Guerra de Irak  repercute directamente en la campaña electoral de los Estados Unidos

Guerra de Irak  repercute directamente en la campaña electoral de los Estados Unidos

Por MICHAEL R. GORDON 
WASHINGTON.
Desde el año pasado he llevado una doble existencia, dividiendo mi tiempo entre misiones de reportes militares en Irak y seguir el debate de campaña en Estados Unidos.

Me desplacé hacia el norte, a Baqouba, con una brigada Stryker que despejó la ciudad de insurgentes y estuve con un escuadrón de caballería que hizo causa común con jeques sunnitas en Hawr Rajab. Y de Iowa a Washington, he hablado con los principales candidatos que estuvieron dispuestos a ser entrevistados sobre la guerra (cuatro hasta ahora) y le seguí la pista a los que no.

Eran universos paralelos, en los que la discusión del agotador camino por delante y las posibles opciones de retroceso eran tan divergentes que los generales y los políticos parecían no estar hablando de la misma guerra.

Los oficiales de las fuerzas armadas de Estados Unidos con los que hablé difícilmente tenían la misma opinión sobre cómo actuar en Irak, pero estaban lidiando con decisiones para tratar de estabilizar a un país traumatizado con un sentido obstinado de que, aunque ha habido ganancias significativas, por delante aún los espera una larga y difícil tarea, suposición central que con frecuencia ha estado ausente de la ruta de campaña.

Los políticos, por otra parte, parecían más resueltos a abordar la impaciencia popular con un compromiso abierto acerca de Irak, ya sea prometiendo una pronta retirada (los demócratas) o aventurando que la victoria está cerca (los republicanos).

Anthony Cordesman, especialista militar del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, que visita Irak con regularidad, lo dice con estas palabras: «Habría que darles a los candidatos una calificación reprobatoria. Los republicanos hablan de esto como si ya hubiéramos ganado y como si Irak fuera el centro de la guerra contra el terrorismo, más que Afganistán y Pakistán y una multitud de movimientos en otros 50 países.

«Los demócratas hablan de esto como si el único problema fuera la retirada y la diferencia estribara en qué tan rápido hacerla.»

Al estar en el terreno con las tropas queda claro que en Irak se produjo un importante cambio militar durante el año pasado: no tanto el aumento en 30,000 hombres, sino el paso a una estrategia de contrainsurgencia para usarlos. Esta estrategia hace de la protección de la población de Irak la meta suprema, en un esfuerzo por encajar una cuña entre el pueblo y los militantes y para animar a los iraquíes para que proporcionen la información que necesitan las fuerzas armadas de Estados Unidos para perseguir a un enemigo esquivo.

Pero la contrainsurgencia es por naturaleza una propuesta de largo plazo y ese supuesto ha impulsado buena parte del razonamiento militar sobre el futuro, aunque intensifique el debate político en casa.

«A menos que vayamos a suprimir a los insurgentes como hacían los romanos — creaban un desierto y lo llamaban paz –, eso por lo general lleva casi unos diez años», señaló Andrew Krepinevich, especialista militar del Centro de Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias.

«La paradoja es que la contrainsurgencia requiere convencer a los iraquíes de nuestro de poder de quedarnos», agregó. «Y al mismo tiempo, el pueblo estadounidense considera el éxito en términos de qué tan pronto nos podemos retirar.»

Las fuerzas armadas de Estados Unidos planean para mediados de julio regresar a 15 brigadas de combate, que era el total que había en Irak antes del aumento de tropas. No se han tomado decisiones acerca de reducciones adicionales, pero los oficiales preven una necesidad continua de fuerzas de combate estadounidenses y en general esperan una transferencia de responsabilidades a las fuerzas iraquíes más gradual que muchos de los candidatos; éste es reflejo de una cautela que dicen que está justificada por años de experiencias que los han hecho reflexionar.

«Se trata de aminorar los riesgos y no repetir los errores del pasado», señaló un alto oficial estadounidense en Irak, refiriéndose a este enfoque cauto.

Los políticos están dando a entender que pueden lograr resultados más rápidos. Pero los candidatos que han fustigado al presidente Bush por no haberse planteado la difícil pregunta de qué ocurriría el día después de que Saddam Husseion fuera depuesto del poder, no abordan plenamente la también difícil pregunta de lo que podría ocurrir al día siguiente de que se retiraran las fuerzas armadas estadounidenses.

La senadora Hillary Clinton, demócrata por Nueva York, ha abogado por que Estados Unidos retire rápidamente sus fuerzas, mientras entrena a una fuerza residual para combatir a los terroristas, proteger a los kurdos, disuadir la agresión iraní y posiblementne apoyar a las fuerzas armadas iraquíes. Pero es sorprendente que esas misiones no contemplen la tarea básica de la doctrina de contrainsurgencia: proteger a los civiles iraquíes de la violencia sectaria, cosa que ella considera que sería involucrar fuerzas estadounidenses en una guerra civil.    En una entrevista se le pidió a Clinton que explicara su razonamiento. «No deberíamos de tratar de insertarnos entre las diversas facciones sunnitas y chiitas», dijo en marzo pasado en su oficina del senado. «Este es un problema iraquí; no podemos salvar a los iraquíes de ellos mismos.»

Pero eso plantea la pregunta de si las fuerzas estadounidenses pueden quedarse dentro de la seguridad de sus bases, mientras miles de civiles iraquíes son asesinados fuera de sus rejas. Probablemente no pasaría mucho tiempo sin que los medios de comunicación, y quizá las tropas mismas, se preguntaran si el país que abrió la caja de Pandora al invadir a Irak no tendría también la responsabilidad de proteger al indefenso.

El senador Barack Obama, demócrata por Illinois, ha prometido retirar las fuerzas de combate, 16 meses después de asumir el cargo, pero probablemente no las unidades y los entrenadores antiterroristas. Consciente de que tal retirada masiva provocaría una escalada en las matanzas sectarias, ha dicho que estaría dispuesto a enviar tropas estadounidenses de regreso a Irak, como parte de una fuerza internacional, para detener los ataques genocidas.

 (Esta no es una posibilidad decscabellada: un reporte de inteligencia nacional sobre Irak, emitido en enero de 2007 por dependencias estadounidenses, advierte que la rápida retirada de todas las fuerzas de Estados Unidos probablemente causaría «enormes bajas civiles y el desplazamiento forzado de la población».)    «Es concebible que lleguemos a un punto en el que las cosas lleguen a un caos tal, que sacuda las conciencias y que nos digamos: ‘Esto no es aceptable»‘, declaró Obama en una entrevista en noviembre, en su oficina de Chicago. «No sabemos si esto es, de hecho, un problema, pero reconozco que nunca se sabe lo que puede ocurrir.»

Pero regresar a Irak combatiendo en medio de una guerra civil devastadora podría ser mucho más difícil y peligroso para las fuerzas estadounidenses que sus operaciones actuales.   «Cuando se recorren los caminos, es posible encontrar bombas artesanales, pues no pasamos los últimos meses patrullando las calles para saber dónde están colocadas», explicó Michael O’Hanlon, experto militar de la Institución Brookings. «Vamos a caer en emboscadas pues no tenemos informantes locales que trabajen para nosotros, pues éstos serían los primeros blancos en las semanas iniciales del genocidio.»

John Edwards ha dicho que sacaría a todas las tropas de Irak a los diez meses de asumir el cargo, salvo por una fuerza pequeña para proteger la embajada y quizá trabajadores asistenciales. Pero también ha hecho énfasis en que conservaría una fuerza antiterrorista en el vecino Kuwait o quizá en Jordania; ésta podría entrar rápidamente en Irak para operar contra los militantes dentro del país.    Pero esto plantea la cuestión de su esta fuerza podría responder de manera oportuna a amenazas terroristas desde tal distancia y sin la información que se recaba mediante la interacción regular con los civiles iraquíes.

Un argumento que han presentado Edwards y otros candidatos demócratas es que la retirada de las tropas de combate de Estados Unidos obligaría a los dirigentes políticos iraquíes a tomar decisiones difíciles sobre la reconciliación política, que podrían evitar si las fuerzas armadas estadounidenses los siguen apuntalando. Pero si los iraquíes supieran que las fuerzas estadounidenses van de salida, sin importar lo que ellos hagan, ¿sería más probable que respondieran superando sus diferencias o preparándose para el baño de sangre sectario que podría desencadenarse?

Los principales candidatos republicanos no hablan de una pronta retirada de tropas, pero han brindado muy pocos detalles respecto a cómo se basarían en las victorias tácticas para lograr la «seguridad duradera», meta declarada del plan militar.

El senador John McCain, republicano por Arizona, que argumentó que EU carecía de las tropas necesarias mucho antes de que Bush enviara el refuerzo de 30,000 hombres, ha declarado un éxito al aumento militar, si bien reconoce que ha sido lento el progreso político iraquí, que dicho aumento supuestamente habría de estimular.    Una de las preguntas sin respuesta en el terreno de Irak es si EU puede convencer al gobierno  de que haga progresos en su agenda política y qué alternativa podría seguirse si resultara que los esfuerzos iraquíes en cuanto a compromisos políticos se quedaron cortos.

Fusión de fuerzas podría traer paz

Al observar la segunda posibilidad, algunos analistas, como Stephen Biddle, experto militar en el Consejo sobre Relaciones Exteriores, creen que la seguridad posiblemente podría mantenerse si se arregla que voluntarios sunnitas protejan la zona de sus casas, mientras que se asigna a tropas estadounidenses y de otros países la tarea de vigilar un cese al fuego como se hizo en Bosnia. Pero al parecer esas propuestas son analizadas más por los especialistas que por los candidatos.

   Rudolph Giuliani, Mitt Romney y Mike Huckabee han hablado de Irak con menos detalles que McCain. En una presentación en Nueva Hampshire, en noviembre, Giuliani resumió su estrategia en una palabra: «Victoria». Pero la victoria parece ser un concepto prácticamente irrelevante en un conflicto que implica el compromiso de reconstruir una nación y que tiene más en común con las campañas para suprimir las matanzas étnicas en los Balcanes que con las batallas decisivas de la segunda guerra mundial.

   A los generales y a los diplomáticos se les enseña a mantener su distancia respecto de la política de EU. Pero ahora tienen las manos ocupadas tratando de concebir la forma de reducir gradualmente los despliegues de tropas estadounidenses y de trasladar mayor parte de la carga a los iraquíes, sin perder las ganancias tan difícilmente obtenidas. Su esperanza, señaló un funcionario civil, es lograr un avance político y militar  de tal modo que el próximo presidente tenga tiempo de reevaluar los acontecimientos en Irak y quizá optar por una corrección de la trayectoria. Entre tanto, algunos  funcionarios están desconcertados por el debate en casa. «Lo único que aturde es que no he escuchado a   candidato explicar sus metas sobre Irak, y cómo encajan éstas en sus metas  para el Medio Oriente y para el terrorismo transnacional», indicó el funcionario estadounidense. «¿Su meta sólo es retirar tropas lo más pronto posible?».

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