Gobierno paralelo

Gobierno paralelo

Es un atareo inusitado, un despliegue de virtudes y buenas intenciones que semeja aquel camino empedrado. Un afán denodado, tan patriótico como histriónico. Es la exposición de los desvelos y la bondad de tantos connacionales que a los incautos conmueve. Es la prisa, su prisa, en procura de atajar antes, para evitar que otros enlacen. El uso de la democracia a su estilo, con señas particulares. Con eco adecuado de espectacular retumbe, que repite, una y otra vez, las piadosas consignas para lograr una sociedad mejor, con diseño exclusivo y excluyente. Es la colaboración y el empeño “a la mode”, con herramientas antiguas, un tanto enmohecidas.
La exigencia y juzgamiento es a los otros, no a nosotros. La mesa servida con sus temas, su agenda, sus urgencias. Esta vez sin recato y coincidencias al viento. La aspiración sempiterna a presidir gobiernos paralelos, desde tribunas autónomas, erigidas en conciencia nacional. Vociferan, para no escuchar cuando le gritan. Pontifican y eluden respuestas concernientes a bienestar y extorsión, a esa facilidad para medrar en oficinas gubernamentales, perseguir favores y luego disparar, sin misericordia, prevalidos de su inmunidad y de los amarres que preservan secretos e involucran instancias criollas y transnacionales. Esa ley del silencio que ata y espanta, esconde clientes y diligencias, expedientes, facturas y prestanombres. Y entonces proponen su diálogo, ese monólogo reiterado, con audiencia complaciente, la reedición de aquella jornada exitosa iniciada en el año 1985 con frutos indiscutibles y que ahora se inaugura cada vez que hay disgustos o cuando las fidelidades mudan. Coloquios sin disidencia, sin posibilidad de contradicción.
La coacción tras la corrección política, la aspiración a un gobierno de gentiles, para guiar a la canalla irredenta que avala candidaturas el día de las elecciones, sin acatar sus consejos bondadosos y eruditos. Así lo difunden, sin sonrojo. Sus decisiones y sugerencias, empero, no precisan validación, la razón está en su ADN. Rechazan la mayoría inane y ágrafa. Desacreditan a quienes pretenden redimir. En la emisión del voto está su dilema. El aprieto está en el trazo: raya, cruz, cualquier signo que marque e indique, ahí está la conclusión y el principio. Con y sin crisis de los partidos (anuncio que semeja el final del imperialismo o la venida de Cristo, sucesos cuya ocurrencia dilata, a pesar de las predicciones) el sufragio decide.
Obligado o espontáneo, les falta. Por eso la jornada comienza con el descrédito del proceso electoral, ergo, la deslegitimación concede a los ungidos el derecho a disponer e imponer. Su validación es difusa, pero pueden. El tormento nacional entonces es el suyo.
Las necesidades propias son colectivas. El libreto demoniza el sector público y exalta la bonhomía de las organizaciones cívicas, con sus proyectos de salvación. Siempre denunciando la perversidad enquistada en los tres poderes del Estado. Con la mira fija en el Ministerio Público y en el Poder Judicial.
Hostigadores pertinaces de sus miembros, decididos a convertir en cómplices a los menos resistentes. Instigadores del descrédito, lejos de los pasillos judiciales porque la estampa no es condigna, ajenos a los polvorientos rincones de los estrados y al calor del furgón, anhelan la privatización de poderes, obedientes a sus dictados y sapiencia. Saben que “la alegoría de la justicia con los ojos vendados es una burla con ribetes de sarcasmo, dado que la augusta matrona ve muy bien a los que está juzgando” (A. Nieto El Desgobierno Judicial). Aprendieron a quitarle la venda a Themis y se desesperan cuando la venda no cede y el disimulo es inútil.
Es indispensable para la democracia, la participación ciudadana, sin imposición ni engaño. La Constitución de la República establece la creación del Consejo Económico y Social –CES- como el órgano consultivo del Poder Ejecutivo en materia económica, social y laboral. Proponer, discutir, denunciar, escuchar, es imprescindible. Pretender erigirse en gobierno paralelo, porque los pares apoyan, con una vocación al chantaje y a la descalificación que espanta, es anarquía. Callar la pretensión, es miedo.

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