Compartiendo con nuestra fraternal amiga Leila Pérez una taza de café, disfrutábamos del ambiente acogedor del Teatro Guloya. Habíamos ido allí para ver una nueva versión de “Teatro por un tubo”, especie de festival que desborda la propia escena e inunda todos espacios del entrañable recinto.

Desde nuestra pequeña mesa, advertimos a un hombre taciturno que se dirige a una esquina donde está colocado un “Karaokee” –nombre del “performance” del Teatro Simarrón. Ya sentado, inicia con disimulada parsimonia su lectura. Las frases monótonas se suceden como un lamento, como voz de protesta sobre la violencia y la discriminación, y se convierten en letanía que no callará en toda la noche. Henry Mercedes, acompañado de imágenes sugerentes, expone todo el dolor de la ignominia, en homenaje póstumo a Paloma Sody o Aneudys.

En una breve pausa de la retahíla, los allí congregados somos invitados a pasar a la sala. El escenario acoge al “Teatro Piedepuente” cuya propuesta contemporánea, nos presenta a un personaje solitario, que busca afanoso a través de las “redes sociales”, compañía. ¡Oh paradoja!, en esta sociedad de la tecnología de la comunicación, el “personaje” está solo. La intensa dramaturgia de Dalia Castro, le permite a su vez la elaboración del personaje, haciendo uso de múltiples recursos actorales.

Jozze Antonio Sánchez, nos presenta una adaptación del famoso cuento de Carlo Collodi “Pinocho” el muñeco de madera, y lo coloca en nuestro país, convertido en un pobre manicero, que busca inútilmente el Hada, que lo hará humano. Pero este Pinocho, alegoría de búsqueda sin encuentro, se distancia en su esencia de aquél creado por Collodi. Yojanel Bruno en una actuación orgánica, pletórica de movimientos y gestos, logra trascender la pena del triste muñeco.

“La muerte del cisne” nos remite inevitablemente a Fokine, a Pavlova, pero esta vez no se traza del breve trozo coreográfico, sino de un sucinto monólogo creado por Francis Taylor, basado en un análisis de Doris Humphrey de la famosa pieza. Un cisne o un ruiseñor, ¿A quién le importa su muerte? Y es, que cuando desaparecen los ideales, la belleza, surge la indolencia, donde a nadie le importa nada, y “todo sucumbe bajo una inundación de fealdad”, la simbología es estupenda, mientras… el cisne en un último espasmo desesperado muere con doliente resignación. Taylor apropiadamente trasunta emoción y asombro, luego resignado, ensimismado, escucha la bella melodía de Saint Sáens, sobrecogiendo a todos los presentes.

Rompiendo el hechizo, Claudio Rivera, vestido con larga túnica aparece en proscenio, y nos invita, más bien nos ordena a abandonar la sala y buscar otros espacios, al salir vemos como el señor del “Karaokee” continúa imperturbable su letanía, nos dirigimos a la azotea.

La brisa fresca de la noche nos da la bienvenida al amplio espacio, allí continúa la magia, aparece con su bicornio el rey Cristopher de Haití, encarnado por Husmell Díaz. La dramaturgia de José Rodríguez Acea, del Teatro Anacaona, nos muestra al tirano en el momento de su huida, tras ser destronado por las fuerzas populares antiesclavistas, y ¡He aquí la gran ironía!, el descendiente de esclavos, esclaviza a los suyos, y estos se rebelan. La historia se repite una y otra vez, aunque con otras modalidades. Buen texto y mejor actuación.

“El Corredor” presentado por el Teatro Guloya, nos impacta, es la historia de un atleta cuyos delirios lo llevan hasta la demencia. Noel Ventura a través de un trabajo interior, y de las destrezas físicas, que le permite a su cuerpo flexible, acrobacias y contorsiones, consigue conectar con el público. Magnífica actuación de este “clown”, conducido por las diestras manos de Claudio Rivera.

Finalmente, tras la caída del telón virtual, bajamos de la azotea, satisfechos de haber comprobado el potencial de todos estos jóvenes actores, pero de nuevo, encontramos al hombre del “karaokee” que impertérrito continúa en su letanía, cuyo eco se escuchará hasta el próximo “Teatro por un tubo”.