Góngora para los vencidos

Góngora para los vencidos

POR MANUEL NÚÑEZ
Fue Luis Cernuda, el gran poeta de la Generación de 1927, quien escribió en versos exactos y oportunos la biografía intelectual de Luis de Góngora. Como se sabe, el poeta cordobés era archienemigo de Quevedo, otro grande de España en prosa y en verso.

Quevedo que era hábil político, hombre de la Corte y, además, buen espadachín había hecho pasar por las horcas caudinas de la humillación al poeta Góngora. Cernuda subraya en el poema dedicado a Góngora la amargura del poeta, vapuleado por el poder y sin posibilidades de remontar el calvario de su pobreza y sin la suprema indulgencia de algún amigo que lo salvara del naufragio; fue, dicho sea sin tapujos, echado con cajas destempladas, tratado como un delincuente, peor que un extranjero por sus compatriotas, y entonces en esa época sombría de su vida se retira a una Córdoba lejana y sola:

Harto de fatigar sus esperanzas por la corte
Harto de su pobreza noble que le obliga,
A no salir de casa cuando el día, sino al atardecer,
Ya que las sombras,
Más generosas que los hombres, disimulan
En la común tiniebla parda de las calles,
La bayeta caduca de su coche y el tafetón delgado
De su traje,

Definitivamente el poeta vive el exilio a que lo condena el odio de los que tienen el poder. Todas esas circunstancias han provocado su ruina económica; se han agotado todas las esperanzas; ya no piensa en los oropeles del poder y la fortuna; sus enemigos, infatigables, no le ahorran molestias y desazones. Entonces decide exiliarse en su propio país. Cernuda anota, en el poema de marras, que, en un rapto de orgullo el poeta tiene tiempo para la templanza, que se proclama en estos versos:

Y aprende a desearles buen viaje
A príncipes, virreyes, duques altisonantes
Olvidando que tantos menos dignos que él, como la
Bestia ávida
Toman hasta saciarse la parte mejor de toda cosa,
Dejándole la amarga, el desecho del paria.

Pero incluso ya vencido, los enemigos del poeta no le dieron reposo. Decretaron su muerte moral; se dedicaron con entusiasmo a denostar su obra con juicios lapidarios y a inventarle una reputación de monstruo. Desde su exilio en Córdoba la brava, desde su muro excelso, Góngora proclama en una letrilla su respuesta al dolor con humor poco frecuente en ese Siglo de Oro español:

Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías
Mientras gobiernan mis días
Mantequilla y pan tierno
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente
Y ríase la gente

Toda la letrilla es una apología de la vida sencilla y bucólica, sin fastos y sin gloria que llevó el poeta en sus años postreros. Aplico a su vida, aquella máxima, sacada de la biografía de San Francisco: «Yo necesito poco. Y lo poco que necesito, lo necesito muy poco». Cuando ya no se le podía humillar más, cuando ya no le cabían más insultos ni más escarnio para mancillarlo y destruirlo, cuando el odio aparentaba haberse saciado y el poeta parecía un ángel caído, sucio, derrotado, con las rotas, Góngora logró encontrar consuelo y remontar en el arte, en la poesía. En su memorable poema Cernuda describe esta etapa de triste recordación, que es una de las mayores lecciones morales que he leído:

Pero en la poesía encontró siempre, no tan sólo
Hermosura, sino ánimo
La fuerza del vivir más libre y más soberbio

De la experiencia de Góngora deberían inspirarse todos aquellos que la rueda de la fortuna ha echado definitivamente de la Cosa Pública. Como ya resulta habitual, la derrota electoral termina arruinando las vidas y el porvenir de aquellos que habían soñado con la estabilidad de un empleo. O acaso con un destino menos amargo.

Hombres y mujeres cuya suerte inmediata pende de un talud. Seres abatidos que reproducen sin saberlo el destino ejemplar de Góngora. Ahora se hallan como aquellos soldados alemanes, vencidos y humillados, después de la toma de Berlín. Los ejuiciaran con toda clase de culpas pasadas; le pondrán un sambenito; los trataran como a leprosos que hay que evitar. Cualquier mediocre se presentará ante ellos como un semidios; son las leyes de hierro del vencedor.

Pero en Góngora encontrarán el arquetipo ejemplar de la resistencia y la elegante circunspección con que hay que recibir esas remontranzas y castigos. Sumergidos en algunas de sus letrillas, podrán comprender el momento que viven. El talante maravilloso del gran poeta que cabalga como un Quijote henchido de idealismo. Al igual que al caballero de la triste figura, a todos los vencidos y humillados el dolor los une y los reconforta. León Felipe, un exiliado y a la vez, unos de los vencidos de la Guerra Civil española, lo explica en estos versos, por más de una razón, memorables:

Hazme un sitio en tu montura, Caballero derrotado
Hazme un sitio en tu montura, que yo también voy cargado de amarguras y no puedo batallar.
Ponme a la grupa contigo, y llévame a ser contigo, Pastor.

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