Golpe en Honduras

Golpe en Honduras

Buena parte de la comunidad internacional condenó la destitución de Manuel Zelaya, Presidente de la hermana república de Honduras. Preveo que, salvo que una firme acción diplomática desplace a los golpistas, Zelaya permanecerá fuera del poder. En las primeras horas después de la deposición Hugo Chávez pronunció una amenaza que no puede ni debe pasarse por alto. Al pronunciar en forma equívoca el apellido del sustituto, Roberto Micheletti, Chávez señaló que lo derrocará.

¿Cómo? ¿Alentará una guerra civil? ¿Financiará a los partidarios de Zelaya, para que se involucren en actos de terrorismo? ¿Ordenará una invasión del ejército venezolano sobre suelo hondureño? ¿Formará una fuerza interamericana que penetre Honduras con Zelaya al hombro para devolverlo a Tegucigalpa? A Chávez lo he descrito muchas veces –y no estoy solo en la percepción de su carácter- como hombre impulsivo. Pero lo que puede advertirse como una bravuconada obliga a una permanente atención sobre los hondureños.

Zelaya pendía de un hilo desde su disputada elección. Su triunfo se estableció con ventaja mínima. Su ejercicio a lo largo de cuatro años posteriores a aquellos comicios ha sido anodino. Honduras, con ancestral pobreza, no ha tenido en su mandato, razones para exaltarlo. Y encima, un proyecto de perpetuación prevalido de una llamativa artimaña como lo era la “encuesta popular”. Desde antes del domingo se le disputaba el recurso. Porque en principio lo anunció como plebiscito y al confrontársele, urdió lo de la encuesta.

Zelaya sin embargo, no es Chávez. Chávez tuvo ventajas como fueron la dolorosa depauperación de su pueblo y el inexplicable endeudamiento externo. Cuando el mandatario venezolano desplazó mediante el voto popular a los políticos tradicionales, la pobreza arropaba al 82% de su pueblo. Por lo menos la mitad de ese muy alto porcentaje caía por debajo de la línea de la indigencia. Una política social tan audaz como apropiada, que ya se ha corrompido, solidificó su fuerza. Zelaya ha administrado la tradición. Nada que no hubieren hecho sus predecesores fue hecho por él. Y encima, el regateo con los grupos de poder militar, social y económico.

Las protestas frente al acto de destitución acentúan el principio reclamado por la comunidad internacional para que la institucionalidad democrática sea forma de vida política en el continente. No repone al gobernante sustituido. La fórmula manejada con Jean Bertrand Aristide tal vez pueda mejorarse y aplicarse entre los hondureños. Pero esa fórmula no debe ser manejada por ningún integrante de la comunidad continental por su cuenta. De aplicarse, tendrá que surgir del consenso de los países que esperarán de Zelaya la promesa de no hacer ninguna travesura hasta entregar a un sucesor. Sin encuestas con ribetes y estructura funcional de unos comicios.

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