POR ODALÍS G. PÉREZ
El surgimiento de imágenes que se conforman en los mundos, efigies y tiempos del mito, revela que en el Caribe todo es expresión y raíz. El espacio que a través de la pintura se hace visible propicia la imago y la fábula que narra y desaparece también como realidad, como ritmo de un imaginario que intuimos en forma y visibilidad, pero que como visión se perfila y se dice en la experiencia mística y mítica del Caribe insular.
Se trata más bien de un nuevo poder de las imágenes que a ratos emigran y crean una identidad trashumante, metahistórica, plural. Se trata de un recorrido que muy bien podemos observar en esa poética de la cultura caribeña que nos propone el artista cubano Gonzalo Borges (La Habana, 1936) en el dinamismo de un espacio que como cuadro y cuadraje se fundamenta en esa teología insular a la que siempre aspiró José Lezama Lima, pero que encontramos en Dador, Muerte de Narciso y Enemigo rumor.
La cubanidad quiere ser caribeñidad y siempre universalidad dialógica, pues el pintor necesita rescatar esa memoria que a veces se nos escapa como viento y como altura de una mirada que también surge de aquella tormenta de la imaginación insular narrada a través de mitos y relatos fundacionales. En las Imágenes del Caribe que nos presenta hoy Gonzalo Borges encontramos los ejes de una memoria que se transforma en raíz y paisaje, agua y visibilidad, exterioridad y luz, bioluminiscencia y aquelarre.
Lo que dialoga en estas pinturas y dibujos de Gonzalo Borges es el sujeto y contra-natura que producen el encuentro entre símbolo y cultura. La necesidad de articular una poética nutrida de Apocalipsis y andadura mágica no niega que lo que se pinta se mira también y se conjura como cuerpo donde la muerte crea la signatura y el horror produciendo también la teratología caribeña justivalorada en el orden espacial de una mitografía y una fenomenología del límite y el viaje misterial.
Aquello que como música y plegaria sentimos al establecer un contacto con estas imágenes del Caribe que hoy nos ofrece el pintor cubano Gonzalo Borges, también se hace visible en un nuevo concepto de representación y Tempo misterial, esto es, la fase que por magia promete una expresión; estilemas que justamente en su alteridad se movilizan en el espacio sentiente de la huella y el deseo.
Pero el artista cubano textualiza una visión de lo imaginario que no se define solamente como subjetividad y temporalidad, sino más bien como rostro, danza, nuevo Apocalipsis y gestualidad territorializada como número, letra, regla iniciática doblemente instituida en el código de una interpretación sentiente del lenguaje.
¿Qué puede impulsar entonces la migración de estos símbolos y emblemas pictóricos que observamos en piezas como Guaguancó, Agua, Sol y Sereno, Aquarium, El bajo, El chelo o Cómete la otra manzanita? Se pronuncia en este archipiélago de imágenes y símbolos el relato visual y mítico de una conciencia o una historia de fundaciones y elementos. El territorio donde la cábala se expresa es precisamente lo que necesita, lo que desea, a lo que aspira la imaginación que como la serpiente mítica, se muerde también la cola y adivina los más oscuros secretos del mundo caribeño.
En efecto, la búsqueda de este artista cubano presentifica y particulariza el nivel de efectuación de esa huella, esa alegoría mentis que en el Caribe legitima y deslegitima el espacio como prisión de lo imaginario y la alteridad poética en diacronía.
Pero Gonzalo Borges se deja llevar en la interpretación de aquella Ebé o plegaria, ruego, oración e imploración. Luego de Ebé sobreviene Ebó Edari o purificación, limpieza para evitar lo malo. En el contexto etnosimbólico (véase, Lidia Cabrera: Añagó: Vocabulario Lucumí, Col. del Chiherekú, 1970), se leen las siguientes miradas y signografías que estructuran o sirven para constituir un espacio-tiempo de la cultura y la creación artística en América Latina y el Caribe:
Ebé: plegaría, petición, ruego u oración
Ebó Edari: purificación, limpieza para evitar lo malo
Edidí o amarre, lazo, atudura o unidad
Mediante el Egüe Meyi (Ódun, letra o signo de Ifá), se instituye un universo visual fundamentado en imágenes transfiguradas como icono y pacto; como poiesis y revelación. Estas oposiciones y claves justificadas en una dialéctica interna y externa de la cultura, sitúan la huella como ontología específica de la imagen, tal como podemos observar en piezas como Ashé (2002), Cañeros (2001), Gitana tropical (2004) y Sikán (1999).
Lo que se puede reconocer entonces es el dictum propio de la imago que se convierte en metáfora y rito, silencio y palabra dada a través de la pintura y el dibujo. Leer los planos de profundidad y superficie de estas nociones implica además resemantizar el orden como emblemática de lo real maravilloso. Gonzalo Borges reinterpreta el espacio caribeño como cuadro-cultura y como sentido de los signos. (Ver, en este caso, los dibujos Odisea óptica (2001) y La siesta (2004).
El motivo que encontramos en Revelation (Oleo / tela, 1995), es la lectura de constituyentes simbólicos y apocalípticos que le proponen al espectador otra lectura, donde alteridad y otredad se inscriben en la mirada distante y la clave numerológica del ojo que mira, cree y se extiende al cuadro-cultura.
La danza de ojos y cuerpos zoomórficos y antropomórficos que como sentido visual y expresión huidiza interpretamos en Revelation, permite entender el mundo caribeño poblado de signos, juntura, dinamismo vital de un espacio misterial que nombra su propia historia, la maquinaria esotérica donde la danza de la vida y de la muerte crea una juntura postfigurativa instruida por aquella semántica de rostros y espejos que a su vez desacralizan el acto originario de la forma-sentido, esto es, de la pintura entendida como visión.
Se trata, como ya hemos visto, de una memoria mítica, del rito del ojo, la mano y el cuerpo agrietado por lo que el artista impone desde su técnica mental y su metafísica de la forma. Lo que leemos en este espacio es una estructura abierta del sentido de la pintura. El artista Gonzalo Borges ha creado como valor un cuadraje donde todas las imágenes de su mundo han quedado plasmadas como ritmo-sentido y forma-mentis del acto pictórico.
Suspendida, estimada en su intención, la cábala que narra su propio mundo de claves y memorias, hace que la pintura y el dibujo que en esta ocasión nos ofrece Gonzalo Borges, participe de los tiempos y espacios de la imaginación y la mirada.