¿Gobierno o caudillaje?

¿Gobierno o caudillaje?

El designio, parece inalcanzable, ha tomado más de cinco mil años a la humanidad, tratando de consolidar costumbres, armonizar voluntades y coexistir pacíficamente, sin que haya logrado compartir equitativamente los recursos que la naturaleza pone a disposición de las sucesivas generaciones, las cuales, época tras época ocupan el espacio natural que a todos corresponde.[tend]

Tantos milenios vividos de amplia, necesaria e inevitable convivencia social y el mundo no parece comprender que sus miserias las ocasiona el afán de unos por gobernar a otros, concitando envidias, venganzas y retaliaciones. Resulta difícil comprender cómo los regímenes, arbitrariamente, en vez de proteger y armonizar, abruman y maltratan las sociedades; la dejadez colectiva induce a que se impongan y mantengan perjuicios permanentes, como es el caso de tanto luto familiar, innecesario y gratuito, que ocurre en Oriente Medio; Estados Unidos, Inglaterra, España, Italia y demás naciones invasoras, mandan a matarse, como gallos de pelea, infinidad de individuos; a los pueblos se les arrea como rebaños de ovejas, dirigidos por opulentos pastores alojados en suntuosos palacios, erigidos y mantenidos a costa de apacibles gobernados que se avienen a la estrechez, la miseria impuesta y la lucha fratricida, no se permite al hombre vivir libremente y la humanidad es conforme con que se le menosprecie y maltrate. Cada día se aplica una nueva disposición, un nuevo impuesto, una nueva restricción o una orden nueva en contra de la libertad individual, sólo medidas entorpecedora del cotidiano intercambio, imprescindible para el desenvolvimiento de la vida diaria.

Un régimen dictatorial, oligárquico, socialista, popular, autocrático, democrático o como se llame, siempre y en todas partes es lo mismo, nada hace la diferencia entre la opulencia oficial que manda y la estrechez popular que los regímenes imponen a las sociedades gobernadas. ¿Hay verdadera necesidad que el mundo se maneje así? ¿Es acaso una copia de la gloria que, según la religión, Dios mantiene en el cielo? ¿Ha de estar la humanidad gobernada como en el cielo, sin que Dios provea y disponga lo que haga cada gobierno local? Dios permite el libre albedrío, no la interdicción que los regímenes mantienen. ¿Quién autoriza la opulencia oficial y da derechos exclusivos a los gobernantes sobre la modesta y pacifica ciudadanía? Una administración idónea y eficaz no necesita mansiones ni arrogantes déspotas, para disponer la necesidad coordinación entre departamentos y entidades administrativas, cuya única misión es aplicar normas sociales existentes, reconocidas y aceptadas por la humanidad.

¿Necesita el hombre un dios terrenal que le lleve de la mano, si el Dios eterno le deja libre?

Nadie, a menos que sea niño, minusválido o interdicto, necesita que le indiquen cómo debe conducirse en la vida, cada quien ha de hacer con su cuerpo y su mente lo que quiera, si con ello no daña los demás, mucho menos administrarle dictatorialmente sus recursos, como hacen los gobiernos hoy día. Las sociedades, motu proprio, han procurado mantener aceptables normas de conducta individual y colectiva; mucho antes que Hammurabi las recopilara, las reglas de convivencia eran espontáneamente reconocidas y acatadas, el ser humano las adoptó para vivir en comunidad.

Las normas sociales, espontáneamente dispuestas por la humanidad para coexistir y convivir, medrar y disfrutar pacíficamente los bienes naturales, son instintivas, claras y concisas, no requieren interpretaciones esotéricas, ni mucho menos ídolos palaciegos que dispongan lo que están implícito y claramente reconocido; en cada caso, las sociedades se asignan, por necesidad, un gestor al cual autorizan verificar que la convivencia no se altere, sin que necesariamente el autorizado ocupe un lujoso templo, ni se constituya en santo patrón o habite un palacio, cual ogro en grotesco castillo, disponiendo de vida y bienes a su soberana voluntad; cada conglomerado adopta costumbres sui generis contra el desorden o desbarajuste social, normas de convivencia que han de ser supervisadas por gestores responsables e idóneos, en autoridad singular, no en comisiones, ni cargo de aventureros electos, sólo individuos de reconocida autoridad moral han de ser llamados a mantener el orden y la sana convivencia colectiva, sin mirar caras, aquilatando conducta y actitudes, potestad necesaria y suficiente para mantener organizada una sociedad en su conjunto, sin que precise de coacción ni permanente hostigamiento.

Queda demostrado que los grupos de poder, numerosos y militaristas, no sólo se dedican a crear pandillas delincuenciales, dirigir y esconder sicarios organizados, cometer crímenes y violar normas de convivencia civilizada, cínicos impostores designados por imposición, incapaces de exhibir la autoridad moral que requiere un agente idóneo avalado por la sociedad, reconocido y respetado por todos. Los organismos castrenses se imponen por el mortífero poder de sus armas, no por legítima autoridad, el representante de la ley no necesita andar armado, como al fraile, se le reconoced y respeta por su autoridad moral. La gestión autorizada, idónea y reconocida, constituye la civilización en que descansa una nación, no requiere idílicos palacios, repletos de innecesarios, costosos y prepotentes cortesanos.

Un ejercicio civilista, encaminado a organizar la Nación Dominicana, requiere que los palacios sigan el ejemplo de los castillos medievales, hoy vendidos y convertidos en residencias campestres; castillos disfrazados de modernismo, en realidad fortalezas y templos de arbitrariedad y enriquecimiento improductivo, son las mansiones oficiales; su existencia, costosa e innecesaria, mantiene inseguridad ciudadana, desbarajuste e irresponsabilidad gubernamental; el sistema despoja del ejercicio autorizado que corresponde al supervisor ejercer ante la ciudadanía, dentro de la interrelación que una sociedad requiere. El responsable de aplicar la ley es desautorizado por disposición superior, emanada de un jefe palaciego, se desprecia y viola la convivencia social, como corresponde a un estado de derecho; el gobierno autocrático crea y mantiene el desbarajuste; la mal llamada anarquía, que tanto se dice temer, es impuesta por capricho de arbitrarios jefes, impostores con una representatividad ficticia.

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