Murió en la pobreza. Tras muchos desvelos por causas gremiales
Fue el más decidido luchador por el reconocimiento a la clase artística dominicana, y desde que se produjo la caída de la tiranía de Trujillo se unió a intérpretes, autores de canciones, bailarines y locutores para agruparlos y defender sus derechos, reclamar impuestos de ley y cobrar cuotas por composiciones y grabaciones.
Fue maestro, trompetista, pianista, tamborero, locutor, comunicador, güirero, músico, cantante. Pero vivió en la pobreza.
Arriesgó su vida caminando en horas avanzadas de la noche visitando salones de fiestas donde amenizaban los integrantes del gremio, para recabar el dinero que les tocaba por presentación. En esa tarea le sorprendió la muerte: un vehículo lo atropelló y lo dejó sin vida tirado en el pavimento.
Se llamaba Guillermo Fernando Lacrespeaux Ozuna, y su nombre estuvo ligado a la Asociación de Músicos, Cantantes, Bailarines y Locutores, AMUCABA, desde 1962 hasta su deceso.
Vivió en Villa Consuelo, primero en la calle Ildefonso Mella esquina Francisco Henríquez y Carvajal y después en la Ana Valverde 51 donde lo acogieron Inés, una de sus hijas, y algunos nietos. Su escuela estaba ubicada en Villa Juana.
Jamás adquirió un auto, era costumbre verlo a pie mientras realizaba sus trabajos, siempre de traje, corbata, sombrero y un maletín en el que portaba un puñal para defender el efectivo recaudado en madrugadas oscuras.
Guillermo Fernando Lacrespeaux Ozuna. Esta foto corresponde a la época en que Lacrespeaux tenía un combo
De su vida no aparece nada escrito en libros. En la prensa lo citan en comentarios de farándula.
En las reseñas de su trágico deceso solo El Nacional aportó algunos datos biográficos. Los demás periódicos lamentaron y condenaron el suceso, porque el conductor del carro marrón que lo impactó, huyó.
A esas notas se agregan los testimonios del historiador y locutor Rubén Darío Aponte, su vecino en Villa Consuelo y luego compañero en AMUCABA, y del médico Manuel Mota Castillo, exlocutor que lo acompañó como jurado en festivales de La Voz, del Merengue y de La Canción dominicanos y en emisoras.
Guillermo Lacrespeaux está olvidado. En vida, el presidente Balaguer lo condecoró con la Orden de Cristóbal Colón en el Grado de Gran Caballero el 22 de noviembre de 1992, pero el fallecimiento anuló la entrega.
En 1995, el Ayuntamiento del Distrito Nacional dispuso que una calle llevara su nombre y emitió una resolución que nunca se cumplió.
Al referir su trabajo de cobro “en night clubs y boites que presentaban artistas en vivo”, Aponte significa: “Era una labor titánica y peligrosa realizada bajo lluvia o frío”.
Lo define humilde, servicial, de baja estatura, “pocas libras de peso, gruesos espejuelos y temperamento simpático y respetuoso”.
Mota Castillo, destaca que “tenía un solo saco de vestir”.
“A Guillermo no lo mató realmente un carro sino la pobreza, el abandono, el descuido que hacen los políticos y la gente importante a los desamparados de la fortuna, porque Guillermo debió haber tenido una pensión”, expresó Mota Castillo.
“Fue una víctima de la pobreza y del olvido con que esta sociedad premia a los que no han tenido la suerte de escalar la fama”, sostuvo.
UN POCO MÁS
Guillermo Fernando Lacrespeaux Ozuna nació en Santo Domingo. Al morir contaba 72 años. Su madre se llamaba Altagracia.
Tocó en las orquestas “Tropical” y de Papatón Collado y en varios combos. Durante años trabajó en La Voz de la Alegría, del humorista Paco Escribano. Tuvo su propio conjunto de música popular y se presentaba en Radio Televisión Dominicana.
Era el padre de Felipe Emilio, Guillermina, María Altagracia, Inés y Gladys.
La muerte de Lacrespeaux ocurrió el 25 de diciembre de 1992. “Caminaba por la 27 de Febrero, esquina Rocco Cocchia, en San Juan Bosco. Se detuvo frente al restaurante “El Encuentro” y trató de cruzar, siendo impactado por un vehículo a alta velocidad”.