Es implícita la admisión de que debe quedar atrás la acción recaudadora del Estado dominicano que se concentra en ingresos de la clase media y en el consumo que mide a ricos y pobres con la misma vara mientras logran escapar por ineficiencia del sistema muchas rentas altas y no se llega efectivamente a negocios de la sombra que acumulan riquezas sin compartirlas con el fisco.
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Al referirse a lo que viene por ahí -y pondría la piel de gallina a quienes preferirían seguir en lucros desmedidos y exentos de cargas- el ministro de Economía, Pavel Isa Contreras, adelantó como suscribiendo solemne compromiso con el pueblo, que la reforma fiscal en agenda será «progresiva»; que afectaría menos a los más pobres y «más a lo más ricos». Bonito idílico y extraño; aquí, donde tradiciones y usos siempre conducen a tratos injustos a los débiles a los que la inequidad azota.
Prometió un ajuste del gasto para que el déficit fiscal sea sostenible, algo que habría que ver para creer por esto de la desmesura de la burocracia criolla actual (la mayor proporcionalmente de la región) y la experiencia de que el Estado ha sido un pésimo administrador. Despilfarró la inmensidad de bienes heredados de Trujillo a través de unas tales CORDE (súper consorcio de empresas muy rentables) y CEA, un latifundio que sucesivos gobiernos derrocharon y todavía llegan más líderes y encuentran. Procede desear con vehemencia que estos cambios sustanciales en los tratos fiscales se conviertan en realidad. Con decisión y coraje.