Guerra contra las chapucerías

Guerra contra las chapucerías

 JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Un amigo a quien aprecio pero hace mucho no veo quería reclutarme para una invasión y posterior liberación de la isla Saona, donde declararía un principado, o quizás ducado en atención a su brevedad geográfica, con el principal propósito de declarar ilegales las chapucerías. Difícil aspiración, de prevenir la tosquedad o imperfección en cualquier artefacto u obra.

La propensión a hacer las cosas sin arte ni esmero es un tema sobre el cual he insistido, porque para competir exitosamente en una economía global hay que aprender ciertos principios básicos acerca de la importancia de hacer las cosas bien desde la primera vez. Hacer las cosas mal da más trabajo que hacerlas bien, pues si se dejan mal hechas, después hay que arreglarlas, y entonces se trabaja dos veces en lo mismo.

Y corregirlas casi siempre cuesta más, en tiempo, esfuerzo y dinero, que si desde la primera vez se hubiesen hecho bien. Cada uno de nosotros sufre cada día las cananas de chapucerías ajenas. Desde las estupideces de empleados o compañeros de trabajo, hasta las deficiencias de servicios básicos como la electricidad, el correo, la recogida de basura, en cada caso algún chapucero daña la calidad de vida del conjunto de los dominicanos. Errores o abusos en la facturación de la luz, tardanza o robo de correspondencias, basura regada por calles y aceras como signo de que pasó el camión que la recoge; difícilmente pueda uno encontrar algún servicio público del cual enorgullecerse.

 ¿No es acaso una chapucería la manera como el síndico Roberto Salcedo destruye aceras y contenes en buen estado para reconstruirlos con pésima terminación, y de paso darse gusto con su “palmificación” citadina?

 Los dominicanos necesitamos aprender a valorar la precisión, la dedicación, la importancia de cumplir plazos, y todas las demás pequeñas cosas que hacen a un pueblo realmente grande, productivo y próspero. Los suizos tienen fama de ser muy educados, quizás hasta fríos para nuestro gusto, pero cientos de años adaptándose a pastorear vacas durante sólo cinco o seis meses al año los ha llevado a perfeccionar técnicas para fabricar quesos riquísimos, desde el “émental” hasta el “gruyére”. Aquí tenemos cinco siglos bregando con vacas, al punto que en una época las pieles fueron la principal exportación, y vaya usted a ver cuántos quesos de hoja malos hay por ahí, o lo difícil que es hallar un quesito criollo de calidad. Tal vez el asunto tenga que ver con cuán orgulloso quiera sentirse cada cual de lo que produce.

 Las chapucerías comienzan a superarse cuando una sociedad adopta estándares que permitan uniformar la producción. Por ejemplo, mida los huecos de las puertas en cualquier casa, y verá que difícilmente encuentre dos iguales. Ese sencillo detalle, de albañiles e ingenieros chapuceros, significa que los marcos y las puertas deben fabricarse “a la medida”, en vez de comprarse en una fábrica a menor costo. La chapucería encarece todo.

Una nación llena de chapuceros pasa mucho trabajo, “coge lucha” como dicen los vagos, para tirar p’alante. El esfuerzo de cada dominicano que, en minoría, aspira a la excelencia y a superarse, es contrarrestado por una sorda conspiración de los chapuceros, para quienes todo se resuelve con el menor esfuerzo. Quizás una de las claves es que cuando los obreros o empleados carecen de satisfacciones básicas, hay pocos motivos para enorgullecerse de nada, ni siquiera del propio trabajo.

Debe haber alguna manera de superar la propensión a la chapucería. No podemos aspirar a mejorar si seguimos siendo como los mecánicos a quienes les sobran piezas al reparar un auto, o los carpinteros que ven tres huecos para tornillos en una bisagra y ponen sólo uno, quizás dos (y mal puestos).

Perdónenme de nuevo por insistir: hacer las cosas bien, desde la primera vez; enorgullecerse de lo que uno hace; asumir el trabajo, cual que sea, con un sentido de propósito, de misión; salir del chiquero de las ideas farragosas, para pensar rectamente, con tino y con juicio; en fin, acabar con las chapucerías, es una de las más altas tareas que tenemos por delante los dominicanos. No es sólo el gobierno, o los grandes empresarios, o los líderes sociales, a quienes les toca enfrentar este reto, sino a todos los que deseemos un país mejor, tan bueno como sabemos que somos capaces de alcanzar.

j.baez@codetel.net.do

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