Gore y su «Asalto a la Razón»

Gore y su «Asalto a la Razón»

WILL LAJARA
Siguiendo su galardonada película sobre el cambio climático mundial, el ex vicepresidente norteamericano Al Gore acaba de publicar un libro titulado «El Asalto a la Razón». La obra ofrece una advertencia interesante a los lectores interesados en la relación entre los medios de comunicación y la actividad política.

 Aunque la mayoría de las reacciones en pro y en contra del nuevo libro se han enfocado en la crítica apasionada que hace a las políticas de la actual administración norteamericana, a lo que Gore realmente se dirige es a un aspecto más problemático y fundamental de la actividad política contemporánea: la sustitución de la persuasión basada en los hechos, por aquel tipo de propaganda que él considera «ideológicamente manejada y manipuladora».

Poniendo su argumento de forma más simple, Gore afirma que en su país la competencia política solía girar en torno a las diferencias de opinión sobre cómo interpretar y aplicar los hechos. Ahora ocurre que el público difiere de manera crucial, no en cuanto a sus opiniones, sino en cuanto a los hechos mismos!.

 Calificado como el «anti candidato perfecto» y comprendiendo que se trata de un posible aspirante de una campaña presidencial en ciernes, Gore naturalmente atribuye mucho de este fenómeno a la élite que actualmente dirige la política en los EE.UU., quienes según dice, deliberadamente han tergiversado los hechos básicos en casi todos los frentes políticos.

Sin embargo, él también sugiere otras raíces más profundas para este fenómeno de asalto a la razón pública. Una es la marcada disminución de aquellos medios de comunicación convencionales que actúan como árbitros imparciales de los hechos en los debates políticos. Igualmente el dominio de las noticias por medios radiales y televisivos que generalmente tratan la política como si fuera un producto más de entretenimiento o farándula.

O la maligna influencia de un régimen de financiamiento de campañas políticas que en su país convierten hasta al político más noble en un empequeñecido suplicante de grupos que representan intereses económicos particulares.

A pesar de lo familiar que puedan sonar sus argumentos, uno no tiene que estar de acuerdo con todos los análisis de Gore. Ni aceptar lo que él ha identificado como un aspecto problemático de la rama ejecutiva norteamericana, aún cuando lo cree la explicación de la venenosa atmósfera de la polarización partidaria y el bajo tono de muchas campañas.

Pero sí hay que colegir con él en cuanto al gran peso que los medios tienen en la determinación de la agenda política del día a día. Así como que la vanalización mediática del hecho político o el tremendismo noticioso del mismo, crean un frente de opinión pública ante el cual los estamentos democráticos de cualquier nación se ven obligados a consumir valiosas energías, distrayéndoles de tareas más trascendentes y perentorias.

Salvo contadísimas excepciones, tanto allá como aquí, nuestros políticos y nuestros comentaristas deberían inclinarse por el discurso y el análisis político basado en la razón y fiel a las mejores tradiciones de la práctica política contemporánea. Y actuar convencidos de que las ideas y los valores guiados por la alta política, en vez de la polarización y la manipulación, pueden y deberían comenzar a ponerse en práctica en las campañas políticas de nuestras naciones.

Al fin y al cabo, Gore cree que esta generación de norteamericanos no será juzgada por la historia simplemente por la condición del país o su estatus en un mundo más peligroso; sino por la forma en como en este escenario global, administran ese monumental legado democrático que por largo tiempo ha separado a ese país de otros lugares donde la actividad política es apenas diferenciable de una guerra civil. Al Gore merece mucho crédito por recordarnos a todos sobre esta otra verdad inconveniente; ya que nosotros al igual que nuestros amigos norteamericanos, muchas veces la ignoramos a cuenta y riesgo de un presente y un futuro más civilizados.

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