Grandes pontífices: León XIII

Grandes pontífices: León XIII

ALIRO PAULINO SEGURA
Joaquín Pecci nació el 2 de marzo de 1810 en la Villa de Carpinetto, Italia, situada en el valle del torrente Foaso, sobre un estribo de la cadena de los Apeninos y al pie del monte Capreo. Hijo del Conde Luis Pecci y de Ana Prosperi, gentes de tradiciones patricias y cristianas. En esa época estaba cautivo en Fontainebleau Su Santidad Pío VII. Recibió en el bautismo los nombres de Vicente y de Joaquín.

Bajo la dirección del padre Leonardo Garibaldi comenzó Joaquín Pecci sus estudios en Viterbo, continuándolo más tarde en Roma, donde tuvo por maestros a los padres Fernando Minimi y José Bonvicxini, ambos célebres por su saber y sus virtudes.

Fue ordenado Presbítero el 23 de diciembre del 1836 en la Capilla del Vicariato por el Cardenal Príncipe Odescalchi, después de haberse recibido de Doctor en ambos Derechos.

Su Santidad Gregorio XVI no tardó en enviar al joven Presbítero en calidad de Delegado Apostólico a Benevento, después a Sapoleto y más tarde a Perusa. Este cargo era el equivalente a Gobernador Civil.

En el Cosistorio del 20 de enero de 1843 fue nombrado Arzobispo de Damieta, para enviarle como Nuncio a Bruselas, cerca del Rey Leopoldo I, y fue consagrado en Roma por el Cardenal Lambruschini en la iglesia de San Lorenzo el 19 de febrero del mismo año. Tenía en ese entonces treinta y tres años cuando fue promovido al Episcopado.

Monseñor Pecci llegó a Bruselas el 6 de abril de 1843. Durante su permanencia en el reino de los belgas, que fue de tres años Leopoldo I le tuvo en una alta estima, complaciéndose en consultarle y en dispensarle, por medio de señaladas muestras de favor, su particular afecto, confiriéndole el Gran Cordón de su Orden por medio de un Decreto Real.

A su regreso a Roma, Gregorio XVI dijo a monseñor Pecci: «El Rey de los belgas elogia vuestro carácter, vuestras virtudes, vuestros servicios y pide para vos una gracia que yo concederé de buena voluntad: la púrpura. Pero una diputación de Perusa ha venido a suplicarme que os confíe el gobierno de aquella diócesis. Aceptad ahora la Silla episcopal de Perusa, que pronto recibiréis el capelo cardenalicio».

El ilustre mitrado aceptó con obediencia e hizo su entrada a Perusa, ciudad episcopal el 25 de julio siguiente, fiesta de Santa Ana, día elegido en la liturgia en memoria de su madre la condesa Ana Prosperi.

El 19 de diciembre de 1850 fue elevado por Su Santidad Pío XI a la dignidad de Cardenal de la Iglesia Romana, siéndole confiado al propio tiempo el gobierno político de la provincia de Perusa.

Por aquello días contó el mismo en versos latinos los principales hechos de su vida. Oidle:

¡Cuán afortunada en su flor primera, cuan alegre fue tu vida, hijo de Lepino, bajo el techo de sus abuelos! Niño, desde tu cuna te toma entre sus brazos Vetulonia y piadosamente te educa en la Casa de Loyola. Algún tiempo te da asilo el palacio Muti: y la academia te presta el auxilio de sus doctos estudios. Bien pronto se disipan las tinieblas y se esclarece tu espíritu con una luz serena, gracias a Manera, gracias a la ilustre cohorte de Padres de la Compañía de Jesús. Estos te muestran la fuente pura de la verdad y te enseñan los dogmas sagrados de la Divina sabiduría. En Roma tomas las órdenes: estudiante de derecho en Roma, tu trabajo te da laureles con que se corona tu frente juvenil. Bien pronto aumenta y favorece tu valor Sala, Príncipe de la iglesias, brillante con la púrpura romana. Bajo sus auspicios prosigues tu carrera, reteniendo siempre en tu espíritu las palabras de aquel grande anciano. La dulce Parténote te retuvo después Benevento para que con la equidad de tu ley gobernaras a los Hirpinos. La bella Perusa te acogió con en su seno, saludándote; y la viva  Umbría te escogió por guía y por jefe. Pero más grandes destinos te esperaban: tu recibisteis el honor del Santo Crisma: por un mandato del Santo Padre corriste a los estados belgas, donde se te confió el cuidado de velar por los derechos sagrados del Pedro y de la fe Romana. Después volviste a tu patria: más tarde recibisteis la orden de dejar ese país de las brumas para volver a las fértiles llanuras de la Ausonia. Tu fuiste creado obispo de Perusa, con la cual una inspiración divina había desposado tu corazón…Después fuiste Príncipe Romano, y te adelantaste vestido de la Púrpura soberbia, condecorado con la insignia de los Caballeros de Bélgica. Una piadosa muchedumbre de jóvenes dedicados al señor, quiso ¡oh sacerdote cristiano! consagrarte sus tiernos respetuosos obsequios; pero ¿que son los honores mortales? Solo la virtud hace al hombre rico y feliz. Es preciso las sigas al declinar la edad, para que te abra un camino seguro hacia el cielo, hasta que, descansando en la paz eterna, ingreses en el reino bienaventurado de mansión estrellada.

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