y la recesión económica. La recuperación del crecimiento apareció como una prioridad. En este proceso se configuraron los programas neoliberales de diferentes países, al tiempo que  los problemas ambientales se hacían mas complejos y empieza a caer en desuso el discurso del ecodesarrollo y a ser suplantado por la retórica del pago de la deuda y de una de sus modalidades, el canje por naturaleza.

En ese momento, nos opusimos al canje de deuda por naturaleza y hoy se hace necesario una evaluación de esas operaciones que fueron unas de esas tantas  modalidades que tienen algunos sectores de auto capitalizarse. Poco después, apareció el concepto de desarrollo sostenible. Si bien muchos de los principios de ambos discursos son afines, las estrategias de poder del orden económico dominante van modificando el discurso ambiental crítico para someterlo a la racionalidad del crecimiento económico (Enrique Leff).

A solicitud del secretario general de las Naciones Unidas se constituyó la Comisión mundial sobre medio ambiente y desarrollo para evaluar los procesos de degradación ambiental y la eficacia de las políticas ambientales para enfrentarlos. La Comisión publicó sus conclusiones en 1987 en un documento titulado Nuestro futuro común, conocido también como el informe Bruntland. Ese informe reconoce las disparidades entre naciones y la forma como se acentúan con la crisis de la deuda de los países del tercer mundo. Al mismo tiempo, busca un terreno común donde plantear una política de consenso capaz de disolver las diferentes visiones e intereses de países, pueblos y grupos sociales que plasman el campo conflictivo del desarrollo sostenible. Así empezó a configurarse un concepto de sustentabilidad como condición para la sobrevivencia del género humano, buscando un esfuerzo compartido por todas las naciones del planeta. De allí se definió la sustentabilidad como el proceso que permite satisfacer las necesidades de la población actual sin comprometer la capacidad de atender a las generaciones futuras.

La sustentabilidad ha llevado a propugnar por un crecimiento sostenido, sin una justificación rigurosa acerca de la capacidad del sistema económico para internalizar las condiciones ecológicas y sociales de equidad, justicia y democracia en este proceso. La ambivalencia del discurso de la sustentabilidad surge de la polisemia del término sustainability, que integra dos significados: el primero, traducible como sustentable, implica la internalización de las condiciones ecológicas de soporte del proceso económico; el segundo aduce a la sostenibilidad o perdurabilidad del proceso económico mismo. La sustentabilidad ecológica es condición de la sostenibilidad del proceso económico. Sin embargo, el discurso dominante afirma el propósito de recuperar y mantener un crecimiento económico sostenible, sin explicitar la posible internalización de las condiciones de sustentabilidad ecológica mediante los mecanismos del mercado. 1992 marcó también los 500 años de la conquista de los pueblos de América Latina, de la colonización cultural y de la apropiación capitalista del ambiente y los recursos que fueran el hábitat de los pueblos prehispánicos. En esas Celebraciones, se  fraguó una nueva conciencia de los pueblos indígenas respecto a sus derechos a autogestionar los recursos naturales donde han coevolucionado sus culturas. Melisa Lugo, planificadora ambiental peruana, trabaja la integración de esas estrategias para la formulación de nuevas prácticas ambientales, efectivamente sostenibles.

Como lo afirma y describe Enrique Leff en varias obras, las estrategias de apropiación de los recursos naturales en el marco de la globalización económica han transferido sus efectos de poder al discurso de la sustentabilidad. Ante la imposibilidad de asimilar sus propuestas críticas, la política del desarrollo sostenible está desactivando, diluyendo y pervirtiendo el concepto de ambiente. Si en los años setenta la crisis ambiental llevó a proclamar el freno al crecimiento antes de alcanzar el colapso ecológico, en los años noventa la globalización económica aparece como su negación: hoy el discurso neoliberal afirma la desaparición de la contradicción entre ambiente y crecimiento. Se propone así al mercado como el medio más certero para internalizar las condiciones ecológicas y los valores ambientales al proceso de crecimiento económico. En la perspectiva neoliberal, los problemas ecológicos no surgen como resultado de la acumulación de capital. Al contrario, suponen que al asignar derechos de propiedad y precios a los bienes comunes, las leyes del mercado se encargaran de ajustar los desequilibrios ecológicos y las diferencias sociales.

La ideología del desarrollo sostenible desencadena así la inercia del crecimiento, niega los límites del crecimiento para afirmar la carrera desenfrenada hacia la muerte entrópica. Si las estrategias del ecodesarrollo surgieron como respuesta a la crisis ambiental fundada en nuevos valores éticos y sentidos existenciales, la geopolítica de la sustentabilidad opera como una estrategia fatal, como una precipitación hacia la catástrofe. Aparecen los mega proyectos, los divos-proyectos, las adecuaciones de los territorios a los deseos sin limites de la industria turística, del sector industrial petrolero, del sector del  transporte marítimo, de los puertos-aduaneros y la competencia entre grandes multinacionales involucraron continentes enteros, desafiando las leyes de la naturaleza y los frágiles ecosistemas costeros.

Esto lleva a interrogarnos sobre la posible sustentabilidad de una racionalidad económica que tiene el impulso hacia el crecimiento, pero que es incapaz de detener la degradación entrópica que genera. Frente a la conciencia generada por la crisis ambiental, la racionalidad económica se resiste al cambio, induciendo una estrategia de simulación y perversión del discurso de la sustentabilidad. El desarrollo sostenible se ha convertido en un señuelo que burla la percepción de las cosas y nuestro actuar en el mundo y se inscribe así en una política de representación, que disuelve las identidades culturales y el valor de la vida para asimilarlas a una lógica, a una estrategia de poder para la apropiación de la naturaleza como medio de producción. En ese marco, la selva amazónica es valor de la humanidad y  no de los pueblos indígenas que vivieron en simbiosis con ella desde tiempos inmemoriales. Por una parte, hay que preservarla, pero por otra, las grandes compañías madereras, mineras y de transporte la involucran en un gran proceso de “desarrollo económico”. ¿Esto es sostenibilidad ambiental? En este sentido, las estrategias de seducción y las formas de simulación del discurso de la sustentabilidad constituyen el mecanismo extraeconómico por excelencia de la posmodernidad para la explotación del individuo y de la naturaleza.

Ese es el discurso que sustentan los promotores de los nuevos proyectos, que desde mega puertos, enclaves turísticos, marinas y la “Isla Artificial”, no, no, no. no…¡contribuyen en nada al deterioro ambiental , al contrario, son el sustento de la sostenibilidad! Aberración del pensamiento, catástrofe ambiental y cultural, eso es la Isla artificial frente a nuestra ciudad colonial donde se cementan las memorias de cinco siglos de identidad dominicana, pasando por Ovando, Drake, Penn y Venables y los actos históricos de 1965. ¿Adónde están nuestros funcionarios, supuestos intelectuales, de la UNESCO, de las Embajadas en Europa, para defender su patrimonio, su identidad? ¡Despierten de su sofá, sacudan sus cómodas posiciones en países donde no se ven esas cosas! … Hablen, defiendan su identidad, despierten, que aquí no podemos permitir un arrendamiento por 99 años, de un ghetto isleño frente a nuestras vicisitudes….

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