Por: César D. Arias
En el vaivén cotidiano de la vida dominicana, donde el sonido de motores y el calor tropical son parte del paisaje, la salud puede ser un asunto postergado… hasta que se convierte en emergencia. Y cuando eso ocurre, el acceso a atención médica puede abrir dos puertas muy distintas: una cuesta arriba para quienes no tienen seguro, y otra, más fluida, para quienes están protegidos por un plan de salud.
En el país, contar con un seguro médico no es solo una comodidad, puede ser la diferencia entre arruinarse o recuperarse.
“Me dio un dolor tan fuerte en el pecho que sentí que no llegaría al hospital”, cuenta Yudelka Mejía, cuyo sustento lo encuentra como vendedora en el sector Villa Consuelo. “Llegué a una clínica privada porque era la más cercana, y como no tengo seguro, tuve que pagar $42,000.00 mil pesos solo por estabilizarme. No tenía ese dinero, mi hermana tuvo que vender su lavadora para ayudarme”.
En contraste a Mejía, Julio Ortega, un empleado bancario con seguro de salud subsidiado por su empleador, narra otra historia: “Tuve una apendicitis hace unos meses. Me atendieron en una clínica privada, y el seguro cubrió casi todo. Solo pagué $3,700.00 pesos de diferencia. Salí caminando en dos días y sin deuda”.
Estas dos realidades comparten la misma isla, la misma ciudad; el calor les abraza por igual, pero no la ventaja en cuanto a salud y bienestar se refiere. La brecha entre poseer y no poseer un seguro médico es, muchas veces, la diferencia entre tratar una enfermedad o convivir con ella.
En un artículo del periódico El Dinero, con fecha del 8 de mayo del 2024, se expone que: “la cobertura de afiliados al seguro familiar de salud (SFS) en República Dominicana sigue en aumento, con 10,508,357 personas al cierre del primer trimestre de este año, lo cual equivale al 98.1% de la población general, estimada en 10,711,155”, dejando esto entrever que es una minoría de la población dominicana la que falta por sumarse a esta propuesta de seguridad.
En República Dominicana, el sistema de salud se estructura en dos grandes regímenes: “contributivo” para trabajadores formales, fueren asalariados del sector público o privado, trabajadores independientes que cotizan. Es financiado por el empleador, por el empleado y el Estado. Proporciona cobertura para consultas, hospitalización, medicamentos, cirugías, emergencias, maternidad, tratamientos y prevención. El “subsidiado” para personas sin capacidad de pago, desempleados o en condiciones de pobreza, completamente financiado por el Estado. Este régimen otorga acceso a servicios básicos de salud, en la red pública, sin un costo directo al afiliado. Además, existen seguros privados complementarios que amplían las coberturas.
Elegir un seguro puede parecer confuso, pero es clave entender qué se adapta a las necesidades propias o familiares. Por esto, quisiéramos exponer algunos aspectos que se deben tomar en cuenta a la hora de escoger un plan de seguro de salud.
Evalúa tu realidad: ¿Trabajas de forma independiente o estás en nómina? ¿Tienes hijos o personas mayores a tu cargo? ¿Padeces alguna condición preexistente?
Compara coberturas: Revisa qué incluye cada plan (consultas, medicamentos, emergencias, hospitalización, etc.). No todos cubren lo mismo ni tienen los mismos topes.
Verifica la red de prestadores: Asegúrate de que el seguro tenga convenios con clínicas y médicos cerca de ti.
Consulta el deducible: Algunos planes parecen económicos, pero requieren pagos altos en cada consulta o procedimiento.
Pregunta por seguros complementarios: Estos pueden cubrir lo que tu seguro básico no incluye, como habitaciones privadas o procedimientos especiales.
No esperes a la emergencia para pensar en salud. En un país donde una consulta privada puede costar $2,000.00 pesos y una hospitalización puede llegar a superar los $100 mil, tener un seguro no es un lujo: es un acto de previsión. Habla con un corredor de seguros, pregunta, compara. Porque entre vivir tranquilo o con miedo al imprevisto, puede haber solo una firma de diferencia.