El expresidente uruguayo José Mujica es la antítesis de los políticos dominicanos, que nunca encajarían en su prédica de que “el político debe vivir como vive la mayoría y no como la minoría privilegiada desde el punto de vista económico”, ni les haría gracia su recomendación de que las personas que ven la política como un trampolín para hacer dinero se dediquen a los negocios. El hecho de que se le tratara como una celebridad, con multitudes siguiéndole a cada lugar donde se presentó, ha llamado la atención, pero también ha sido interpretado como una buena señal. Y lo es porque significa que una parte de la sociedad dominicana, sobre todo entre los más jóvenes, valora de manera positiva otras formas de hacer y sentir la política, más honesta y transparente, pero también menos codiciosa, materialista y corrupta. Claro está, mucha de la gente que andaba detrás de Mujica lo hacía “por estar a la moda”, para hacerse una foto o un selfie para luego subirla a las redes sociales, que por algo vivimos en la Civilización del Espectáculo; pero no eran la mayoría, y además se notaba. Insisto: por aquí nunca tendremos un político de la estirpe de José –Pepe– Mujica, quien sufrió prisión y tortura antes de comulgar en el altar de la democracia, y estoy seguro de que los que tuvieron la oportunidad de escucharle, de conocer cuál es su visión de la vida, de la política o de la libertad, entre las tantas cuestiones que abordó y compartió con nosotros durante su breve visita, lo saben perfectamente y no van a perder su tiempo haciéndose ilusiones. Pero tenerlo por aquí algunos días, poder abrevar de su sabiduría, de su profunda humanidad, ha sido como una bocanada de aire puro en medio de la asfixiante mediocridad de nuestra vida política. Y esas son cosas que se agradecen.