Granos de esperanza

Granos de esperanza

POR FÁTIMA ÁLVAREZ
Don Polín discursea y su mirada busca la loma. Justo detrás de él, bajo una suave neblina que las viste, están las sierras que “se tragaron” tres generaciones de los Féliz y de muchos más que, como ellos, más que café sembraron esperanzas.

Los caficultores de Polo, como otros de República Dominicana, han cifrado su futuro en esa rojiza semilla que hoy, después de sus precios haber sufrido una fuerte depresión, están resurgiendo en el mercado mundial gracias a la unión de fuerzas y un mecanismo de desarrollo agroforestal limpio.

El abuelo y el papá de Corporino Féliz sembraron estos campos. Desde que tiene memoria, don Polín los recuerda loma arriba abonando el café con sus sudores, decosechándolo y bajándolo de las montañas por penosos caminos en burro o en sus espaldas.

Pero los intermediarios y la economía de servicios se tragaron a su abuelo. Se fue un día dejando como herencia años de trabajo sin frutos y deudas. Su hijo siguió sembrando. Tiempo después, su fe quedó en el secadero, quemada por el abrasante sol junto a las semillas de café, cuya venta apenas alcanzó a pagar los intereses de los préstamos.

“El café nos estaba tragando. Vi cómo mi padre y abuelo murieron sin esperanzas. Yo mismo en algún momento las perdí. Ahora es diferente. Aunque antes producíamos la misma cantidad que ahora, lo hacemos con una diferencia en los precios a favor nuestro de un 40%, y en dólares”.

Don Polín dice que cinco o seis años atrás la zona cafetalera se estaba quedando sola porque el rubro cayó a un precio muy bajo y los recursos no daban para sustentarse, al punto de pensar en abandonar el café o cortarlo para sembrar otro producto.

 “En Polo la emigración era alta. La juventud se iba a las ciudades porque no quería morir de hambre. Ahora muchos han vuelto. Nuestro consejo es que retornen para darle condiciones a las fincas en un medio ambiente sano, para decirle NO a la delincuencia sin formar cinturones de miseria en la ciudad”.

Féliz es actualmente el presidente de la Cooperativa de Caficultores Orgánicos y Servicios Múltiples de Polo, Barahona. Él, junto a otros, aceptó el apoyo de entidades como el Instituto de Desarrollo de la Economía Asociativa (IDEAC), el Programa de Pequeños Subsidios del PNUD, Helados Bon, el Instituto Dominicano Agroforestal, la Secretaría de Medio Ambiente, Internon Oxfam y Helvetas, entre otras.

La producción de la aromática semilla se basó en la aplicación de abonos orgánicos obtenidos de la lombricultura y el compostaje para preservar las aguas y evitar el daño ambiental. El plástico y otros contaminantes se convirtieron en “no gratos” en este municipio enclavado en las montañas, 35 kilómetros más allá del olvido.

“Le damos condiciones a la finca para que responda a un medio ambiente sano. Hay mucha gente que todavía no se ha unido a este proyecto, aunque con el café orgánico hemos superado la producción”.

“Representamos nuestro sector con mucho orgullo, pero somos mil y pico de caficultores y apenas hay 300 unidos. Se están tardando en unirse porque tienen compromisos con los intermediarios y aquí a la gente le gusta honrar sus deudas”.

“Una manera de sacarlos de esa situación es acercándose a la cooperativa donde les prestaríamos sin el porcentaje que le cobran los intermediarios. Aquí hay personas que por un préstamo de 3 mil pesos han perdido su finca debido a los intereses. Los intermediarios les prestan dinero, les compran el café y les quitan las propiedades”.

La identificación de unos cuantos organizados en cooperativas facilitó la entrada al mercado y que se les unieran otros. Hoy cuentan con varios beneficiados y una cooperativa de mujeres que buscan convertirse en caficultoras. “El café que produzcan lo vamos a vender dos dólares más caro que el producido por hombres. Eso está propuesto internacionalmente”.

El nuevo mercado mundial está abocado a la compra de productos orgánicos, por lo que los precios están mejorando en un claro reconocimiento a la calidad y el trabajo de miles de hombres y mujeres que han dependido de este rubro.

Para entrar por la puerta grande, los caficultores buscan certificar sus productos para asegurar la comercialización. Quieren acceder no sólo a los 143 dólares que cuesta el quintal, sino también a la compensación de 11 dólares adicionales cuando la producción se realiza bajo parámetros ambientales limpios.

El rostro surcado de años de don Polín luce feliz. El café que se tragó a sus ancestros por tres generaciones, hoy es el mejor amigo de su familia y de los caficultores orgánicos de la comunidad de Polo. Su esperanza crece.

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