A una confrontación basada en aplicación y alza de aranceles comúnmente se le denomina “guerra comercial”. En ella una parte busca doblegar a otra para imponerle sus “percepciones” de relaciones comerciales bilaterales y la otra reacciona para no considerarse avasallada y humillada. Al menos es así cuando se trata de dos potencias. Si fuese una gran economía contra otra pequeña y dependiente en realidad no se llegaría a la imposición de aranceles porque la simple amenaza indefectiblemente pondría de rodillas a la economía dependiente. Este choque entre EEUU y China no tiene parangón en la historia teniendo en cuenta los volúmenes de intercambio implicados: hablamos de varios cientos de miles de millones para ambas partes y se sigue contando y tocando otros aspectos más allá del comercio de bienes. He insistido en que de haber razones reales y objetivas de insatisfacción para EEUU en sus vínculos comerciales no hay otra fórmula que la mesa de negociación, y negociación es eso, negociar. Entre fuertes con vocaciones de liderazgo las amenazas y chantajes no caminan.
Sin embargo, el Presidente estadounidense tiene una visión muy dogmática de solución de los problemas que requieran la buena disposición de la otra parte. Cree, y ese es uno de sus grandes errores, que hay que concederle lo que quiere y aspira. Quizás eso funcione negociando desde una corporación grande y poderosa siempre y cuando la contraparte sea más débil. Esa no es la realidad en la geopolítica, ya se trate de misiles o de flujos comerciales. Nadie se haga ilusiones. De China solo se pueden esperar reacciones enérgicas. Una superpotencia de estreno nunca va a dar imagen de debilidad y subordinación. Igualmente el gobierno estadounidense se encuentra en un contrasentido. Marcha atrás pública seria humillante; seguir adelante es el desastre. Ambas partes se tendrían que conceder un espacio para salir lo menos dañada posible. Para ello solo hay una posibilidad: la mesa de negociaciones bajo un esquema “ganar – ganar” con lo cual se volvería al principio haciendo lo único que se debió haber hecho.
Y no es solo Beijing, también la Unión Europea, Canadá, México y otros han empezado a imponer aranceles a sus importaciones desde EEUU o han avisado que lo van a hacer. Con ironía medios de prensa se preguntaron por qué US$200 mil millones y por qué 10%. Después de los volúmenes ya afectados por ambas partes a EEUU todavía le quedan más de US$200 mil millones para seguir aplicando mayores tasas aduanales pero no a China, que tiene un superávit comercial muy favorable. Por ello la capital china advirtió que aplicaría sanciones “cuantitativas” – aranceles a los bienes que todavía no se les haya aplicado – y “cualitativas”, para compensar la diferencia – suspensión de acuerdos comerciales y otras medidas también costosas-. No hay opción, hay que buscar solución porque las consecuencias ya están en el horizonte.