Pueda que el título del presente artículo induzca a quienes me leen a pensar que he de referirme a la clásica novela rusa de León Tolstoi, pieza literaria que absorbí con glotonería hace ya décadas. Esa novela histórica sobre la invasión napoleónica de Rusia, escrita cuando nosotros concluíamos la Guerra de la Restauración, no me sirve de pie de amigo, aunque su título sí aplica al tema que sin demora comienzo a desarrollar.
De modo sorpresivo, el mundo, entiéndase la gente que habita los continentes de Asia, Europa, América, África y Oceanía, fue despertado por las campanas de alarma tañidas por la Organización Mundial de la Salud a principio de marzo de 2020, las cuales anunciaban la llegada de otra pandemia con muchas características similares a la de la influenza ocurrida hace ya un siglo. Nos cogió desarmados y divididos, poseedores de sistemas estatales de salud sin los recursos financieros, ni la capacidad logística para enfrentar la hecatombe sanitaria. Los dolorosos resultados contabilizados en términos de morbilidad y de mortalidad se escriben en cifras millonarias. La necesaria cuarentena y demás medidas requeridas para reducir la propagación del virus del covid-19 ha golpeado seriamente las economías de las naciones con efectos catastróficos en los sectores más vulnerables de la humanidad.
La campaña de vacunación universal no ha marchado al ritmo que avanza la enfermedad, razón por la cual la población aún sigue siendo presa de la incertidumbre acerca de la fecha cuando podamos cantar victoria y salir de la pesadilla que ahora sabemos que empezó a contar víctimas en la República Popular China hace dos años.
Cuando las mentalidades sensatas entendían que el terrícola Homo sapiens cerraría filas como un pelotón de soldados conscientes, dispuestos a dar una gran batalla unitaria contra el coronavirus, al tiempo que se preparaba para el rescate financiero, comprobamos asombrados que poderosas naciones se ven enfrentadas a tensiones fronterizas, migraciones forzadas, encuentros bélicos persistentes, masacres nacionales, turbulencias sociales, hambruna creciente, conjuntamente con el deletéreo efecto del cambio climático.
¿Acaso se piensa que aumentando las tensiones militares entre las naciones aliviamos los efectos de los daños biológicos, psicológicos, sociales y ambientales en los pueblos? ¿Es posible que con la paz de los muertos resolvamos la problemática de los vivos? ¿Se considera ético aprovechar la presente situación de emergencia sanitaria para sembrar ansiedad, desesperación, estampidas y desorientación social?
¡Hagámosle la guerra santa a la pandemia! Convirtamos al mundo en un solo campo de batalla por la vida, sin fronteras, ni barreras lingüísticas, ni étnicas, ni religiosas, ni de género, como tampoco por el tamaño de los pueblos , ni sus culturas.
¡ Toda la humanidad por la salud y la paz!
La campaña de vacunación no ha marchado al ritmo de la enfermedad
¡Hagámosle la guerra santa a la pandemia de covid-19!
Convirtamos al mundo en un solo campo de batalla por la vida