Guillermo Cabrera Infante y el regreso a Itaca

Guillermo Cabrera Infante y el regreso a Itaca

POR GRACIELA AZCÁRATE
 “Ha significado algo muy bueno porque me he permitido convertirme en escritor profesional. Es decir, yo vivo de lo que escribo, no como antes, que publicaba esporádicamente. Pero, al mismo tiempo, el exilio me ha hecho perder mi lector natural que es, por supuesto, un cubano y si es posible un habanero. Mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.
Guillermo Cabrera Infante

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Lo de rigor es decir que Cabrera Infante nació en Gibara, Cuba, el 22 de abril de 1929, se trasladó con su familia a La Habana en 1941 y desde que murió su madre en 1965, regresó a La Habana, la enterró, renunció a su cargo diplomático y se fue al exilio en Londres donde vivió cuarenta años. La semana pasada murió de septicemia.

El autor de “Tres tristes tigres”, “La Habana para un infante difunto”, “Vista del amanecer en el Trópico”, “Delito por bailar el chachacha”, y otras obras, recibió el Premio Cervantes en 1997.

Fue a lo largo de su carrera cinéfilo, escritor de crítica de cine, de relatos y sobre todo un escritor empedernido, enamorado de La Habana nocturna y de su gente.

Hace unos años la BBC de Londres le hizo una entrevista y le preguntaron qué había influido en él y recordó a un profesor de la escuela secundaria, la escuela pública y su amor por los perros.

Con el desenfado que lo caracterizó dijo: “ yo tengo que decir, antes de hablar del bachillerato y de un profesor extraordinario que me tocó tener, es que estudié en Cuba, desde el kindergarten hasta la escuela de periodismo -pasando por el bachillerato- absolutamente gratis. Es decir, en escuelas públicas.

Eso para mí es importante porque yo les debo, no solamente a los maestros de primera enseñanza, sino a los maestros de bachillerato y de la escuela de periodismo, un reconocimiento que en realidad nunca les he dado.

Pero agregó que lo que en realidad lo había marcado era su profundo amor a los perros y sin saberlo el relato de Ulises, su regreso a Itaca y el reconocimiento que el perro hace de su antiguo dueño muchos años después.

(…)hay un momento en mi vida, en el cual yo era un estudiante bastante bueno, pero a mí nada más que me interesaba el béisbol y ver pasar a las muchachas por el instituto, porque eran clases de hembras y varones, y un día un profesor que cuando hablaba se volvía un histrión empezó a contar un cuento, que de pronto resolvió con la visita de un viajero que muchos años antes había dejado su isla y al regresar no era reconocido más que por su perro.

Entonces, como yo era un gran fanático de los perros…yo siempre tuve perros, desde niño e incluso ya de mayor…pues, me interesó la historia. Y este perro, después de reconocer al viajero, moría.

 A mí lo que interesó verdaderamente fue la anécdota del perro tan leal y tanto reconocimiento que le hacía a su dueño. Estoy hablando de Ulises y de su regreso a Ítaca, y de “La Odisea”, pero yo no lo sabía.

A mí lo que interesó verdaderamente fue la anécdota del perro tan leal y tanto reconocimiento que le hacía a su dueño.

Pero eso picó mi curiosidad por saber exactamente qué ocurría antes y después de la muerte del perro, y después del regreso de Ulises a Ítaca, y fui a la biblioteca del instituto, que era magnifica, y me leí “La Odisea”.

Le pareció un libro muy atractivo y después leyó la “La Ilíada”, que en realidad le rechazó, por lo sangrienta la cantidad enorme de batallas y de nombres, pero se quedó prendido de “La Odisea”.

Ese es el punto cuando empieza a interesarse en los libros y en la cultura que ofrecen los libros.

La historia de Ulises es en cierta forma una historia del exilio y premonición en la vida de Cabrera Infante que fue un escritor exiliado. Cuando le preguntaron qué le había quitado y qué le había dado el exilio dijo:

“Ha significado algo muy bueno porque me he permitido convertirme en escritor profesional. Es decir, yo vivo de lo que escribo, no como antes, que publicaba esporádicamente.

Pero, al mismo tiempo, el exilio me ha hecho perder mi lector natural que es, por supuesto, un cubano y si es posible un habanero. Mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.

Y eso ha sido para mí un conflicto porque mis libros están prohibidos en Cuba. Ni siquiera se pueden tener en la casa.

Hace poco descubrieron a una maestra que tenía un ejemplar de mi libro “La Habana para un infante difunto” y la llevaron presa. La juzgaron por tener “literatura subversiva”, cosa que es verdaderamente tener ganas de acusar a alguien por algo que no existe, y la multaron en 500 pesos, que para una persona en Cuba es bastante dinero.

De manera que ni siquiera puedo tener ese tipo de lector ocasional. Y esto es lo que a mí en realidad más me toca de mi exilio. Conozco a los otros escritores sudamericanos que empezaron a publicar junto conmigo y todos no solamente pueden regresar a sus países de origen, sino que sus libros son celebrados, acogidos y leídos en sus países respectivos”.

Para regresar a Ítaca- Cuba ponía como condición la desaparición del gobierno de Fidel Castro, y debía ser un país en democracia:” Porque yo estoy muy bien en Londres. Estoy viviendo en la democracia inglesa, y estoy viviendo muy bien en el sentido de que tengo completa libertad para hacer lo que yo quiera, para escribir lo que yo quiera y para leer lo que yo quiera”.

Roberto Fernández Retamar lo acusó hace muchos años de “contrarrevolucionario contumaz” sin embargo él siguió creyendo que el futuro de Cuba es uno sólo, es decir una democracia.

“Yo creo en la democracia y una de las cosas que más me gusta de Inglaterra es la permanencia de su democracia, de su constitución no escrita, y un parlamento independiente, y una prensa libre.

Todo eso viene con la democracia. No hay otra forma de alcanzarla. Todo lo demás que se diga del gobierno del proletariado y toda esa serie de engañifas, no tienen ningún sentido para mí.

Yo creo que el gobierno único de un país tiene que ser un gobierno democrático, elegido por la mayoría, en voto secreto y universal, y eso es lo que yo aspiro que ocurra en Cuba”.

Cuando murió Celia Cruz comentó que en Cuba “tuvieron una reacción típica”. “Publicaron una nota de apenas una pulgada y la coronaron con una frase que vale la pena repetir, para repetir la inequidad de la frase, dijeron que era un icono contrarrevolucionario.

Eso fue todo el juicio que hicieron de ella como artista. Eso me parece una reacción típica de los funcionarios, es decir de los comisarios cubanos”.

Cuando le preguntaron cuál pensaba que podía ser un epitafio desde La Habana para un Infante difunto dijo que se negaba a pensar en esos términos porque no le interesaban esos homenajes. Sólo apostaba a la vida: ” Me alegra todo lo que pueda ser celebratorio en vida, pero después de muerto no creo que yo vaya a aspirar a una especie de permanencia literaria”.

Como recomendación y al final de la entrevista dijo que con “la escritura hay que persistir”.

“La permanencia de la inmortalidad es muy elusiva, pero la permanencia del trabajo diario, o cada vez que se pueda escribir, yo creo que es muy importante.

Es decir, si yo he tenido algún éxito, ha sido por mi persistencia en seguir escribiendo y en publicar”.

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