Gobernar, hablar, complacer

Gobernar, hablar, complacer

Durante 12 años, Joaquín Balaguer sedujo con su palabra, que ya no estaba encadenada. Justificaba las tropelías de su reino con retruécanos y metáforas. Jugó con políticos presos y presos políticos, con Jerjes y las Termópilas. Boabdil y Fidias, Homero y Augusto, aparecían al lado de los incontrolables y de la sedición, que jamás ocultó que enfrentaría.

A partir del año 1978 el discurso de los jefes de estado cambió. Una cosa es la campaña y otra la gestión. La oratoria de Peña Gómez, su embate, fue determinante para llevar al solio a don Antonio. Las conquistas del presidente Guzmán no necesitaron verbo y sus aciertos todavía se reconocen. El discurso de Jorge Blanco, huérfano de musicalidad, permitía que en el coloquio resultara mejor que en la tribuna.

En el 1996, advino Leonel Fernández para consagrarse como el último orador político. Tanto en campaña como en Palacio la oratoria le permitió justificar y también encantar. Después, la impronta del presidente Mejía. El “guapo de Gurabo” decidió ser su vocero, dueño de tinos y yerros, de agravios y descalabros. Entonces el reclamo era el silencio. El necesario. Para evitar más conflictos, para intentar calmar el enardecimiento provocado por la incontenible locuacidad del gobernante.

En el 2004 volvió el discurso mayestático. La cátedra que establecía distancia fascinaba, la erudición complacía. De nuevo la reivindicación de Castelar. El caso del presidente Medina Sánchez es distinto. Ocho años en la Cámara de Diputados validaron su condición de estratega, el hombre de pactos y amarres, el político conocedor de sus bases, logra la presidencia de la Cámara gracias al desempeño que le permitió el reconocimiento de adversarios y pares. Jefe de campaña de Leonel Fernández, luego poderoso Ministro y aspirante destronado, sabe que algunos no precisan el podio para convencer. Es su estilo y no le ha ido mal.

Bastó que el presidente de la Sociedad Dominicana de Diarios y director de “El Nuevo Diario”, expusiera la necesidad de un encuentro entre representantes de los medios de comunicación y el presidente de la República, para que los hacedores de consignas, ocupantes de la plaza pública, asumieran y distorsionaran la solicitud. Ahora, el kit de protesta incluye la exigencia de palabra. Que hable el presidente! es el grito liberador. Reclamo de los rectores del proceder ciudadano. Esos que mandan sin mandar pero medran, soplan y muerden. Cuando no los complacen, se desencantan, el hechizo se desvanece y aquello que era virtud deviene en vicio. Atrás queda la reivindicación de las oficinas de comunicación de Palacio, la importancia de voceros autorizados. La petición de institucionalidad pierde lustre. Poco importa la pauta constitucional. Quieren palabras e intromisión presidencial en otros poderes del Estado.

El mandatario habló en la XXXIII Reunión Plenaria de la COPPPAL. Los peticionarios del coloquio como espectáculo, no acogieron el discurso.

El artículo 128 de la Constitución dispone cuándo el Presidente, en su condición de jefe de Estado y de gobierno, debe rendir cuentas. Cualquier otro intento de comunicar es opcional y dependerá de las circunstancias. Complacer peticiones no es una premisa de la democracia. Ratifica el presidencialismo exigir solo al presidente responsabilidad y diálogo. El presidente tiene mucho poder, pero no todo.

La actitud del jefe de Estado no es casual, obedece a su “verdad política” esa que define Javier del Rey Morató – “Los Juegos de los Políticos”- como “lo que es útil”, conveniente. Verdad que no es piadosa, pretende persuadir. También expone al peligro y el Presidente parece que asume el riesgo. El estilo irrita a muchos que no logran sentar en las poltronas de sus terrazas al jefe de Estado para sugerirle cómo gobernar.

La demanda de tantos bienintencionados debe abarcar más, trascender el Ejecutivo, incluir al Poder Legislativo, Judicial, Municipal. La queja continuará, ahora con el espaldarazo clerical. Después del sermón falta el edicto de Embajada y la crónica de corresponsal. Quizás entonces complazcan peticiones, aunque gobernar es más que complacer.

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