ROMA — Una organización internacional de monjas católicas denunció la “cultura del silencio y el secreto” que rodean a los abusos sexuales e instó a las religiosas que pasaron por esa situación a reportar los delitos a la policía y a sus superiores.
La Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), que representa a más de 500.000 monjas de todo el mundo, se comprometió a ayudar a las religiosas víctimas de abusos a encontrar el valor para denunciarlo, y prometió ayudar a las víctimas a curarse y a buscar justicia.
El comunicado, publicado en la víspera del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de la ONU, es el primero de la UISG, un grupo con sede en Roma, desde que estalló de nuevo el escándalo de abusos y desde que los agravios a religiosas por parte de sacerdotes y obispos saltaron a primera plana, incluyendo un destacado caso en India. The Associated Press informó antes este año que el Vaticano tenía conocimiento desde hace décadas de que algunos religiosos se aprovechaban de monjas pero hizo poco para detenerlo.
La UISG no se refirió sin embargo al clero como los agresores. Aunque este tipo de abusos son recurrentes en algunas partes de África y la presunta violación de un cura a una monja en India copó titulares, también se han dado casos entre mujeres de una misma congregación.
En su amplia declaración, la UISG condenó lo que llamó el “patrón de abuso que prevalece en la Iglesia y en la sociedad actual”, citando el abuso sexual, verbal y emocional como tipos de maltrato que socavan la dignidad de las víctimas.
“Condenamos a los que apoyan la cultura del silencio y el secreto, a menudo con el pretexto de ‘proteger’ la reputación de una institución o considerándola ‘parte de su cultura’”, dijo el grupo.
“Abogamos por denuncias civiles y penales transparentes de los abusos, ya sean dentro de congregaciones religiosas, a nivel parroquial o diocesano o en cualquier espacio público”, agregó.
Una investigación de AP halló que en Europa, África, Sudamérica y Asia se dieron casos de abusos de sacerdotes a monjas, subrayando que el estatus de segunda de las religiosas en la Iglesia ha contribuido a un desequilibrio de poder por el que las mujeres pueden ser maltratadas por los hombres con casi total impunidad.