Sí, Estados Unidos ha declarado una guerra que no ha sorprendido a nadie. Donald Trump, el Comandante en Jefe, ha ordenado fuego creyendo que los demás solamente buscarán refugio y quedarán a la espera de ver la destrucción. Las guerras, entre poderosos no son así, el fuego cruzado es inevitable. Los errores de cálculo siempre conllevan consecuencias terribles y una de las principales debilidades de un general en el campo de batalla es la soberbia. Puede llevar la tropa a posiciones muy vulnerables. Los Estados Unidos son un país grande, y no solo en tamaño, sino por su economía, su intelecto y, obviamente, por sus fuerzas armadas. Sin embargo, aun así, es vulnerable. Es, y seguirá siendo siempre, una economía de primer orden aunque en volumen ya es la segunda economía y en 12 años será la tercera pero no dejará de ser un actor principal. El presidente Trump al anunciar la aplicación de aranceles a las importaciones dijo que Estados Unidos habían sido “maltratados como país durante muchos años; todos han sacado ventaja de nosotros, y esto no va a volver a ocurrir nunca más. Las guerras comerciales no son tan malas. Porque somos más poderosos que ellos…” y agregó que las “guerras comerciales eran fáciles de ganar”. Steven Mnuchin, su secretario del Tesoro, les repitió a otros 19 ministros reunidos en Argentina que no tenían “miedo a una guerra comercial dado el tamaño de nuestro país y de nuestra economía y el hecho de que tenemos un gran déficit comercial”. Cuando prevalecen aptitudes soberbias– no hay otra forma de definirlas – se impone la irracionalidad. En el seno de la Administración se ha afianzado un equipo convencido de que poseen la verdad absoluta.
Gary Cohn, que fungía como director del Consejo Económico Nacional, principal asesor del presidente, y considerado uno de los hombres más sensatos del equipo y el hombre de confianza de Wall Street renunció inmediatamente convencido de que las consecuencias serán críticas. Uno y lo otro llevaron al desplome inmediato de la bolsa. El presidente de la Cámara de Comercio, principal grupo económico en Washington, se declaró “muy preocupado por el aumento de las perspectivas de una guerra comercial”. Dentro del propio partido se han levantado voces de advertencia; el líder republicano del Senado exigió “precaución” y el de la Cámara confesó estar “extremadamente preocupado”. Más de cien legisladores del mismo partido hicieron una carta advirtiendo de las consecuencias para los consumidores nacionales. Christine Lagarde, directora del FMI, también advirtió que las “guerras comerciales no son juegos que se puedan ganar” y que los primeros en perder “serán los menos privilegiados”.
El problema es que el consumidor norteamericano consume lo que produce Estados Unidos y buena parte de lo que produce el resto del mundo. Más aranceles: más caros los productos y menos exportaciones. El gobierno no quiere que le acusen de proteccionismo; habrá que revisar el diccionario para ver cómo llamar proteccionistas a los proteccionistas.