Guillermo y Préval

Guillermo y Préval

PEDRO GIL ITURBIDES
Leí que René Préval perdonó a Jean Bertrand Aristide. Y me dirán ustedes que mi imaginación salta mucho, pero lo cierto es que recordé al general Pedro Guillermo.

Aristide fue desplazado del poder por los mismos que lo repusieron tras su derrocamiento en 1991. Amantes del retorno a la democracia en Haití, sectores políticos estadounidenses se empeñaron en su reposición. Hasta que, como se dice en criollo, un tiempo después se jartaron de Tití.

Tras su segundo derrocamiento, siguiendo un sinuoso procedimiento constitucional que se veía que era un desplazamiento, Aristide fue cuestionado. Entre otros sometimientos, se le hizo uno por fraude contra el erario de su país. La acción fue incoada sobre un tribunal de la Florida.

Hace dos semanas el nuevo gobierno de Haití desistió de la acción, y la agencia noticiosa que difundió este acto dice que no se dieron explicaciones. ¿Qué explicación podía dar René Préval?

El que fuera abogado del destituido mandatario haitiano en el litigio, Ira Kurzban, fue quien sacó la cara. La agencia noticiosa no obtuvo informaciones del gobierno haitiano. Pero Kurzban ha dicho en nombre de su cliente, que el desistimiento prueba que el único interés del anterior mandatario haitiano, Gerard Latortué, era dañar la reputación de Tití.

Por supuesto, todo el mundo sabe que René Préval es amigo del rebelde ex mandatario haitiano. Y puede decirse lo contrario de quienes lo sucedieron.

Préval es la hechura política de Aristide, y, por tanto, con mayor razón actúa del modo en que lo hizo al dejar sin efecto la demanda de restitución de fondos del erario contra el depuesto Presidente. Además, no me caben dudas, los estadounidenses, inmersos en los líos de Irak, carecen de un interés inmediato sobre el antiguo mandatario.

Pero lo de Pedro Guillermo es otra cosa. Tengo plena seguridad de que les he contado esta historia otras veces. Aún así, no me llamen recurrente.

Pero el paso dado es una especie de jabón ablandador, y por ello quiero contarles, otra vez, lo de Guillermo. Porque él cumplió este papel en un proceso de reposición de Buenaventura Báez.

La República había recobrado su independencia un mes antes, en julio de 1865. El general José María Cabral y Luna traspuso las murallas de la ciudad de Santo Domingo al promediar ese mes, y pactó la salida de los últimos españoles. Como jefe del ejército restaurador en el sur de la isla, recibió mandato para iniciar los procedimientos para reinstalar, en plenitud de soberanía, al Estado Dominicano. Proclamado éste, se procedía en los primeros días del mes de agosto, a la organización de un gobierno provisional. Cabral no quiso, sin embargo, que le llamaran Presidente de la República, aunque asumiese un interinato como tal.

De manera que, en calidad de Protector, convocó a la elección de un Congreso Nacional Constituyente. Estaba el país entretenido en este proceso, cuando un desconocido comandante de trullas, Antonio Guzmán, se levantó en Hato Mayor del Rey. Corría agosto, y la república tenía, apenas, mes y pico de haber sido restituida, cuando este hombre venía como tromba rumbo a Santo Domingo. Pero al llegar a Pajarito se anunció que no era Guzmán el comandante de las tropas de alzados, sino el general Pedro Guillermo.

Se plantó justo frente a la casa que en los días de la colonia fuera de don Nicolás de Ovando, el comendador de Lares. Pero esa casa era por estos otros días, la sede del gobierno provisional, y servía de asiento al Congreso Nacional Constituyente. Se nombró una comisión para pactar la paz.

Cruzaron el río el Presbítero Fernando Arturo de Meriño, Pedro A. Bobea y Miguel Madrigal, los cuales trataron de explicar los sueños que los dominaban. A Guillermo le hablaron de la ley, esa nueva ley básica del Estado Dominicano que fraguaban artículo por artículo.

El general Guillermo los escuchó con atención, y parecía estar convencido. Pero como retornando de un letargo se irguió para decir a los comisionados que no conocía otra ley que “ésta”. Y pasó la mano con ceremoniosa intención sobre el lomo de un viejo cañón de cureña fija. Y a seguidas agregó que deseaba que concluyesen rápidamente su “asunto” porque deseaba tomar posesión a la mayor brevedad.

Y en efecto, lo hizo el 10 de noviembre. Pero el día 12, Guillermo estaba cediendo ese poder, a su vez, al general Buenaventura Báez. Fue, el día de esta juramentación, aquél en que el padre Meriño pronunció el famoso discurso en que habló de los inescrutables secretos de la Providencia. ¿Ven ahora por qué, al ver el desistimiento ordenado por Préval me acuerdo del general Pedro Guillermo? Quiera Dios que esta prevención no sea más que prejuicio basado en lo que se contempla entre nuestros agitados vecinos isleños.

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