Desde que se conoció la existencia de los “Papeles de Panamá” se ha dicho y repetido hasta más allá del cansancio que tener una empresa offshore o una cuenta bancaria en un paraíso fiscal no es ilegal ni implica, necesariamente, un delito, como si eso tuviera alguna importancia en un país donde los corruptos nos estrujan en la cara, sin ninguna consecuencia, sus riquezas mal habidas, y tener mucho dinero, sin importar su procedencia, es garantía de prestancia y aceptación social. Porque las expectativas, a decir verdad , estuvieron realmente concentradas en la posibilidad de que esos papeles pusieran en evidencia, una vez mas, la impudicia de nuestra rapaz clase política, que en este escándalo de dimensión mundial ha brillado por su ausencia, a pesar de que no pocos albergaron la esperanza de que la aparición de algún peje gordo del gobierno o el peledeísmo (en realidad es la misma vaina) provocara un escándalo de tal magnitud que le abriera los ojos al electorado y cambiara el previsible resultado de las elecciones del próximo domingo. ¿Alguien se atreve a decir que en algún momento no pensó que en la lista de dominicanos que aparecen en los Papeles de Panamá debió estar nuestro corrupto favorito, mucho mas después de que fuera reconocido mundialmente? Eso no sucedió, y aunque no hay forma de medir la decepción que provocó en el morbo público no encontrarse con los nombres que hace tiempo andan de boca en boca, a ojo de buen cubero puede afirmarse que fue grande. Desde luego, eso no quiere decir que nuestros políticos no sean lo que todos sabemos que son, pues llevamos demasiado tiempo sufriéndolos y aceptándolos como si fueran un mal necesario, aunque todavía no se sepa muy bien porqué y para qué. Simplemente encontraron un lugar mas seguro, a salvo de filtraciones indiscretas como la que sacó a la luz los Papeles de Panamá, para ocultar el producto de su latrocinio. (Hasta ahora….)