¡Güititío guatatao, come plátano aplastao!

¡Güititío guatatao, come plátano aplastao!

¿Cuál será la mejor manera de responder a un insulto? Devolverlo implica rebajarse al intercambio de improperios como dos orates bombardeándose con fundas de papel llenas de excremento: terminan embarrados y tan sin razón como al principio.

Me decía el presbítero doctor Oscar Robles Toledano, cuya “columna de P. R. Thompson” engalanaba estas páginas, que “quien abunda en la defensa acredita la calumnia”. También me decía que quien al exponer cualquier idea recurre al insulto personal revela más sobre sí mismo que sobre el agraviado, cuyo honor y honra nunca dependerán de lo que opine cualquiera reducido a la cólera soez.

Una de las más desafortunadas características del debate público dominicano es la propensión a insultar, a ofender al interlocutor o al adversario provocándolo e irritándolo con palabras o acciones, generalmente cuestionando su carácter o su honorabilidad, como si la descalificación personal restara mérito a la obra u opinión del insultado. Al Gore publicó recientemente un lúcido ensayo, “The Assault on Reason”, donde plantea cuán insultante es que el debate público se lleve a cabo divorciado del culto a la razón, la verdad y la sindéresis. En inglés los insultos tienen otro sabor pues un insulto es también sinónimo de un achaque de salud o trauma, aparte de, como es castellano, cualquier afirmación afrentosa o que desvalorice la persona.

Dar una explicación creyendo que es necesaria puede insultar a quien la recibe pues se asume brutalidad o falta de sofisticación del otro. Hay insultos difíciles de ignorar. Como el caso de un hombre que pese a rehusar su apellido paterno alegaba deberle todo cuanto era a sus padres y un enemigo le sugirió enviarle cien pesos a su madre para saldar esa vieja cuenta, orlada de falsa lozanía. En el siglo XVII, el intercambio de insultos entre literatos era común. Quevedo y Góngora se odiaban. Quevedo escribió que Góngora era “docto en pullas, cual mozo de camino”. ¿Qué dominicano no sabe qué es una puya, el dicho con que indirectamente se humilla a alguien ó la expresión aguda y picante dicha con prontitud? Ser “mozo de camino” era denigrante. Góngora también dedicó a Quevedo sus más estilizados cariñitos versificados y cinco siglos después, en este paisaje hispánico del Caribe mucha gente dizque inteligente y hasta poeta todavía desconoce el arte de insultar, reduciéndolo al estúpido acumulo de epítetos.

Insultar siempre hace sospechoso cualquier argumento razonado.

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