Guerra restauradora; el día que los dominicanos afianzaron su soberanía

Guerra restauradora; el día que los dominicanos afianzaron su soberanía

Guerra restauradora; el día que los dominicanos afianzaron su soberanía. Fuente externa

El proceso bélico mediante el cual en 1865 los dominicanos recuperaron la independencia nacional es conocido como la guerra restauradora, que duró dos años.

El comienzo de esta epopeya tuvo lugar el domingo 16 de agosto de 1863, en el cerro de Capotillo (perteneciente a la actual provincia de Dajabon), desde donde el movimiento libertador se extendió vertiginosamente por toda la línea noroeste del territorio dominicano.

Las tropas españolas destacadas en las poblaciones aledañas desplegaron esfuerzos infructuosos  y desperdiciaron cuantiosos recursos con el fin de sofocar la rebelión; pero todo fue inútil, aunque justo es señalar que los dominicanos pagaron un precio muy elevado para lograr el triunfo definitivo que les devolvió la República.

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El martes 18 de agosto de 1863, en el poblado de Guayubin, se registró el primer combate de envergadura entre tropas españolas y los patriotas dominicanos dirigidos por Juan Antonio Polanco, Santiago Rodríguez, José Cabrera y Benito Moncion, entre otros, con el objetivo de tomar control de esa plaza militar.

La toma del pueblo de Guayubin fue el verdadero bautismo de fuego de la guerra restauradora.

Luego de intensos enfrentamientos, los patriotas ordenaron incendiar el caserío del pueblo causando numerosas bajas a la guarnición española, que no tardó en rendirse y entregar la plaza.

Ya para finales del mes de agosto casi toda la línea noroeste se había pronunciado contra el régimen de la anexión, de modo que tras la toma de Guayubín, las comarcas de Monte Cristi, Sabaneta, Puerto Plata, La Vega, San Francisco de Macorís y Cotuí fueron estremecidas por las conmociones inherentes a todo conflicto bélico.

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A medida que el movimiento armado evolucionaba, a los restauradores se les hacía imperativo escoger un lugar que sirviera como centro de operaciones de la jefatura mayor política y militar de la revolución.

Ese lugar, además, debía de representar un punto geográfico de gran importancia estratégica para el ejército restaurador, motivo por el cual los líderes del movimiento decidieron establecer un gobierno revolucionario dirigido por dominicanos.

Y era obvio que a lo largo de la línea noroeste y del Cibao, ese lugar no podía ser otro que la ciudad de Santiago, entonces bajo el control de una fuerte guarnición ibérica al mando del temible brigadier Manuel Buceta, de quien se dice que era tan cruel que el refranero dominicano acuñó la expresión “más malo que Buceta”.

Los restauradores, pues, concentraron sus mejores fuerzas sobre Santiago. Rodearon a las fuerzas españolas, que estaban ventajosamente en posición de la estratégica fortaleza San Luis, y el 6 de septiembre iniciaron la batalla más larga que registran los anales de la historia militar dominicana, pues la misma duró 14 días ininterrumpidos.

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Al final, después de un cruento combate, los dominicanos lograron derrotar al enemigo, pero antes se vieron precisados a incendiar el pueblo de Santiago, lo que obligó a que la guarnición española abandonara rápidamente una posición que ya no representaba la importancia geográfica de antes.

Los ibéricos entonces tuvieron que replegarse hasta la ciudad costera de Puerto Plata, al tiempo que los restauradores ocuparon lo que otrora había sido el pueblo de Santiago, centro económico de la región del Cibao.

Concluido esta operación militar, los restauradores procedieron de inmediato la reconstrucción del pueblo, así como la instalación del gobierno restaurador el 14 de septiembre de 1863.

Una de las primeras medidas del gobierno revolucionario fue la creación de una comisión que redactaría un manifiesto o acta de nacimiento de la Segunda República, en cuyo contenido se anunció al mundo y al gabinete español, las muy justas causales que han obligado a los dominicanos a sacudir, por la fuerza y las armas, el yugo con que dicha Nación hasta hoy les ha oprimido.

Además de romper las cadenas a que una engañosa y forzada Anexión a la Corona de Castilla, preparada por el General Pedro Santana y sus satélites, les había sometido, quedando restaurada la República Dominicana, y reconquistado el precioso don de la libertad, inherente de todo ser creado.

Leer: El 16 de agosto y el grito de Capotillo, el inicio de la restauración dominicana

De igual manera el manifiesto explicaba los motivos que habían inducido a los dominicanos a empuñar las armas con el fin de restablecer la República y reconquistar la libertad, “el primero, el más precioso de los derechos con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del Universo”, según el célebre texto.

La anexión a España, afirmaron, no había sido obra del pueblo dominicano, sino más bien el querer fementido del general Pedro Santana y de sus secuaces, quienes en la desesperación de su indefectible caída del poder, tomaron el desesperado partido de entregar la República, obra de grandes y cruentos sacrificios, bajo el pretexto de anexión al poder de la España, permitiendo que descendiese el pabellón cruzado, enarbolado a costa de sangre del pueblo dominicano y con mil patíbulos de triste recuerdo.

Reconocieron los revolucionarios que los propósitos e intenciones de Su Majestad, la reina  Isabel II, respecto del pueblo dominicano no eran lesivos al interés colectivo, pero que los subalternos de la Corona obraban en sentido contrario a la voluntad del trono de España, al extremo de que las providencias de la Capitanía General se transformaron en medidas bárbaras y tiránicas que este pueblo no ha podido ni debido sufrir. Para así probarlo, baste decir que hemos sido gobernados por un Buceta y un Campillo, cuyos hechos son bien notorios.

La anexión de la República Dominicana a la Corona de España ha sido la voluntad de un solo hombre que la ha domeñado; nuestros más sagrados derechos, conquistados con diez y ocho años de inmensos sacrificios, han sido traicionados y vendidos; el gabinete de la nación española ha sido engañado, y engañados también muchos dominicanos de valía e influencia, con promesas que no han sido cumplidas con ofertas luego desmentidas.

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Los dominicanos fueron tratados con cierta discriminación por las autoridades españolas, pues ellas se manejaron con “marcada arrogancia” ante un pueblo devastado por su lucha contra Haití, exasperándolo con agravios y medidas impositivas y reprimiéndolo con “persecuciones y patíbulos inmerecidos y escandalosos”; de ahí, en gran parte, su firme resolución a luchar por el rescate de la libertad y la independencia “por las cuales estamos dispuestos a derramar nuestra última gota de sangre”.

Desde el pueblo de Santiago, a los restauradores les fue posible estructurar un plan de defensa y ataque mucho más sistemático y eficaz. Recibieron colaboración internacional, especialmente de Haití y Venezuela.

Intentaron, aunque sin éxito, obtener respaldo del presidente norteamericano Abraham Lincoln, pero el concurso de la gran nación del norte le fue negado al emisario dominicano, el general Pujols, además de que los Estados Unidos se hallaban inmersos en una cruenta guerra civil que amenazaba con dividir a esa Nacion, cosa que impidió que los norteamericanos destinaran la atención necesaria a los acontecimientos que tenían lugar en la región del Caribe, una zona que desde hacía tiempo les era de  particular interés conforme a los principios enunciados por la Doctrina Monroe.

Mientras tanto los restauradores continuaron fortaleciendo el gobierno y reestructuraron el ejército, ahora distribuido de acuerdo con los objetivos geográficos de mayor importancia militar como lo eran entonces el sur y el este, que para mediados de septiembre aún no se habían pronunciado a favor de la causa restauradora y se encontraban en poder de los ibéricos.

En estas regiones, sin embargo, no tardó en aflorar vigoroso y firme el sentimiento nacionalista, pues ya para el mes de octubre tanto en el sur, parte de Santo Domingo y en el este comenzó a manifestarse el espíritu nacionalista de la revolución restauradora exigiendo el retorno de la República Dominicana libre e independiente.

31: La Guerra Restauradora Parte 3/4, La Restauración, La Batalla de Guayubín.

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