Guerras bestiales

Guerras bestiales

Recorriendo parajes y aldeas, paisajes de ignorancia y hambre, las guerrillas africanas cortan manos, cabezas, despedazan, arrasan, y violan. Degustan barbarie en nombre de líderes, dogmas, y nacionalismos. Da lo mismo. Son actos de una espantosa y rotunda animalidad.

Cuando se mezcla analfabetismo, desesperanza y fundamentalismo, el resultado es un coctel tenebroso capaz de entorpecer cualquier intento civilizador, de regresarnos al Neanderthal. Rellenar cerebros huecos con ideales deformados es crear fieras devoradoras de enemigos.

Ahora bien, si vemos similar comportamiento en personas educadas, miembros élite del más eficiente y sofisticado ejército del planeta, el israelí, resulta difícil comprender el desafuero. Quedé estupefacto y confundido con las imágenes atroces de dos soldados de ese ejército golpeando desenfrenadamente a un adolescente, y arrastrando prisioneros por las calles de Palestina.

Tanto ensañamiento y tanto sadismo en jóvenes poliglotas, y de excelente formación académica, nos pone a pensar en la bestia. Esa que llevamos dentro. Esa que suele escaparse con demasiada frecuencia en cualquier hábitat del “homo sapiens-sapiens”; la que al menor descuido manda al carajo al “sapiens”, y se suelta exhibiendo sus peores instintos animales.

Israel es paradigma de organización, democracia, cultura, ciencia, amor filial y generosidad internacional. He convivido con judíos toda mi vida, aprendiendo de esa inteligencia y laboriosidad que les caracteriza. He sido testigo de una solidaridad comunitaria sin límites para con los suyos; sus millonarios contribuyen con enorme sumas de dinero dirigidas a lograr la excelencia en sus hospitales e instituciones académicas, beneficiando al pueblo de Israel y a sus descendientes. No puedo dejar de admirarlos, aunque de un tiempo acá me vengan confundiendo.

¿Qué les ha sucedido últimamente? Me desconsuela pensar que lleguen a confundirlos con desaforados y prehistóricos jihadistas, de esos que conocen de un solo libro, y no lo entienden. Mucho menos con la Gestapo. Haber sufrido persecuciones, expulsiones, expropiaciones, discriminaciones, exterminios masivos, para finalmente encontrar la “tierra prometida” y convertirla en una nación capaz de hacer florecer el desierto, no es cualquier cosa. Merecen la paz.

Sin embargo, entre ellos también campean los extremistas de la Tora, radicales prejuiciados, fundamentalistas de sus credos; de los que no aceptan diferencias ni negociaciones. Se sienten escogidos por Dios con carácter de exclusividad, igual que musulmanes y católicos. Y en su tiempo Hitler. En ambos lados de la frontera, esos grupos ortodoxos saben confundir feligreses haciéndoles creerse dueños absolutos de la verdad, con derecho a destrozar, torturar, y matar, a “incrédulos” o a “gentiles”.

En nombre de Alá y de Dios, los combatientes de Hamas y de Israel se apalean inmisericordes. No se diferencia ya de las guerillas africanas ni del Talibán. Están inmersos en una guerra santa infinita, salvaje, que parece no aceptar intentos pacifistas ni conciliadores. Se están convirtiendo en hordas de fanáticos.

A pesar de lo que estamos viendo, confío que la mayoría del pueblo judío impondrá su sabiduría. Ellos pueden encerrar a la bestia, volver a sentarse en la mesa de negociaciones; exigiendo respeto sin terquedad, cediendo con generosidad.

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