GOBIERNOS Y SACERDOTES Una convivencia de altas y bajas

GOBIERNOS Y SACERDOTES Una convivencia  de altas y bajas

Las distensiones y diferencias entre sacerdotes y gobiernos han estado presentes en el país desde el nacimiento mismo de la República, el 27 de febrero de 1844, hace 173 años. El presidente Pedro Santana, en su segundo mandato y después de romper relaciones con Buenaventura Báez, se decidió a eliminar del escenario la influencia del clero en el acontecer nacional.
En una actitud tosca e irrespetuosa ordenó la comparecencia del arzobispo de Santo Domingo, monseñor Tomás Portes, por ante el Senado, para que respondiera a una supuesta “acusación de fomentar el descontento del pueblo contra el gobierno” y lo emplazó a prestar juramento de acatamiento a la Constitución santanista. En principios el anciano obispo se negó a comparecer, pero luego, ante la alternativa de hacer el juramento o ser deportado del país, cedió y prestó el juramento exigido por el gobernante. La violenta sacudida que sufrió el sistema nervioso del padre Portes le causó la pérdida del uso de sus facultades mentales dejando el control de la Iglesia en manos de clérigos sumisos que se identificaban abiertamente con los dictados del Presidente.
Una posición enérgica y desafiante asumió otro arzobispo de Santo Domingo, monseñor Francisco Adolfo Nouel, quien criticó públicamente los desmanes y abusos de las tropas de intervención americana contra indefensos campesinos en la región Este, a quienes acusaban de “gavilleros”. A propósito de esa denuncia el ministro de los Estados Unidos, W.W. Russell, requirió del sacerdote sus impresiones acerca del estado general que vivía el país, luego de la ocupación militar iniciada a mediados de julio de 1916.
En su repuesta al ministro norteamericano, contenida en una comunicación de cuatro páginas, de fecha 20 de diciembre de 1920, entre otras cosas, le expone el sufrimiento y el sonrojo de los dominicanos, después de la ocupación, así como lo que el obispo llama “sentencia prebostales en asuntos completamente civiles, cuando en su proclama el almirante Knapp prometió que sus tribunales, que fallan soberanamente, sin derecho de reclamación, solo conocerían asuntos militares”.
Expresa que los dominicanos han sufrido por espacio de tres años una censura para la prensa, no solamente humillante y despectiva, sino también ridícula y pueril. Recordó haber visto un artículo científico observado por un censor norteamericano, con su sello y su firma, prohibiendo su publicación porque el autor del trabajo decía: “Kant, el gran pensador alemán, padre de la filosofía moderna, no puede considerarse inferior a Platón ni a Aristóteles”.
La guerra había estallado ya contra Alemania y aquel infeliz censor gringo creyó que el elogio tributado al gran filósofo alemán podría causar la derrota de los ejércitos de Estados Unidos”.
Relata el obispo Nouel en su responsable exposición que un sacerdote español, de conducta ejemplar, que ocupaba la curia de Sánchez, en el Nordeste del país, “fue reducido a prisión, incomunicado y encerrado en Samaná en inmundo calabozo, donde permaneció cerca de seis meses, por el solo hecho de haber elogiado el valor y la organización del ejército alemán en la primera guerra mundial”.
A fines de diciembre de 1865, Buenaventura Báez volvió por tercera vez al poder y su opositor militante, el padre Fernando A. Meriño, uno de los pocos políticos de convicciones firmes e inconmovibles, fue elegido presidente de la Asamblea Nacional, y en tal virtud, debía juramentar al nuevo mandatario.
En un magistral discurso advirtió a Báez: “Mientras vagabais por playas extranjeras… suceden en el país sucesos extraordinarios… Empero, yo que solo debo hablaros el lenguaje franco de la verdad… no prescindiré de deciros, que no os alucinéis por ello, que en pueblos como el nuestro “tan fácil es pasar del destierro al solio como del solio a la barra del Senado”. Años después, y en reconocimiento a su firmeza y valentía, Meriño fue electo Presidente de la República.
El dictador Rafael L. Trujillo navegó en aguas tranquilas y dóciles a todo lo largo de su mandato de 30 años, puesto que la Iglesia siempre estuvo dirigida por obispos afines a sus ejecutorias de gobierno (Nouel, Pittini, Beras) hasta los últimos días de su gestión, cuando la jerarquía católica lo enfrentó abiertamente, ante las muertes, torturas y vejámenes de que fueron víctimas cientos de jóvenes que participaron en el delatado complot del 14 de Junio. (Carta Pastoral del 30 de enero de 1960)
El doctor Joaquín Balaguer, que siempre hizo de híbrido entre la iglesia y Trujillo, en los años de su mandato condujo con prudencia las relaciones con el clero, con excepción de casos aislados con algunos sacerdotes, nacionales y españoles, que cuestionaron la represión militar del régimen y la insistencia del mandatario de permanecer en el poder. Los curas extranjeros Sergio Figueredo, a través de los medios de comunicación y Gratiniano Varona, que tenía ministerio en El Seibo, fueron acosados por autoridades reformistas que disentían de la posición de los religiosos. Ambos fueron deportados. Más adelante se presentaron otros conatos aislados en Cotuí, La Vega y Mao, al extremo de que en un asentamiento campesino en el Cibao, un padre de apellido Solís, topando sombrero de cana, con la literatura “soltero y sin compromiso”, lanzó críticas al gobierno lo que mereció una respuesta pública del mandatario.
El padre Francisco Sicard, que no escondía su preferencia por el Partido Revolucionario Dominicano, cuestionaba con insistencia la política agraria de Balaguer, pero meses después fue “reclutado” por el gobernante, que lo designó en altas posiciones, incluyendo la famosa Comisión de Aplicación de las Leyes Agrarias. En sentido general, siempre fueron cordiales las relaciones Balaguer-Iglesia.
Los presidentes Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina han tenido pequeños roces con religiosos católicos entre los que destacan Rogelio Cruz y el expárroco de Las Mercedes, de la Orden de los Capuchinos, Santiago Bautista; padre Amparo Tapia, párroco de Gurabo, con Hipólito, y ahora con Danilo Medina, el cura Benito Cruz, de Santiago.

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