Gobernantes que necesitamos versus los que merecemos

Gobernantes que necesitamos versus los que merecemos

Rafael Acevedo Pérez

Nunca me gustó la política. En broma he dicho que si fuera gobernante metería preso a todo el mundo, empezando por mí mismo; e iría dando libertad a los que demostrasen su inocencia, o justificasen sus acciones malas o dudosas. Obviamente, eso no sería políticamente correcto en países como el nuestro.

En algún momento Danilo Medina llegó a tener 92% de aprobación, el índice más alto de toda América. Otros gobernantes han tenido alta aprobación. Los dictadores, incluido Hitler, como también los gobernantes demócratas contratan estrategas y medios de comunicación para condicionar la opinión pública. Trujillo, temor aparte, también tuvo una alta popularidad.

Todo gobernante sabe que sus iniciativas y disposiciones, para ser eficaces necesitan de la aceptación popular. Y que para mantenerse en el poder debe convencer de su accionar a una alta proporción de ciudadanos, especialmente a sectores conservadores y oligárquicos, y a cuerpos armados. Balaguer no fue propiamente un dictador, pero gobernó en gran parte obteniendo el apoyo de los militares en base a prebendas.

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Somos un pueblo ineducado, funcionalmente analfabeto, pero con autoestima muy alta; creemos entenderlo todo, y disimular nuestra enorme ignorancia mediante el mecanismo de opinar sobre cualquier materia, especialmente sobre política.

Pero son muy pocos los que van a un “carguito” a trabajar con honestidad y eficiencia. Muchos maestros y una enorme gama de profesionales y funcionarios públicos aspiran a ciertos niveles de abundancia.

En cualquier país y continente, es en extremo difícil conseguir personas honestas y capacitadas que quieran dedicarse a la política, pues suelen preferir otras ocupaciones.

Habría que ser muy selectivos al buscar candidatos entre banqueros o empresarios, cuyo afán es crear riqueza propia, sin mayor interés en el bien de los demás. O acaso reclutarlos en las iglesias, entre líderes con pocas nociones sobre administración del Estado, pero que podrían estar inclinados a repartir recursos del Estado sin reparar en las consecuencias.

A pesar de tener notorias precariedades, nuestra democracia y nuestra economía aventajan a las de muchos países de la región. Y aunque somos demasiado propensos a regocijarnos cuando declaran nuestra bachata un “valor universal”, los dominicanos no aceptamos conductas extranjeras o extrañas que pretendan destruir nuestra idiosincrasia e identidad cultural.

Difícilmente un político llegará al poder diciéndole solamente verdades a un pueblo ignorante y carenciado; tampoco encontrará aliados poderosos que lo ayuden a llegar al solio sin ciertos compromisos con ellos.

Los desafíos que enfrentan nuestros países exceden nuestras capacidades como pueblos y ciudadanos. Lo mismo le ocurre a cualquiera de nuestros gobernantes y aspirantes a la presidencia, por serios y capacitados que sean.

Debemos sopesar y moderar nuestras inclinaciones al consumismo desaforado, intentando ser más sobrios en nuestro accionar político; dejando atrás hábitos culturales perversos y examinado cuidadosamente nuestras limitaciones como individuos y como país, siendo realistas y honestos en cuanto a demandas y conductas políticas.

Sepamos valorar a los candidatos y gobernantes que pueden mejorar nuestro país. Cuidémoslos, vigilémosles, ayudémosles. Y pidamos a Dios que no nos de el tipo de gobernantes que acaso merezcamos.

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