Cuando se activan los movimientos políticos en diferentes sentidos tendentes a la participación en ese accionar tan absorbente, brotan recuerdos de lo que aprendimos en la juventud acerca de esa actividad inspirada en ideologías y doctrinas.
Aquellas enseñanzas de que la política concierne a las cosas y los intereses del mundo. Que emana de las pasiones naturales del hombre y su razón. Pero que, sin bondad, amor y caridad, lo que hay de bueno y de mejor en los seres humanos, se convierten en instrumentos de infortunio. Porque una correcta política no puede desenvolverse bien si las pasiones y la razón no son orientadas colectivamente por la fe y el honor. Por la sed de justicia, de libertad y de bien.
Una filosofía inspirada en que el hombre y la sociedad están profundamente ligados al mensaje cristiano. En que el empuje democrático ha surgido en la historia como una manifestación temporal de inspiración evangélica. Porque no solamente un Estado de espíritu democrático viene de la inspiración evangélica, sino que no puede subsistir sin él.
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Conservar la fe en la humanidad, a pesar de todas las tentaciones que se puedan enfrentar. A creer en la dignidad de la persona y el bien común. En los derechos humanos y en la Justicia. En los valores esencialmente espirituales. No para tenerlos como fórmulas, sino en la realidad. Con sentido y respeto de la dignidad del pueblo.
Ideales que procuran avivar el sentido de la igualdad sin caer en ilusiones demagógicas. A respetar la autoridad, conscientes de que quienes la ejercen, también son seres humanos con sus virtudes y debilidades. Que tienen sus cargos por consentimiento o voluntad del pueblo, del que son representantes.
Una filosofía democrática que motiva el trabajo incesante y con sentido humanista. A la crítica y la reivindicación de la conciencia individual. Que habla de la necesidad de órganos autónomos que gocen de autoridad proporcional a su función. Que propugna por un Estado como órgano de regulación más elevado, cuyo objeto fundamental es el bien común.
Aquellas advertencias de que el advenimiento duradero de un estado de espíritu democrático de la vida, exige que las energías de contenido evangélico penetren en la existencia profana. Que subordinen lo irracional a la razón. Que se incorporen al dinamismo vital y a los instintos de la naturaleza, para formar y fijar en las profundidades de la conciencia, las costumbres y las virtudes, sin las cuales la inteligencia que dirige la acción empujaría al egoísmo devastador
Que enseña que debemos creer en la santidad del derecho y de la virtud segura. Del triunfo de la Justicia ante los escándalos, la mentira y la violencia. A tener fe en la libertad y en la fraternidad. A recordar que hace falta una inspiración heroica y una creencia que fortalezca y vivifique la razón que nadie más que Jesús de Nazaret ha concitado en el mundo. Ese mismo Jesús, que terminó colgado en la cruz por la salvación del mundo. Los años han pasado. Las ideologías y las doctrinas ya no son temas de debates. Pero muchos seguimos creyendo en esas enseñanzas.