Grandes incendios en San Petersburgo

Grandes incendios en San Petersburgo

En Rusia, en 1862, después de los álgidos momentos de agitación social que se producen durante el año: las manifestaciones estudiantiles, el cierre de la universidad de San Petersburgo y la aparición misteriosa y anónima de tres series de manifiestos políticos: “El gran ruso”, “A la joven generación” y el de “La joven Rusia”, donde se asegura que ya hay constituido un “Comité central revolucionario”.

Ocurre, a continuación, para agravar más la situación, una escandalosa velada cultural de protesta que causa detenciones y deportaciones de varios de los intelectuales participantes.

Empero, aún falta por acontecer lo peor. Se desatan, en menos de dos semanas, tres grandes incendios en Petersburgo que, inmediatamente, son atribuidos por el gobierno, por la prensa reaccionaria y por la gente común, a los jóvenes radicales, a “los nihilistas”. Esto viene a colmar la paciencia del poder imperial, y en la ciudad se produce un ambiente de gran desconcierto, desconfianza, pesimismo y comienza a dominar una actitud histérica que busca descubrir a los culpables.

En la cultura rusa el fuego tiene un lugar fundamental; representa, tanto lo que mantiene la vida, como lo que la libera y la purga. Para los viejos creyentes –quienes se separan de la ortodoxia cuando ésta es reformada por Pedro el Grande- la hoguera es el instrumento para cumplir las profecías del Apocalipsis, que sostiene que lo nuevo, en cuanto mundo purificado, debe surgir de la aniquilación del mundo corrupto por medio del gran incendio final.

Igualmente piensa Mijaíl Bakunin, el teórico anarquista. En efecto, sostiene que el mundo viejo y sus valores debe ser entregado al fuego. Para él, todo lo histórico, el conocimiento y la ciencia, los libros y las obras de arte, con la sola excepción de la novena sinfonía de Beethoven, deben ser aniquilados por un incendio purificador. Desde esas cenizas se debería comenzar a edificar el mundo nuevo, auténticamente humano y justo. 

La más viva descripción que conozco del último y el mayor de los incendios de San Petersburgo, es la del príncipe Piotr A. Kropotkin, quien fue un reconocido geógrafo y uno de los más eminentes teóricos del anarquismo libertario. En su libro, “Memorias de un revolucionario”, publicado en 1899, en la tercera parte, titulada: “Siberia”, Kropotkin narra lo que vio.

Así describe Kropotkin el lugar del siniestro: “El lunes después de la Trinidad -el día del Espíritu Santo, que caía aquel año, 26 de mayo- estalló un terrible incendio en el llamado Apraxin Dvor. Este era un inmenso espacio de más de 800 metros cuadrados, enteramente cubierto de tiendas pequeñas – barracas de madera-, donde se vendía de todo, artículos de segunda y aún de tercera mano. Muebles y camas usados, ropas y libros viejos arrojados allí de todos los barrios de la ciudad, se hallaban almacenados en las pequeñas barracas y expuestos en el espacio que mediaba entre ellas, y aún en los techos de las mismas”.

He aquí el cuadro de lo que pudo ver: “El espectáculo era terrorífico: como una serpiente inmensa, agitándose y silbando, el fuego se corrió en todas direcciones, a derecha e izquierda, envolvió las barracas, y de pronto se levantó en gigantesca columna, de la que partían sus silbantes lenguas dispuestas a lamer más tiendas con los géneros que contenían. Remolinos de humo y fuego se formaron en el acto, y cuando los producidos por las plumas quemadas, procedentes de las tiendas de colchones, empezaron a inundar el espacio, se hizo imposible permanecer por más tiempo dentro del ardiente mercado: hubo que abandonarlo sin remedio.”

Por su lado, Dostoievski, en su novela “Demonios”, presenta un episodio en que se producen varios incendios, es el momento en que describe el desenlace de la conspiración de los nihilistas. Empero, el escritor se basa, más que en una descripción de los incendios en sí mismos, en la intolerable y fascinante impresión que produce en el espectador, un fenómeno tan terrible en una ciudad del siglo XIX, construida principalmente de casas y edificios de madera, llenas de material natural inflamable, almacenado sin ningún tipo de precaución y sin alguna planificación sobre cómo combatir un incendio masivo.

Escribe Dostoievski: “No trataré de describir en detalle el cuadro que ofrecía el incendio: ¿Quién no lo conoce en Rusia? En las calles vecinas había una terrible confusión. Ante la amenaza de las llamas que se acercaban, los habitantes sacaban los muebles, sus cosas; pero como no se decidían a abandonar sus hogares, se instalaban en las calles, sobre los muebles y colchones, cada uno debajo de su ventana. Los hombres se ocupaban de una tarea agotadora; levantaban implacablemente todas las cercas de madera y hasta los cobertizos cuando estaban al alcance de las llamas y el viento soplaba en esa dirección. Los niños pequeños, a los que habían despertado, lloraban; las mujeres, que ya habían reunido todas sus cosas, se lamentaban a voces, pero otras evacuaban sus casas en silencio. Chispas y tizones ardientes volaban a lo lejos, y de algún modo se apagaban.”

El escritor, entonces, reflexiona sobre los efectos que produce un gran incendio sobre los seres humanos: “Un gran incendio nocturno siempre surte efectos excitantes y atractivos; de ahí el atractivo humano por los fuegos artificiales.(…)

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