¡Gracias, Señor!

¡Gracias, Señor!

Pasan las horas e incontados miles de cadáveres se yerguen en Haití para recordarnos que fuimos polvo y en polvo nos convertiremos. No son los míticos zombies de Haití. Son los cuerpos de seres humanos que hace una semana se levantaban y acostaban pendientes de la esperanza. Hoy hacen el tránsito irreversible hasta el polvo del que nos formó el Creador. Ese polvo se levantó hace una semana en Puerto Príncipe cuando la Tierra removió sus entrañas y éstas echaron al suelo la obra humana.

En las transmisiones de televisión en la noche del atropellante temblor, se hablaba del polvo que cubría la capital haitiana. Las cámaras de los satélites captaban, aún a treinta y cinco mil kilómetros, esa capa ennegreciente de una tarde que enlutecía por la ida del Sol. Jonathan M. Katz salió corriendo de su apartamento en la ciudad que se demolía, con un ordenador portátil en las manos. De pronto, ha contado este corresponsal de Prensa Asociada (AP, por las siglas del nombre inglés), quedó atrapado en la nube de polvo. Salvó la vida porque hay samaritanos. Su espaldero, cicerone y chofer en el vecino país, lo escuchó gritar de espanto. Y entró al edificio por él.

Luego todo cesó, como en el día de la creación. Para muchos pasaron mil años en los escasos segundos que duró el temblor. Katz ha dicho que cuando Evens lo rescató fue necesario que saltara una grieta abierta tan profunda como el edificio en que se hallaba. Tras esa grieta y otras fisuras abiertas por el terremoto, exhalarían el último suspiro incontadas miles de almas de seres humanos. En ellas, como bajo los escombros de las construcciones, encontraron el modo de volver al Creador.

Hemos leído sobre esa capa de polvo que amenazó, en una diezmilésima de segundo, a la isla. Por algún designio del Señor, sin embargo, permaneció en Puerto Príncipe. Se desvaneció lenta y apaciblemente para contrarrestar los recuerdos del furor con que se levantara primero desde el fondo de los ignotos designios de Dios. ¿Por qué tocó a los vecinos y no se extendió hasta más al este de Puerto Príncipe y espantar la isla de dolor? Por alguna razón Dios quiso librarnos de la desventura en este momento. Y por ello, y porque nos ha dado la ocasión de ser el samaritano de Haití, junto a muchos otras samaritanos, debíamos elevar nuestra gratitud hacia Él.

De alguna manera, en multitudinario y ecuménico clamor de los cristianos históricos al Señor, debemos pedirle por las almas que se fueron. Y por las almas que padecen ante el dolor ajeno por tantas vidas que polvo fueron y al polvo han retornado. Porque Él fue misericordioso con nosotros. Y debemos proclamarlo a los cuatro vientos.

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