Guerra y Hambre

Guerra y Hambre

Sergio Sarita Valdez

Imaginemos que, de repente, sin proponérnoslo despertamos en el interior de una gran nave espacial en una órbita fuera del sistema solar. Vemos al astro rey enviando sus rayos a los distintos planetas. Identificamos el planeta tierra con su luna alrededor. Enfocamos la mirada e identificamos las ocho mil millones de unidades que corresponden al Homo sapiens. Notamos que habita en los pequeños espacios libres que dejan las aguas de ríos, mares y océanos. Los demás componentes minerales, vegetales y animales microscópicos y macroscópicos conviven en un maravilloso, encantador y asombroso equilibrio ecológico. Millones de microbios residen en el interior de nuestros intestinos para ayudarnos a digerir cuanto ingerimos a través de la cavidad oral. El órgano de la vista, el oído, olfato, el gusto nos asisten en la selección de los alimentos que optamos por degustar. Las vías aéreas purifican el aire que penetra a los pulmones, los cuales extraen el oxígeno y lo vierten en la sangre. Esta última lo transporta a los tejidos para que sus células puedan utilizar la energía vital que nos suple el sol en forma de alimentos.

¿Qué nos distingue y privilegia en relación con las diferentes especies orgánicas? El complejo desarrollo del cerebro. El Homo sapiens ha creado la palabra y su escritura lo que le ha permitido traspasar memoria histórica a las siguientes generaciones. Así hemos procreado descendientes que aprenden a no repetir los errores de sus antepasados, a mejorar e innovar en la naturaleza contribuyendo de ese modo al progreso de la humanidad.

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El bípedo parlante tiene la enorme capacidad de construir, así como de destruir. La ciencia y la tecnología aplicadas al bien común y en armonía con el ambiente terrenal, acuático y aéreo son los perfectos ingredientes para una vida paradisíaca. Cada descubrimiento y avance tecnológico debería ser motivo de júbilo colectivo. El ecuador divide la tierra en habitantes del norte y pobladores del sur. La esfera terrestre tiene un hemisferio oriental y otro occidental. Estos parámetros geológicos han enajenado a los humanos. Los rayos de la fraternidad no nos iluminan por igual. El color de la piel tiende a dividirnos. Luchamos por apoderarnos de los recursos de la tierra. Se siembra el odio entre los grupos, surgen los imperios y con ellos los conflictos armados. La desolación y la muerte construyen un infierno de lo que otrora fuera un paraíso.

Dejemos de imaginar, salgamos de esa cómoda nave espacial y ubiquémonos en la tercera década del siglo XXI. Miremos a la guerra en Europa cuyos campos ayer se dedicaban a la siembra y cultivo de trigo para consumo local y exportación pero que hoy deja pueblos y continentes expuestos a una creciente hambruna con más sufrimiento y muertes que víctimas directas de la metralla y bombardeos. ¿Acaso dos guerras mundiales no han sido suficientes para que la memoria histórica nos enseñe hacia donde conduce semejante irracionalidad?

¿Es con guerras intestinas como el continente negro va a salir de la miseria subsahariana? ¿Aumentando las tensiones bélicas en Asia contribuimos a sacar de las líneas de pobreza a grupos humanos dignos de una mejor suerte?

Contribuyamos a ponerle fin a la guerra en pro de un mundo en paz y sin hambre.

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