Gold, gold, gold, gold

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Felicitamos a Danilo Medina por su patriótico discurso del 27 de febrero en defensa de los intereses nacionales. El tema de la Barrick Gold levantó el orgullo nacional. También le permitió pasar por alto y sin mayores consecuencias, la herencia desastrosa de su antecesor en el 2012.  Pero retornemos a la realidad. Sabemos que el gobierno necesita desesperadamente más recursos para financiar un presupuesto altamente deficitario. Los ingresos fiscales no están respondiendo como se esperaba y gracias a la amnistía fiscal, enero salió ileso.

Aunque el gobierno está restringiendo el gasto, las perspectivas no son nada halagüeñas.  

Pero es difícil suponer que la Barrick acepte negociar el contrato con el Estado, aprobado por la mayoría de los legisladores que aplaudieron frenéticos los reclamos del presidente Medina. Y decimos esto porque las señales son claras, ya que la empresa tiene todas las de ganar en caso de un litigio internacional.

No entraremos en los detalles del oneroso contrato, porque en realidad se trató de una negociación mala y extremadamente complaciente, que fue impuesta desde las altas esferas del poder.

Lo más sorprendente es la hipocresía de Leonel Fernández, quien felicitó al Presidente por su discurso, cuando fue el artífice de esa pésima negociación. Pero ya nada nos sorprende.

Lo determinante en este momento es que el gobierno necesita más que nunca el apoyo de los organismos multilaterales, de los inversores privados y de las agencias financieras internacionales. Necesita colocar sus bonos con a tasas moderadas, necesita atraer más inversión extranjera en turismo, minería, energía, zonas francas, etc. y tarde o temprano, podría necesitar la mano del FMI, el BID y el Banco Mundial para no caer en la insostenibilidad fiscal.

Pero es la inversión privada directa la que más puede contribuir con un crecimiento sano, frenando el excesivo endeudamiento y reduciendo los altos déficits interno y externo que ahogan la economía dominicana. Es probablemente nuestra única salvación.

Por eso, la mejor vía para negociar con la Barrick, es hacerlo amigablemente y respetando el contrato vigente, salvo que la empresa acepte renegociarlo, porque intentar cambios unilaterales o aplicar impuestos selectivos, provocarían un conflicto inmediato, desatando un desastre mayúsculo. A final de cuentas, el costo que pagaría el país por esa acción unilateral será mucho mayor que los beneficios que se pretenden obtener.

Somos un país muy pequeño y sin la fuerza de las grandes potencias económicas. Por eso, esta experiencia traumatizante de la Barrick debe servir de experiencia para futuros contratos de explotación de nuestras riquezas naturales. 

Nuestra recomendación, para darle un respiro inmediato a las precarias finanzas gubernamentales, aunque al presidente Medina no le guste la idea, es negociar con la Barrick pagos adelantados con cargo a ganancias futuras, sin dejar de explorar otras vías negociadas que mejoren los ingresos del Estado.    

De hecho, la DGII usa esta práctica con los grandes contribuyentes cuando necesita dinero, sacrificando ingresos futuros. No es nada nuevo.

No podemos poner en riesgo la seguridad jurídica del país, un lujo muy costoso que termina destruyéndolo todo. Menos, cuando nuestra economía de postre, turismo y remesas, es poco competitiva, altamente endeudada, con déficits alarmantes y un gigantismo estatal corrompido, que desangra las finanzas publicas.   

Dependemos más que nunca de los flujos de capital externo, tanto si queremos llegar a los 10 millones de turistas como si queremos explotar, con equidad y justicia, las grandes riquezas naturales que poseemos. Y si esa inversión externa no llega a tiempo y en abundancia, solo el FMI, con dolorosas condicionalidades, podría salvarnos del desastre.

No dejemos que el orgullo nos aplaste.

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