¡Gracias, Tony Raful!

¡Gracias, Tony Raful!

Me conmovió inmensamente leer tu artículo de ayer, martes 23 de enero en el Listín Diario, ¡Se me murió mi maestra! sobre mi tía Gladys Jacobo, fallecida el pasado 15 de enero en su casa, la de las altagracianas, en Santiago. Como bien dices, ella vivió toda su vida sin pretensiones, sin grandes deseos materiales, dedicada a la oración y a la enseñanza. Falleció cuando se le acabó el respiro a pesar del oxígeno que tenía conectado; fue el momento que pautó su quebranto, que la postró por casi un mes entre la clínica y la casa. En ese trajín final de la vida la acompañamos.
Nació en 1934, y ya antes de los 20 años había ingresado al magisterio. Fue una de las primeras mujeres maestras en el Colegio de la Salle de Santiago, y así se inició el lasallismo en nuestra familia.
Recuerdo que, en el turbulento principio de la década de 1960, nos tocó ser víctimas de la explosión de una bomba que lanzó la Policía contra las fuerzas anti-trujillistas en el barrio Los Pepines de Santiago. Aquello ocurrió en la calle General Luperón, entre las calles 16 de Agosto y General Cabrera. Recuerdo vagamente que rápido volvimos a la casa de dos pisos en la 16 de Agosto, desde donde veíamos, por una pequeña ventana, los enfrentamientos. El color verde de la casa fungía como símbolo de tranquilidad y esperanza en medio de la violencia. Ahí vivíamos la familia extendida, y ahí también llegó a vivir la legendaria altagraciana Alicia Guerra.
De esas experiencias tempranas en los años de 1960 surgió mi interés por la política, que hasta el día de hoy me acompaña.
De Gladys y de mi mamá aprendí a valorar el magisterio, a llamarme maestra en el sentido más simple y pleno de la palabra. Gladys fue maestra en Santiago, en San Pedro de Macorís, en Gualey, en Los Prados. Enseñó a ricos, clase media y pobres. La clase social era irrelevante, su misión era la misma: enseñar. Decía con su típica paciencia que todo ser humano tiene derecho a la educación, a un techo y a un trabajo digno. En el año 2006 fue reconocida con el premio “Educadora Católica”.
Su vocación por el servicio superaba los desafíos, y en ese sentido asumió el espíritu del grupo religioso al que se unió desde muy joven: el Instituto Secular Nuestra Señora de La Altagracia. Servir en medio de la gente.
Asumió el catolicismo sin estridencias ni absolutismos, y su devoción fue profunda e inquebrantable. Decir que toleró mis cuestionamientos y críticas es testimonio de su tolerancia, su paciencia, su tranquilidad existencial.
Vengo de una familia profundamente católica, católica desde siempre, desde los bisabuelos que en mis primeros años de vida llegué apenas a conocer. Mi interés por lo social y lo político ha estado siempre marcado por el humanismo que señala el bien religioso.
Y debo admitir que, tener una tía dedicada a la vida religiosa me ha dado siempre fuerza interior para valorar la inmensa importancia de la dimensión espiritual de los seres humanos, y a la vez, cuestionar las ideas, que, desde las mismas religiones, pienso que tergiversan el propósito fundamental de lo religioso: hacernos mejores seres humanos.
Días antes de morir, mi hija le preguntó a la tía qué mensaje quería enviarle a sus sobrinos. Su respuesta fue: “que sean responsables”. Con esa difícil y gratificante encomienda nos quedamos.
Gracias del alma Tony. Tu artículo me motivó a escribir este.

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