Gracias papá, por tu herencia multicolor

Gracias papá, por tu herencia multicolor

Eres como la mar:

bueno de frente,

peligroso en día gris,

duro y valiente;

llevas en la cabeza

brisas ligeras,

temporal que aún contiene

tu compañera.

Eres como el cantar

de un campesino,

que al cantar va labrando

nuestro camino.

Eres como un dolor

mal repartido,

que se volvió canción

y no quejido.

Eres como la voz

que expende el aire;

eres como un poema

de Miguel Hernández;

y presumes de ser

puro paisano,

de haber sido y de ser

republicano.

Compañero del sol,

fiel compañero,

nunca te preocupó en nada

ser el primero;

eres como el sudor:

callado y quieto,

y nunca abriste el cajón

de tu propio respeto.

Y no quisiste jamás

salvarte solo,

porque no hay salvación -decías-

si no es con todos.

No sabes de venganzas

ni de desquites.

Gorrión que cantó siempre,

aún sin alpiste.

Eres como la sangre,

eres el aire,

la mar, la barca, el remo

y el navegante;

timonel de mi alma,

más que nadie…

y aún eres muchas cosas más

que me callo y me callan…

Padre, Patxi Andion

Han pasado casi 25 años, es decir, 300 meses o 9,000 días, desde que cerraste los ojos por última vez, al lado de mamá y de tus hijos. Las noticias aparecidas en la prensa de estos días han avivado tu recuerdo en mi corazón.  Las guerras en el Medio Oriente, fruto de la intolerancia religiosa y étnica; los mexicanos que arriesgan su vida  intentando atravesar la frontera de los estados; los dominicanos que zarpan en yola desafiando el terrible Canal de la Mona en búsqueda de mejor vida;  los haitianos que cruzan la frontera huyendo del hambre; y los miles de africanos, que llegan como pueden a Europa para que sus antiguos colonizadores les ofrezcan pan  y abrigo, todos esos acontecimientos me han hecho recordarte y valorarte todavía más. Lo he dicho siempre, el mundo se ha conformado de seres que parten, llegan y vuelven a partir de todas partes a cualquier parte.

Al mirar las fotos de los medios y ver los rostros de abandono y dolor de los que, como tú, buscan escapar de la muerte; pensé en ti y en tu aventura marina, desde el mar de China, cruzando el inmenso océano Pacífico, hasta llegar al mar Caribe.  Llegaste  solo, con un pobre equipaje cargado de sueños e ilusiones. Tomaste el rumbo hacia la República Dominicana, llegaste a la capital, y al poco tiempo te trasladaste a Santiago y lo convertiste en tu hogar.

Ahora que soy historiadora, y me he dedicado a estudiar las migraciones, en especial la migración china en el Caribe, y he podido palpar las terribles condiciones de esa larga travesía, te amo y  te recuerdo con más fervor. Fuiste valiente. Decidiste imponerte a tu destino. No te dejaste vencer por la miseria que envolvía tu pequeña aldea de Ying Ping, y solo con una dirección y una carta del tío Tomás, emprendiste el largo viaje hacia lo desconocido.

Llegaste a la ciudad de Santiago sin saber el idioma, sin dinero, solo con voluntad y dos brazos fuertes, dispuesto a trabajar en lo que fuese y sin descanso.  Aprendiste a leer y a escribir el español. Todavía me sorprendo de tu perfecta sintaxis, de tu buena ortografía y de la excelente caligrafía, aprendida con el método Palmer, que tanto te enorgullecía.  Lograste aprender a hablar, aunque  tu simpático acento no te abandonó nunca. Decidiste romper con el círculo vicioso del migrante excluido.  Por eso definiste como objetivo vital tu integración a la sociedad santiaguera y te convertiste en uno de sus hijos.  Tu esfuerzo se vio coronado cuando toda la ciudad celebró con una gran fiesta los 50 años de tu llegada a estas tierras del Caribe.  Dios te mandó a buscar un año después. Te fuiste con la alegría de haber dejado muchos, muchos amigos, que todavía hoy, casi 25 años después, te valoran y recuerdan.

Cuando partiste, tus nueve retoños, hoy hombres y mujeres de mediana edad, decidimos  rescatar nuestra identidad bifurcada. Y al abrirnos camino en los medios que nos ha tocado vivir, exhibimos orgullosos nuestros rostros orientales, salpicados de herencia mulata.  Sí, somos dominicanos por el honor de haber nacido en estas tierras, a excepción de nuestro hermano mayor, que nació en la China continental. Tus hijos nos sentimos santiagueros, dominicanos, caribeños, latinoamericanos y chinos.  ¡Qué riqueza tan grande! ¡Qué oportunidad más hermosa de sentirse producto de tantas mezclas culturales!

¡Ay papá, papá querido, cuánto me duele la exclusión, el maltrato y la intolerancia que se exhibe en el mundo! ¡Cuán triste es saber que la historia está plagada de verdugos que se creen superiores!  La supuesta superioridad de los alemanes sobre los judíos de principios del siglo XX, fue la responsable de uno de los exterminios más vergonzosos de la historia. Lo peor fue que esos miles de seres humanos, cuyo único crimen era pertenecer a una raza mal llamada inferior, fueron objeto de los más atroces experimentos científicos. Los turcos que aportaron sangre y sudor al rescate de la Alemania de la posguerra, luego fueron rechazados y excluidos de la sociedad que los llamó cuando los necesitaba. Los africanos que después de haber sido objeto de venta como esclavos, como cosas, como cualquier cosa, por los traficantes de seres humanos de Europa, hoy son rechazados y vejados. Los nicaragüenses no son amados en Costa Rica. Los dominicanos han sido objeto de violencia en España. Y nosotros hemos sido verdugos de los haitianos. ¿Qué nos queda como humanidad? La tolerancia parece ser una quimera.

Te digo algo, papá amado. Agradezco profundamente a ti, a mamá y a la vida por haberme hecho mujer de origen asiático. Dos realidades que indican a todas luces exclusión. Esas dos condiciones me han hecho más fuerte, y trato, como tú siempre nos aconsejabas, de ver la adversidad solo como obstáculo a vencer.  Te recuerdo siempre cuando en tus largas charlas nos repetías una y otra vez que cada ser humano debía construir su destino, para lo cual debía caminar y caminar hacia donde aspiráramos llegar. Si en el trayecto ocurriese una caída, solo debíamos levantarnos y proseguir.  ¡Qué hermosa lección de vida que llevo en mi corazón como imperativo vital! Cuando estoy triste, preocupada o con deseos de abandonar, pienso en ti, entonces, busco las fuerzas para poder seguir.

Gracias papá por tu ejemplo. Gracias por haber sido valiente, por no dejarte vencer por las adversidades. Gracias por amar a tu familia, por sobre todas las cosas.  Gracias por tus caricias, tus reproches y tus consejos.  Gracias por haber dado a tus hijos esa identidad híbrida, bifurcada a veces, pero siempre plena de riquezas, porque así podemos entender mejor la necesidad de respetar la diferencia y clamar a los cuatro vientos la urgente necesidad de que la humanidad sea más humana, solidaria y tolerante. Gracias. Después de casi 25 años, sin celebrar a tu lado el Día del Padre, te sigo adorando y extrañando.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas