Gramática oculta del golpismo (3 de 4)

Gramática oculta del golpismo (3 de 4)

FABIO RAFAEL FIALLO
En los artículos que hemos publicado bajo este mismo título, hicimos resaltar que el Profesor Bosch había atribuido en un inicio la responsabilidad del golpe de Estado de 1963 a «los políticos que habían perdido la elección», y en particular a mi abuelo Viriato Fiallo, mientras que eximía a Estados Unidos de toda participación, directa, indirecta o remota, en el mismo.

Luego, años después de la intervención norteamericana de 1965, Bosch realiza un giro de ciento ochenta grados y hace recaer la responsabilidad del golpe al gobierno de John F. Kennedy y a la misión militar norteamericana de 1963. Para justificar su radical viraje, aduce que había tardado en conocer la verdad. No obstante ese giro radical, Bosch no se retracta de haber acusado previamente a Viriato Fiallo de «cargar toda su vida con la mayor responsabilidad de este golpe».

El viraje del Profesor, dijimos, puede explicarse a la luz de consideraciones tácticas y conyunturales. Después de la intervención norteamericana, Bosch se vio obligado a descartar la hipótesis de granjearse la simpatía de Estados Unidos. Por otra parte, con Balaguer rehabilitado gracias en gran medida al «Borrón y cuenta nueva», los trujillistas podían volcar todo su apoyo a su líder natural, es decir, a Joaquín Balaguer, en vez de a Juan Bosch (a quien habían sostenido masivamente en los comicios de 1962). En las nuevas circunstancias, le convenía políticamente a Bosch intentar obtener el respaldo de todos los grupos antitrujillistas, incluso aquellos tratados hasta entonces de «minorías oligárquicas».

Y hay más. Cuando Bosch escribe sus artículos de 1981, había pasado ya más de una década desde que formulara su famosa tesis de la «dictadura con respaldo popular», sin que la misma diera signo alguno de germinar, ni mucho menos de poder implantarse en nuestro país. Peor todavía: los experimentos de Velasco Alvarado en Perú y Omar Torrijos en Panamá, que bien pudieron ser considerados como muestras, preludios o conatos de «dictaduras con respaldo popular», habían tocado a su fin, el primero en 1975, el segundo en 1979. Los tiempos eran, pues, propicios para retornar cual un hijo pródigo al regazo de la democracia representativa y poner discreta y pogresivamente todo repudio o desdén hacia ella bajo sordina y por qué no en hibernación.

En esos nuevos tiempos había imperativamente que manejar con eficiencia y cuidado el juego de la seducción electoral y tratar de suscitar la simpatía y el apoyo más amplio posible de los grupos y actores políticos que componen nuestra sociedad, incluso de aquellos que hubieran sido marginados, y quizás reprimidos, de haberse podido instaurar en el país la famosa «dictadura con respaldo popular». Esto contribuye a explicar por qué las «minorías oligárquicas» desaparecen como por encanto del mapa de los responsables del golpe de Estado en la nueva versión del mismo dada por Juan Bosch a través de los artículos arriba mencionados, escritos y publicados oportunamente apenas ocho meses antes de las elecciones de 1982.

Nótese por otra parte que después de la contienda de abril, los militares constitucionalistas habían sido excluidos de nuestras fuerzas armadas. En las nuevas circunstancias, a Bosch no le quedaba más remedio que tratar de contemporizar con militares que, en una u otra medida, se habían opuesto previamente a él. Ahí encuentra toda su justificación táctica la afirmación de Bosch de que el golpe de Estado «no fue planeado» (después de haber señalado que dicho golpe «estaba listo desde el mes de enero» del 63): ese viraje reducía al mínimo la responsabilidad de nuestros cuerpos castrenses en aquel golpe, lo que les inducía a pensar que no debían tener miedo de ser sancionados en el caso de un retorno de Bosch al poder.

En resumidas cuentas, prácticamente todo el mundo en el país quedó absuelto por Juan Bosch de responsabilidad en el golpe de Estado. Todo el mundo, salvo Viriato Fiallo, quien siguió siendo objeto de una injusta acusación de la que Bosch debió haberse retractado públicamente aunque tan sólo fuese para ser coherente con su nueva interpretación del nefasto golpe que lo derrocó. Porque, al igual que en física la llamada ley de impenetrabilidad excluye que dos cuerpos diferentes puedan ocupar el mismo lugar en el espacio, de esa misma manera, en política, la culpabilidad de un mismo acontecimiento nefasto no puede recaer por turnos sobre personas o entidades diferentes según las prioridades transitorias de quien pronuncia la acusación.

Aquí se invita de nuevo la explicación que, de la acusación de Bosch contra mi abuelo, dieron algunos amigos y actores políticos allegados a la familia y a la que hice alusión en mi artículo precedente: a diferencia de los militares, o de las «minorías» oligárquicas», mi octogenario abuelo no poseía para sus enemigos valor de canje político o electoral, efímero por naturaleza, pero sí algo más importante y duradero: valor histórico. Lo que para estos enemigos se mantenía en juego era impedirle a Viriato Fiallo alcanzar el lugar que, muy merecidamente, le correspondía ocupar en la historia de la que él siempre llamó, con cariño y sinceridad, el «noble y sufrido pueblo dominicano». Y con ese fin precisamente, con el fin de cerrarle el paso en el respeto y la memoria de su pueblo, es que, para sus detractores, en particular para los reciclados del trujillismo con la ayuda del «Borrón y cuenta nueva», resultaba y aún resulta útil mantener y cultivar, por encima de cualquier viraje de circunstancias, la injustificada acusación que Bosch había emitido en contra de él.

Como hice previamente, me abstengo de endosar o rechazar esa explicación, pues prefiero dejar en manos del lector dominicano la posibilidad de hacerse por sí mismo su opinión en base a los elementos de juicio de que dispone.

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